Chau, Iguazú. Me voy. Y esta vez debo reconocer que voy a extrañarte con cada milímetro de mi ser, más, mucho más que aquella vez, hace años, que me fui por primera vez.
Quedan tus ojos verdosos prendidos a los míos, y tus marcas rojo fuego impregnadas en mi piel. Queda también tu letanía forjada en años de indiferencia, que te hace tan apacible y a la vez tan apática, como un conflicto entre lo que siempre soñé y lo que soy.
Quedan las horas que te regalé, y me regalaste, escondidas en el alma, estudiándote, leyéndote, hablándote, saboreándote, observándote, amándote.
Quedan aquí inertes, pero vivas, las palabras en guaraní que te las ofrecí al oído, buscando vanamente que me sonrieras aprobándome en algún rincón de tus lares nativos. Pero, prometo llevarme solamente las sonrisas trigueñas de orgullosas miradas humildes brotadas de las venas del basural, de un conductor de remisse, del monte Mbya, y de algún gastronómico perdido que me escuchó; y prometo desterrar al desván del olvido sangrante las burdas burlas de los que apenas te conocen y se conocen, y prefieren venerar el tono disonante y la licenciatura en lengua inglesa.
Te dejo mis pies en las eternas veredas desparejas, y en las repentinamente nuevas, en las terradas y en las hoscas, en las exclusivas y en las olvidadas. Te dejo mi andar en los rincones impensados, en los mil veces visitados, y en los que hubiera dado mis días para verte crecer.
Te dejo mis trazos madrugadores buscando la mejor manera de contarte quién sos, qué pasa, que hace falta, qué pasará. Dejo también mis letras, y con ellas mis manos, con las que supe acariciarte sin fin, y las que jamás me atreví tan siquiera a levantarlas para agredirte y solo las tenía para defenderte. Te las dejo en donde quieras. Quizás en algún saludo, de los que era imposible desprenderse mientras te recorría. Quizás en algún mate, que sabroso me enamoraba. Quizás en las flores, que como espejos de tu sonrisa me encendían. Quizás en las ideas, que aun desterradas brotarán del polvo algún día. Quizás en los sueños de los gurises que nunca se olvidan.
Te dejo, además, sin excusas, porque la tristeza no tiene razones sino sangre dormida, muerta, pasada. Te dejo casi sin vida, por dentro ya no existo, solo recuerda que te recuerdo y que sin amor no resisto. Te dejo con tus alegrías, tus conflictos, y tu destrato, y resuelvo olvidarme que castigás la ayuda y la ternura y premiás los maltratos. Te dejo a ellos, los señores del micrófono, y los de los sillones rimbombantes, esos que en su intento de enseñarte a crecer se olvidaron crecer y son adultos infantes. Dejo también tu veneración a la fortuna, que te hacen ver en un mosquito carne vacuna, y cambiar en segundos tu enojo por ternura. Pero dejo también mis pasos, esos que los di convencido a tu lado, por creer que sos un paraíso verde, rojo, azulado, que solo precisa de un amor entregado. Te dejo así, esperando con el alma a que te prefieran crecida, pacífica, madura, nativa, y sencilla, y que aprendan a quererte con la simple vista. Y te dejo a ella, mi todo, que algún día me verá volver con la inundación o algún amor turista.
Quedan tus ojos verdosos prendidos a los míos, y tus marcas rojo fuego impregnadas en mi piel. Queda también tu letanía forjada en años de indiferencia, que te hace tan apacible y a la vez tan apática, como un conflicto entre lo que siempre soñé y lo que soy.
Quedan las horas que te regalé, y me regalaste, escondidas en el alma, estudiándote, leyéndote, hablándote, saboreándote, observándote, amándote.
Quedan aquí inertes, pero vivas, las palabras en guaraní que te las ofrecí al oído, buscando vanamente que me sonrieras aprobándome en algún rincón de tus lares nativos. Pero, prometo llevarme solamente las sonrisas trigueñas de orgullosas miradas humildes brotadas de las venas del basural, de un conductor de remisse, del monte Mbya, y de algún gastronómico perdido que me escuchó; y prometo desterrar al desván del olvido sangrante las burdas burlas de los que apenas te conocen y se conocen, y prefieren venerar el tono disonante y la licenciatura en lengua inglesa.
Te dejo mis pies en las eternas veredas desparejas, y en las repentinamente nuevas, en las terradas y en las hoscas, en las exclusivas y en las olvidadas. Te dejo mi andar en los rincones impensados, en los mil veces visitados, y en los que hubiera dado mis días para verte crecer.
Te dejo mis trazos madrugadores buscando la mejor manera de contarte quién sos, qué pasa, que hace falta, qué pasará. Dejo también mis letras, y con ellas mis manos, con las que supe acariciarte sin fin, y las que jamás me atreví tan siquiera a levantarlas para agredirte y solo las tenía para defenderte. Te las dejo en donde quieras. Quizás en algún saludo, de los que era imposible desprenderse mientras te recorría. Quizás en algún mate, que sabroso me enamoraba. Quizás en las flores, que como espejos de tu sonrisa me encendían. Quizás en las ideas, que aun desterradas brotarán del polvo algún día. Quizás en los sueños de los gurises que nunca se olvidan.
Te dejo, además, sin excusas, porque la tristeza no tiene razones sino sangre dormida, muerta, pasada. Te dejo casi sin vida, por dentro ya no existo, solo recuerda que te recuerdo y que sin amor no resisto. Te dejo con tus alegrías, tus conflictos, y tu destrato, y resuelvo olvidarme que castigás la ayuda y la ternura y premiás los maltratos. Te dejo a ellos, los señores del micrófono, y los de los sillones rimbombantes, esos que en su intento de enseñarte a crecer se olvidaron crecer y son adultos infantes. Dejo también tu veneración a la fortuna, que te hacen ver en un mosquito carne vacuna, y cambiar en segundos tu enojo por ternura. Pero dejo también mis pasos, esos que los di convencido a tu lado, por creer que sos un paraíso verde, rojo, azulado, que solo precisa de un amor entregado. Te dejo así, esperando con el alma a que te prefieran crecida, pacífica, madura, nativa, y sencilla, y que aprendan a quererte con la simple vista. Y te dejo a ella, mi todo, que algún día me verá volver con la inundación o algún amor turista.