En los mismos
días cargados de millones que van y vienen, desenfundados de trajes
inalcanzables, y honorables intercambios de halagos entre los de allá en la
gran aldea y entre estos de acá, yo también fui víctima de un robo.
Quizás más culpa
tengo yo cuando pienso en cómo este docente, sin pedirme permiso, se hizo de
algo que yo tanto cuido. Solo vino, sin ningún tipo de aviso, y se llevó lo que
no era de él.
Ahora sólo me
queda la bronca por haber descubierto, que no solo soy víctima a sabiendas de
aquellos ladrones que hoy y siempre llenan las pantallas y las radios, sino
también de este tal David, un maestro de la Comunidad Mbororé.
Y me pregunto,
como ya lo hice mil veces, si David se detuvo tan siquiera a pensar en todo lo
que causa una semejante actitud como la que con total desparpajo se animó a
hacer en estos días en los que la tecnología
puede dejarte en evidencia con un simple click de cualquiera.
Creo que no. Ni
siquiera lo pensó. Ni siquiera se dio cuenta.
Llegué a la conclusión
que una persona así comete esas acciones porque le ocurre adentro, sin tener la
capacidad de razonarlas, elaborarlas, digerirlas, o al menos planificarlas para
lograr algún beneficio, como hacen en la actualidad quienes realmente se
preocupan por una educación digna.
¿Cómo se atreve?,
no dejo de preguntarme; si dentro de su
actividad de enseñanza seguramente encontrará quienes puedan disuadirlo de tan
inimaginable actitud.
Y me duele más
aún, porque amo su misma profesión, que la practico pensando en que enseñar es
tocar una vida, y éste irreverente osa hurtarme como si nada le conmoviera y
sin saber al menos quién soy y qué hago.
Qué dirán o qué
harán, también me pregunto, esos otros que han decidido invertir millones en
proveer una escuela a los aborígenes, después de casi 30 años, cuando sepan o
se enteren lo que hizo David, ellos que tanto se preocupan honestamente por la
educación de todos.
Quiero denunciar
ante todos, que David da Luz, maestro de cuarto grado de la Escuela Mbororé, es
un ladrón al igual que muchos otros maestros escondidos en las afueras y en los
montes.
En abril de este
año, ese tal David, desvergonzadamente con su guardapolvo blanco, próxima a
llegar una tormenta, no dudó un segundo en subir al techo de la precaria
escuela para clavar mejor las chapas y solucionar los infinitos problemas que
trae la desvencijada techumbre.
Señores, ¡David da Luz es un maestro ladrón! ¡Me robó el corazón!
(Foto: Gentileza Facebook: Javier Rodas)