En los momentos en los que me asusto por estar solo conmigo, me pregunto ¿de qué Iguazú soy y por qué?, ¿por qué es tan difícil unir las partes?, y ¿quién decidió que así sea? Confieso que en más de una oportunidad terminé sin saber cuál es mi lugar, entre tantos sitios separados en el mismo pueblo, tantos sectores diferentes pero iguales, tantas castas a veces imperceptibles, y tantas opiniones arraigadas en otras tierras y con brotes en Iguazú.
“Es que acá hay grupos” –me dijo una colega docente –“están los que nacieron acá, los que vinieron hace mucho, y los que llegaron hace poco. Con el tiempo los identificás rápido, pero no por su acento sino por lo que dice”.
Según ella, los que nacieron y se criaron acá defienden el pueblo pero sólo delante de alguien que lo critica; que los que vinieron hace mucho encontraron la forma de adaptarse con algunos amigos que “piensan igual”, y que los que recién llegan se unen a los criticones de siempre para decir que “Iguazú es un desastre”, pero se queda.
Otros coincidieron con esta opinión, pero complicaron un poco más las pocas neuronas que tengo diciendo que dentro de esos tres grupos hay subgrupos, conformados por los hijos de cada uno de los sectores, algunos hijos de pioneros, otros con padres de otras provincias, otros hijos de recién llegados, y otros hijos de los que viven de traslado en traslado por trabajo.
A esta altura de la explicación mi cabeza hervía con humo arriba, tratando de ubicar los grupos, subgrupos, y cada uno de los hijos y descendientes de cada uno, que según me decían los que opinaron al respecto, también tienen su propia forma de pensar con algo heredado de los padres pero actualizado al 2012. Es decir una versión nueva de “Pensamiento Ultimate 2.0 for Facebook only”.
Algunos más osados, me aseguraron que esa mezcolanza está muy bien dividida geográficamente en Iguazú. “Un tiempo era muy claro” –me dijo un iguazuense de nacimiento –“antes estaba bien dividido, entrando desde la rotonda podías distinguir fácilmente el Iguazú de la Victoria Aguirre hacia la derecha y el otro hacia la izquierda, pero ahora encontrás gente de la derecha con impresionantes chacras usurpadas en los terrenos más alejados de la izquierda”. Cualquier coincidencia con las tendencias políticas (derechistas e izquierdistas) es pura coincidencia.
Sin embargo, esta división territorial-social aún sigue siendo clara “solo hay que caminar un poco”, me aseguró otro que también piensa que en Iguazú “la unión es muy difícil, porque está lleno de envidia”. Me dijo: “acá ganar plata es muy fácil, y eso hace que cualquiera pueda tener un auto, una moto, y encima una casa o un terreno y un negocio porque nadie te dice nada si usurpás y nadie te pide los papeles”.
También me aseguró haber ayudado a “recién llegados que apenas sabían hablar”, y que pasado el tiempo, “consiguieron trabajo en algún hotel lindo, se sacaron un par de fotos con estos boluditos de la tele de Buenos Aires, y ahora no me conocen y me hablan como expertos en turismo sin darse cuenta que siguen siendo los mismos ignorantes de siempre”.
Al escuchar esto, otro me aseveró que esa es la razón por la que es casi imposible unir a los residentes de Iguazú bajo una causa común, y que los grupos que cuentan con más personas influyentes son los que “manejan” el pueblo. Y que los que “están cómodos ganando su platita no les interesa involucrarse”.
Sin dudas, tengo que decirlo, al recopilar este improvisado arrojo de sociólogos populares, que en definitiva son los que viven la realidad, creo que pertenezco a todos los grupos, a algunos por ser latinoamericano, a otros por ser argentino, a otros por ser misionero, a otros por ser docente, a otros por ser comunicador, a otros por ser amigo, a otros por compartir defectos, a otros por vivir acá, y a todos por ser humano, quizás la razón principal porque que deberíamos unirnos.