Sin imaginar tan siquiera lo que ocurría en verdad, correteaban
con alborozo alrededor de una inmensa parrillada los peones de varias
estancias, en los años cuando más o menos ya comenzaban a saber de qué lado era
Misiones y donde terminaba Corrientes.
Esta vez no había carneada en masa ni era el cumpleaños de
algún patrón sino que era la época de la votación, y eso significaba festejar
con una gran asado el orgullo de ser argentino, y un trabajador peón, libre, con
derechos y deberes que hacen grande a la nación.
Así les animaba con su discurso el patrón que les juntaba
para avisarles que había llegado el día de hacerse respetar con el voto, que es
su decisión, y que cada uno estaba invitado con su familia a celebrar la gran
ocasión.
Cada cual, con orgullo, llegaba esa tardecita al rancho para
contar a la familia sobre la invitación, y empezaba una correría para preparar
la bombacha blanca, el vestido, la alpargata, y la bota con espuelón, y había que avisar al
que no estuvo, organizar la faenada, sazonar el vaquillón, juntar la leña,
asegurar por lo menos una guitarra y un acordeón, apuntalar la mesa larga, y
preparar el terreno para el fogón.
Quienes llevaban en la espalda más de una votación, como los
que hoy hablan sin ruborizarse dando grandes consejos, antes eran los que
mandaban coordinando la organización. Era un orgullo inigualable para cada peón
hacer la fila frente a una mesita para entregar su libreta cívica con emoción.
El que era extranjero, todavía sin los papeles pero igualmente trabajador,
miraba con envidia y atención cómo uno a uno se acumulaban los documentos en un
cajón.
En una carreta con techo, bien limpia, el mismísimo patrón
iba a llevar esa caja cargada hasta el centro de votación. Más de uno, de los
que allí estaban, sin siquiera comprender la situación, y viendo cómo se iba su
documento en aquél carretón, pensaba que algún día iba a contar la primera vez
que votó.
Así empezaba nuevamente
la espera. Al otro día había que tener el asado listo para cuando llegara el
patrón. La noche pasaba sin apuro, y con las primeras luces del sol, ya
empezaba a moverse la estancia, mientras lejos en el pueblo ya se había decidido
el destino de la nación.
Cerca del mediodía, cuando veían en la distancia parado en
el estribo de la carreta al patrón, todos se paraban para formar un semicírculo
de recepción, y cuando escuchaban: ¡¡¡¡ya pe votáma!!!!, que significa “ya
votaron” en guarañol, comenzaban a soltar el sapucái general de emoción.
Se formaba la fila
para recibir de nuevo la documentación, y cada cual al ver en su libreta el
sello de la votación, pegaba un alarido ¡¡¡ooohh mitá el patrón!!!, sin
imaginar siquiera a quien habían votado o cuál fue su decisión.
Cualquier coincidencia con la actualidad, es pura
imaginación.