Pensamiento u opinión, dijo Rolón. Sí, Gabriel, ese excelente psicoanalista que participa en varios programas de radio en Buenos Aires, entre ellos La venganza será terrible, con Alejandro Dolina, y escribió el libro “Historias del diván”. Bueno, en realidad, no importa si lo conocen o no, el tema es que dijo algo muy cierto sobre los argentinos, sobre nosotros, sobre mí, sobre usted, y me hizo pensar en muchas de mis conductas como tal. Rolón dijo: “el argentino cambió el pensamiento por la opinión”, y claro está que es muy, muy diferente opinar que pensar. Que uno tenga la oportunidad de opinar donde y sobre lo que sea es muy bueno, y nosotros, me refiero a los argentinos, nos hemos acostumbrado a opinar nuevamente después de una época en donde la opinión propia podría significar la vida misma. Entonces, ante cualquier tema y oportunidad, salimos disparados a dar nuestro parecer, como perritos que por mucho tiempo estuvieron atados, y generalmente causamos lo que causan los perritos cuando salen disparados en esos casos: risas, simpatía, lástima, y algún que otro adorno del patio destrozado. Esto lo supo explicar Rolón muy bien en la entrevista que salió publicada en Clarín, el día viernes 27 de junio. Y como yo soy argentino, inmediatamente formé mi opinión sobre el tema.
En realidad al leer el título de la entrevista y sin escucharla, ya había formado mi opinión. Esa fue la prueba más contundente -después de unos segundos me di cuenta- que lo que dijo el psicoanalista es muy cierto, y que de verdad soy argentino. Pero me costó aceptar que soy sólo yo el problema. Primero empecé a criticar “al argentino”. Sí, a ese personaje que odia a los brasileños, y al segundo día de estar en una playa del Brasil de vacaciones, habla portugués, ama la vida carioca, y al volver a su “pésimo país”, cuenta orgulloso que el color de piel que tiene es de la playa que va a volver seguro a fin de año. Pero después me di cuenta, que por más que yo también opinaba de los hermanos vecinos de la misma manera: sin pensar. Entonces, empecé a criticarme a mí también, porque les aseguro que soy muy bueno criticando. Y me di cuenta de infinidad de veces en las que opino sin pensar, y que todos en nuestro país lo hacemos, siempre tenemos que decir algo, porque es una vergüenza decir “no sé sobre eso”.
Si cualquier extranjero pregunta a cualquier argentino sobre el conflicto del campo y el gobierno, puede estar más que seguro que el compatriota le dará una cátedra sobre la situación real de las exportaciones, los subsidios, los cortes -de carne y de ruta-, y sobre el proyecto de retenciones que en estos días debate el congreso, pero todo con sólo un pedacito de información que escuchó en los discursos de la presidente, y con, obviamente la posición a favor del campo. Claro, y sin tener la más pálida idea de lo que son las retenciones. El extranjero -quiero aclarar que puede ser de cualquier país, porque acá en Iguazú extranjero significa rubio de ojos claros- lo más probable se quedará asombrado ante tanta sabiduría ciudadana, y luego quedará absorto pensando cómo un país de tantos sabios esté como está. Y seguramente porque para el argentino, para mí, para usted, para nosotros, es preferible que un extranjero se lleve una excelente opinión sobre nuestra capacidad de opinar que una excelente opinión del país. Es que tenemos que aprender que las rutas no tienen los postes de luz al revés, es que nosotros estamos mirando el reflejo del charco.
En realidad al leer el título de la entrevista y sin escucharla, ya había formado mi opinión. Esa fue la prueba más contundente -después de unos segundos me di cuenta- que lo que dijo el psicoanalista es muy cierto, y que de verdad soy argentino. Pero me costó aceptar que soy sólo yo el problema. Primero empecé a criticar “al argentino”. Sí, a ese personaje que odia a los brasileños, y al segundo día de estar en una playa del Brasil de vacaciones, habla portugués, ama la vida carioca, y al volver a su “pésimo país”, cuenta orgulloso que el color de piel que tiene es de la playa que va a volver seguro a fin de año. Pero después me di cuenta, que por más que yo también opinaba de los hermanos vecinos de la misma manera: sin pensar. Entonces, empecé a criticarme a mí también, porque les aseguro que soy muy bueno criticando. Y me di cuenta de infinidad de veces en las que opino sin pensar, y que todos en nuestro país lo hacemos, siempre tenemos que decir algo, porque es una vergüenza decir “no sé sobre eso”.
Si cualquier extranjero pregunta a cualquier argentino sobre el conflicto del campo y el gobierno, puede estar más que seguro que el compatriota le dará una cátedra sobre la situación real de las exportaciones, los subsidios, los cortes -de carne y de ruta-, y sobre el proyecto de retenciones que en estos días debate el congreso, pero todo con sólo un pedacito de información que escuchó en los discursos de la presidente, y con, obviamente la posición a favor del campo. Claro, y sin tener la más pálida idea de lo que son las retenciones. El extranjero -quiero aclarar que puede ser de cualquier país, porque acá en Iguazú extranjero significa rubio de ojos claros- lo más probable se quedará asombrado ante tanta sabiduría ciudadana, y luego quedará absorto pensando cómo un país de tantos sabios esté como está. Y seguramente porque para el argentino, para mí, para usted, para nosotros, es preferible que un extranjero se lleve una excelente opinión sobre nuestra capacidad de opinar que una excelente opinión del país. Es que tenemos que aprender que las rutas no tienen los postes de luz al revés, es que nosotros estamos mirando el reflejo del charco.