sábado, 28 de junio de 2008

El reflejo del charco


Pensamiento u opinión, dijo Rolón. Sí, Gabriel, ese excelente psicoanalista que participa en varios programas de radio en Buenos Aires, entre ellos La venganza será terrible, con Alejandro Dolina, y escribió el libro “Historias del diván”. Bueno, en realidad, no importa si lo conocen o no, el tema es que dijo algo muy cierto sobre los argentinos, sobre nosotros, sobre mí, sobre usted, y me hizo pensar en muchas de mis conductas como tal. Rolón dijo: “el argentino cambió el pensamiento por la opinión”, y claro está que es muy, muy diferente opinar que pensar. Que uno tenga la oportunidad de opinar donde y sobre lo que sea es muy bueno, y nosotros, me refiero a los argentinos, nos hemos acostumbrado a opinar nuevamente después de una época en donde la opinión propia podría significar la vida misma. Entonces, ante cualquier tema y oportunidad, salimos disparados a dar nuestro parecer, como perritos que por mucho tiempo estuvieron atados, y generalmente causamos lo que causan los perritos cuando salen disparados en esos casos: risas, simpatía, lástima, y algún que otro adorno del patio destrozado. Esto lo supo explicar Rolón muy bien en la entrevista que salió publicada en Clarín, el día viernes 27 de junio. Y como yo soy argentino, inmediatamente formé mi opinión sobre el tema.
En realidad al leer el título de la entrevista y sin escucharla, ya había formado mi opinión. Esa fue la prueba más contundente -después de unos segundos me di cuenta- que lo que dijo el psicoanalista es muy cierto, y que de verdad soy argentino. Pero me costó aceptar que soy sólo yo el problema. Primero empecé a criticar “al argentino”. Sí, a ese personaje que odia a los brasileños, y al segundo día de estar en una playa del Brasil de vacaciones, habla portugués, ama la vida carioca, y al volver a su “pésimo país”, cuenta orgulloso que el color de piel que tiene es de la playa que va a volver seguro a fin de año. Pero después me di cuenta, que por más que yo también opinaba de los hermanos vecinos de la misma manera: sin pensar. Entonces, empecé a criticarme a mí también, porque les aseguro que soy muy bueno criticando. Y me di cuenta de infinidad de veces en las que opino sin pensar, y que todos en nuestro país lo hacemos, siempre tenemos que decir algo, porque es una vergüenza decir “no sé sobre eso”.
Si cualquier extranjero pregunta a cualquier argentino sobre el conflicto del campo y el gobierno, puede estar más que seguro que el compatriota le dará una cátedra sobre la situación real de las exportaciones, los subsidios, los cortes -de carne y de ruta-, y sobre el proyecto de retenciones que en estos días debate el congreso, pero todo con sólo un pedacito de información que escuchó en los discursos de la presidente, y con, obviamente la posición a favor del campo. Claro, y sin tener la más pálida idea de lo que son las retenciones. El extranjero -quiero aclarar que puede ser de cualquier país, porque acá en Iguazú extranjero significa rubio de ojos claros- lo más probable se quedará asombrado ante tanta sabiduría ciudadana, y luego quedará absorto pensando cómo un país de tantos sabios esté como está. Y seguramente porque para el argentino, para mí, para usted, para nosotros, es preferible que un extranjero se lleve una excelente opinión sobre nuestra capacidad de opinar que una excelente opinión del país. Es que tenemos que aprender que las rutas no tienen los postes de luz al revés, es que nosotros estamos mirando el reflejo del charco.

domingo, 22 de junio de 2008

Yo no te dije eso, vos entendiste mal


Alguna vez me preguntaron por ahí, en esos lugares en donde creen que saben todo, y adonde obviamente yo soy asiduo visitante, si la comunicación es algo inherente del ser humano. En realidad quisieron preguntar si uno ya viene de fábrica con ganas de hablar y escuchar, y yo les dije que sí. Después me costó explicar, como siempre me pasa, pero pude de alguna manera exponer lo que creo. Y sí, yo creo que la comunicación o las ganas de hablar y escuchar vienen con el producto original de fábrica, es decir, con uno, con usted, conmigo, con todos. Pero por más que ya tengamos el software instalado –aun los que naturalmente están “callados”- es muy notable que no todos hacemos el mantenimiento que corresponde. Los que lo hacen, la pasan bastante bien, porque dicen lo que quieren y sienten, pero su vida no es del todo perfecta porque la mayoría de los que los escuchan ni siquiera limpia lo de afuera del aparatito. Y acá empiezan los conflictos.
Yo te dije que “parece” que te gustan los hombres, no dije que vos “sos” gay, explican algunos a su interlocutor, mientras éste trata de todas las maneras posibles de no colocar sus manos sobre las piernas cruzadas. Además vos “me conocés”, y “sabés” que yo “jamás” diría algo para lastimarte, agregan con un golpecito “de hombres” en uno de los hombros y una mejilla. Entonces viene el abrazo y todo está bien, pero para eso ya uno está convencido que su amigo es gay y éste empieza a dudar de su masculinidad cuando le mira las nalguitas al tipo que acaba de pasar con una impresionante mina. Los mismos conflictos de falta de mantenimiento del chip de comunicación ocurren en las parejas que son el “uno para el otro”, sin especificar qué “otro”. Mi amor, yo “nunca” dije que vos “sos” fría en la cama, solo dije que “me hubiese gustado” un poco más de acción, trata de convencer el tipo al que no le están por aflojar esa noche por haberle soltado esa frase a la novia la última vez. Los dos “se miran” y ella no entiende si tiene o no tiene ganas de olvidarse de todo o hacerse rogar un poquito más, o si en realidad tiene ganas de decirle la verdad de por qué no quiere. Lo que pasa es que vos “siempre” me tratás así -refuta ella- por más que “yo me esfuerzo” por agradarte en todo, y “pienso” que ya no te gusto más y que “andás por ahí” diciendo esas cosas. Y así en todos los ámbitos de la vida, continúa la pelea entre decir lo contrario de lo que pensamos en realidad, sabiendo que el que nos escucha sabe que la interpretación es exactamente lo antagónico de lo que acaba de oír, y que para “contradecir” va a inventar algo que nos guste, sabiendo que no le creemos pero que nos “convence”. Así se vende, así se compra, así se presentan unos a otros, así se habla, así no se habla, y así vivimos. Entonces, mientras todos no le hagamos un service completo al software comunicador, vamos a seguir pareciendo “pesados” y “agrios” cuando le decimos a nuestra amiga “che, cambiáte eso que te queda horrible”, y el jefe seguramente va a ponernos en la lista de próximos despidos cuando le digamos “sinceramente su plan está totalmente fuera de tiempo y de lugar”. Es que es muy fácil hacer un larguísimo informe sobre la incomunicación en la era de la comunicación, nombrando a los máximos exponentes de la ciencia, entre ellos a los afamados periodistas, que “ya no son más tus amigos” cuando le decís que no estás de acuerdo con ellos, y otra muy diferente es vivir entendiendo que por más que exista el absolutismo, hay millones de puntos de vistas y experiencias.