Arrogante, amante de
la farándula y los aplausos, mentiroso, asiduo a los placeres, incluyendo la
homosexualidad; no tomó cargo de un hijo que tuvo con una esclava, y siendo
político oportunista, y gran orador, llegó a la cúspide de los halagos de la
sociedad, hasta que como el amor mismo, sorprendió dejando todo por enamorarse
de alguien.
Lejos del aura de
hombre perfecto, romántico, y caballero, que cumple con la lista de las más
exigentes de hoy, Aurelius Agustinus
Hipponensis, más conocido como San Agustín, fue un personaje arrogante,
mentiroso, y farandulero, a quien muy probablemente ninguna de las enamoradizas
de hoy prestaría atención.
Nacido en Tagaste,
Numidia una provincia romana del norte de África, hoy conocida como Souk Ahras,
Argelia, Agustín no fue bautizado en el cristianismo, a pesar de tener una madre
conocida como una “mujer cristiana”, y comenzó a formar una personalidad más
bien vanidosa y soberbia en un centro de estudios paganos de Maduara, donde fue
enviado a formarse por su padre.
Pero fue más adelante,
cuando avanzada ya su adolescencia, que empezó a transformarse en todo lo contrario
respecto del amor y el romanticismo al llegar a Cartago. En esa gran ciudad,
contó él mismo en su famoso libro Confesiones, “contaminé el agua primaveral de la amistad con la suciedad de la
concupiscencia”.
Allí también comenzó a
practicar el Maniqueismo, una mezcla de religiones que condenaba los placeres
sexuales, pero no el placer homosexual por asegurar que estas relaciones “no
atrapan las almas dentro de la materia como la intimación heterosexual”. En
esos años las relaciones homosexuales eran inclusive mejor vistas que las
heterosexuales.
En otra parte de sus
Confesiones dice: “Cuando llegué a Cartago, a mi alrededor bullía un caldero de amores
ilícitos. Yo nunca había amado y estaba ansioso por amar. ( ... ) Me parecía
dulce amar y ser amado, y mucho más si podía disfrutar del cuerpo de la persona
amada. Enlodé su limpia corriente con el infierno de la lujuria y, a pesar de
ser impuro e inmoral, con mi exceso de vanidad solía comportarme como un hombre
de mundo que frecuenta los lugares elegantes que están de moda. Me zambullí de
cabeza en el amor, ya que anhelaba que me atrapase".
Por su confesa
vanidad, gustaba mucho de los aplausos y halagos, que conseguía con su gran
habilidad retórica, con palabras a veces “incomparables” como las describían
sus propios contrincantes políticos del momento, a quienes casi siempre
vapuleaba con sus argumentaciones. Fue entonces, cuando Agustín ahondó su
amistad con un joven que había conocido en su infancia, a quien describió como “mi otro yo” y “era la mitad de mi alma”.
Cuando este amigo
fallece, Agustín queda devastado y confiesa “fue
lo más dulce que experimenté en toda la vida”, y describe la relación con
él diciendo “Había llegado a sentir que mi alma
y la suya eran una sola alma dentro de dos cuerpos”.
Aparte de estas
características, muy alejadas de un hombre ideal para el amor, debe sumarse una
amante esclava con la que Agustín tuvo un hijo llamado Adeodato, con quien
compartió poco de su infancia y adolescencia. Y por los años de la década 380 abandonó
rápidamente a la amante, y regresó al África.
Fue en estos años en
los que Agustín sorprendió a todos, abandonando por completo su vida vanidosa y
de farándula en las grandes ciudades, y vendiendo todas sus posesiones para
entregarlo a los pobres, y escribiendo los más dulces poemas y reflexiones, por
haberse enamorado de otro hombre, quien había dado inclusive su vida por los
demás.
San Agustín no fue ni es,
entonces, un ejemplo perfecto para enamorar a las mujeres, pero es una
esperanza y una lección ideal para todos los hombres imperfectos que elegimos
enamorarnos, abandonando todo lo demás, aunque nos partan el corazón.
1 comentario:
Me enamoré de lo que te hacia único e imperfecto, me enamoré de cada uno de tus defectos sr perfectamente imperfecto.
El amor es imperfecto, por eso es tan doloroso, sobre todo cuando te arrancan el corazón despacito en medio de tanto amor
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