viernes, 27 de febrero de 2009

El argentino es mujer


Sí, es mujer. Si usted no piensa lo mismo, entonces explíqueme cómo, por ejemplo, el argentino puede apoyar vehementemente la preparación académica, porque cree que a partir de ésta se forman sociedades civilizadamente democráticas y a la misma vez reclame protestando a favor de ella cortando calles, quemando gomas, tirando piedras, y atrasando el inicio de clases, que dice defender a costa de lo que sea. O dígame cómo es capaz de aconsejar a su hijo que el estudio es la puerta hacia el éxito, y que cuando más preparado esté mejor le va a ir, y mientras le aconseja le cuenta sobre un simple albañil local que resolvió un problema en una construcción que ingenieros civiles de la capital no supieron hacerlo; y que un chofer de turismo llegó a ser gerente de ventas en una agencia y ni siquiera terminó la secundaria; y que un guía baquiano sabe mucho más que uno recibido en la “universidá”, porque lo importante es tener vocación con la gente y no un tremendo currículum lleno de títulos y cursos; y que el país siempre salió adelante con gente práctica y no con doctores teóricos, como por ejemplo un presidente que era un coronel del ejército y sacó a la Argentina de la pobreza y uno que era doctor en leyes años después la dejó en ruinas.
O quizás usted pueda aclararme -si piensa que el argentino no es mujer- por qué se siente orgulloso hablando con un extranjero sobre la capacidad que tenían los próceres que fundaron este país, y a la misma vez confronta con datos impresionantemente exactos la versión que le enseñó a su hijo “esa maestra trucha de la escuela”, en donde el nene aprende de la santidad de nuestros padres de la patria. Y por si fuera poco felicita a los vecinos que mandaron a su hijo a estudiar “afuera”.
O tal vez usted sepa cómo hace un argentino para quejarse copiosamente de su país en una conversación en el bar de la esquina, en donde segundos después se agarra a las piñas con un paraguayo que se atrevió a difamar a la Argentina, diciendo que es un país lleno de chantas y corruptos.
O por ventura usted sabrá hacerme entender -si considera que el argentino no tiene nada de hembra- cómo razona éste cuando condena a los estadounidenses, llamándolos capitalistas explotadores, y a la misma vez llena los periódicos y las charlas radiales elogiando al pueblo que tuvo la capacidad intelectual y cultural de elegir como presidente por primera vez en su historia a un negro (de nombre árabe encima), después de años de conocido racismo y ataques terroristas por parte de los de Medio Oriente; y por si no queda claro, echa a las patadas a un empleado que se atreva tan siquiera a mencionar que elegirá a un delegado gremial porque su patrón argentino no le paga lo que corresponde, y para colmo mitad en blanco y mitad en negro.
O por ahí usted pueda esclarecerme -si aún piensa que el argentino no es fémina- cómo hace para tirarle una alfombra roja cuando atiende en una excursión al mismo yanqui que condenó ayer por imperialista demoníaco, y a la misma vez no quiere atender a un grupo de hermanos argentinos, por ratas miserables que no dejan ni un mango.
O afortunadamente usted pueda hacer que mis pobres neuronas ignaras comprendan -si es que todavía dice que el argentino no es femenino- cómo hace para no idolatrar a René Favoloro, a quien apenas conoce, porque prefiere inmortalizar y si es posible canonizar a un personaje ficticio, ladrón, pendenciero, prófugo, y asesino como Martín Fierro o su símil gaucho Gil.
Y quizás cambie de opinión, si usted logra hacerme entender cómo hacemos mis queridos compatriotas y yo, después que aceptamos las reglas de la democracia, que elige por mayoría a los gobiernos, y una vez elegido, vivimos pensando en cómo desestabilizarlo y derrocarlo; además es un misterio cómo podemos vivir en un país en donde “así no se puede vivir”.
Discúlpeme, pero hasta que no encuentre una explicación coherente, voy a seguir pensando que el argentino es mujer. Y al opinar así no es que sea machista y quiera atacar a las féminas, porque al fin y al cabo éstas son sinceras y aceptan que “ni ellas se entienden”, como me confesaron algunas, y además tienen el orgullo de lograr sus objetivos. Pero el argentino, definitivamente es mujer, porque no sabe lo que quiere.

sábado, 21 de febrero de 2009

Que no se escuche lo que usted hace en el baño


Si está en su casa, que se escuche todo, y mientras más ruidos haga mejor. El cuidado, para que no se escuche lo que hace en el baño, debe empezar cuando se dan diferentes circunstancias que pueden dañar su imagen para siempre. Una de ellas son las visitas. Aunque no es necesario explicar que mientras más cercanos sean los huéspedes, menos preocupado debe estar, igualmente hay que tener en cuenta que entre éstos puede haber algún detective amateur especialista en sonidos de ultra-toilette. Por ello, ante la presencia de tales o en el caso de estar en una residencia ajena, lo mejor es evitar ir al baño o utilizar -en el caso afortunado que haya- un excusado más privado, en donde se puede exteriorizar sin ningún tipo de restricciones. Sin embargo, se sabe que existen momentos en los cuales la situación es extremadamente incontenible, que en general, como una especie de castigo por no controlar la gula, aparecen repentinamente, con un aviso más parecido a un alerta de peligro inminente que a una simple observación, y casi siempre sin posibilidad de lograr la privacidad. Ante estos casos, lo mejor es mantener la calma, y la posición original en el momento del alerta. Si está sentado, bajo ninguna razón se levante apresurado, menos si se encuentra en un sofá que requiera algún tipo de esfuerzo para incorporarse. Recuerde que siempre es bueno seguir las estrategias de las féminas, que con su capacidad preventiva para toda ocasión, optan por sentarse en la puntita del sofá al lado del apoya brazos, o simulan no poder levantarse para recibir la ayuda de un caballero dispuesto a tomarla de la mano y realizar el esfuerzo por ellas. Obviamente, si usted resulta ser ese caballero y está en la misma situación, simule no notar el pedido de ayuda y evite un doble accidente.
Lo más recomendable es no dar señales de la necesidad, tomando distancia del lugar más concurrido. Este alejamiento debe suceder antes que aparezcan los movimientos reflejos, como sacudones de piernas, ojos aguados, rostro sonrojado, manos sudorosas y sonrisita forzada con seño fruncido en forma de lástima. Llegado el momento insoportable, haga la pregunta “¿puedo usar el excusado, por favor?”, utilizando ademanes modestos y tranquilos, como si solamente necesitase el retrete rutinariamente. Una sonrisa franca siempre es aconsejable, o un bostezo con sonido de cansancio no está demás, para dar la sensación que sólo necesita refrescarse el rostro para despertarse.
Ya con el permiso para pasar, intente a toda costa no ser acompañado hasta la entrada y mucho menos hasta adentro, ni siquiera para que le muestren “como se tira el agua”. Diga que va a estar bien, y que cualquier cosa avisa. Una vez adentro, ¡no se olvide!, el primer golpe de vista debe ser hacia el lugar en donde se ubica el preciado papel higiénico. Si no lo ve, pídalo inmediatamente. En el caso de ser tímido o el tiempo apremie, busque alternativas mientras se alivia de la carga. Puede ser una revista, de las que se suelen dejar al lado del inodoro para promover la lectura, el boleto del colectivo (de los de larga distancia) o de avión que tiene en el bolsillo, o la primera página de presentación del libro de autoayuda que se olvidaron allí. Impídase usar su pañuelo, alguna toalla, la cortina de la ducha, o cualquier elemento textil que requiera un enjuague posterior. En fin, cuando ya está ubicado en el lugar soñado, exprésese tranquilamente, pero no se dé a conocer todo de una vez, vaya soltando lo acumulado de a poco, acompañando la salida con el hojeo de lo que lee o una tos repentina, que puede aumentar su frecuencia en el caso que la despedida sea vehemente. Haga lo que haga, que no se escuche afuera lo que usted hace en el baño. Una vez aliviado, revise y haga desaparecer cuidadosamente cualquier detalle que pueda delatar su última comida. No se olvide de utilizar todos los sentidos, especialmente el olfato. Si descubre que su paso por el toilette no pasará desapercibido ni por una congestión nasal, no salga sin esparcir algo de algún desodorante -de ambiente o antitranspirante- y al lavarse las manos hágalo con abundante espuma del jabón tocador. Al reincorporarse al ambiente de la sala, y si el contexto lo permite, sonría hablando en tono seguro y audible sobre el artículo de la revista de belleza que acaba de leer, y comente graciosamente sobre las algas marinas que tienen en su dieta las deportistas chinas. Luego siéntese, y haga contacto visual con cada uno de los presentes, como si nada hubiese ocurrido. Porque recuerde: usted sigue siendo quien era bajo el pacto de silencio que hay en este país, en donde lo más importante es cuidar la imagen, por más que se sepa que usted utiliza el sanitario para pegarse un baño, echarse un buen cago, un meo, o autosatisfacerse como cualquier criatura humana de este mundo.

jueves, 19 de febrero de 2009

Iguazú reflexiona




Estimados iguazuenses:
Es hora que reflexionemos sobre qué hemos llegado a ser y somos. Por bastante tiempo hemos sido atacados por fuertes vientos de una tempestad, que sembró en nuestros corazoncitos semillas de agresión traídas de un mundo desconocido para nosotros. Y esas semillitas germinaron para transformarse en fuertes árboles que parecen omnipotentes, difíciles de talar. Desde sus ramas nos hemos lanzado epítetos y frutas putrefactas que dañaron nuestra vestimenta de ciudadanos educados y comprometidos por el progreso de nuestro pueblo y país. Sus hojas escondieron por un lapso nuestra miseria. Su sombra no nos dejaba ver que estamos sucios y harapientos. Sin embargo, por más que parezca que en 200 años de historia nacional, y 106 de historia municipal, todo está perdido, no es así. Aún tenemos por qué luchar. Debemos salir de las sombras de ese árbol malo. No nos escondamos más detrás de las hojas que ocultan nuestro dolor. Deslicémonos de sus ramas. ¡Y talemos el árbol!, ¡talemos todos los árboles!
Desde el llano, todos a la misma altura y nivel, busquemos la manera de ser tolerantes y diplomáticos con el prójimo, quien quiera que sea. Sigamos el ejemplo que nos dieron nuestros padres de familia, que con su empeño, compromiso y voluntad de disciplinar, lograron que los chicos de hoy sean tan eficientes, moderados, respetuosos y educados. Y sigamos el camino de nuestros padres de la patria, que nunca agredieron ni desearon la muerte de nadie y en su edad madura buscaron el cobijo en el matrimonio con tiernas niñas de 14 años. No utilicemos más los epítetos que dañan nuestra intachable moral. Mantengámonos alejados de los malos modelos, como medios de prensa que utilizan malas palabras en sus títulos, cual la costumbre de ese tal Crítica de la Argentina, que tristemente tiene una tirada diaria de miles de ejemplares, y como si fuese que ellos son perfectos y nadie se puede equivocar, denuncian cosas erróneas del gobierno nacional, y hacen despedir de sus dignos trabajos a funcionarios públicos al servicio del pueblo. Sírvase a observar la fotografía de su portal digital http://www.criticadigital.com/ del día 17 de febrero que publicamos para que vea qué mal ejemplo son. Es fácil corroborar la veracidad de la imagen, ingresando al portal y escribiendo en el buscador el título que aparece. Pero, sólo haga eso para corroborar, luego no visite nunca más el sitio, porque podrá ser contaminado con su agresividad y chabacanería.
¡No, señores! ¡Seamos diferentes! Optemos por utilizar eufemismos de alto nivel para desarrollar ciertos temas que acaecen en la vida diaria, y así evitemos crear pánico entre la ciudadanía, que necesita volver a sus raíces de puro trabajo y cero contrabando, como lo fueron desde un principio nuestra hermosa patria y esta frontera, digna representante de nuestro territorio. Volvamos a los fundamentos de compromiso y anticorrupción, como lo fueron los primeros gobiernos de este bendito suelo, que jamás si quiera pensaron en malversar los fondos de todos los sueldos donados por Manuel Belgrano para la construcción de 95 escuelas, las cuales hoy se yerguen cual estandartes de nuestras sólidas raíces esparcidas en toda nuestra soberanía. Regresemos a las palabras sanas, que siempre utilizaron nuestros padres, abuelos, y maestros, quienes jamás tuvieron temas tabú con nosotros, y al dialogar sobre temas candentes, decían lo mismo pero sin herir, y así lograron que disminuyeran casi a cero y que hoy casi ni existan los abusos, acosos, robos, maltrato, y violencia doméstica. Mantengamos en secreto palabras y temas que pueden herir el sentimiento de nuestros jóvenes, quienes pueden aprender solos con programas de televisión y en Internet. Seamos suaves y optimistas. En cuanto a nuestro ambiente, por ejemplo, hagámosle notar las partes buenas de las veredas, no las rotas; empeñémonos en hacerles observar los empedrados ya hechos y las calles asfaltadas, no las que todavía no se hicieron porque aún no pudimos juntar para pagar los impuestos. Mostrémosles las obras que se están haciendo y después con mucho tacto expliquémosles que todavía no están autorizadas por cuestiones de trámites, y que a pesar que ninguna se ajusta a ningún plan de ordenamiento urbano, son lindas igual, y que Iguazú las necesita, como necesita que nosotros busquemos bregar por un cambio positivo y no que elijamos justificar nuestras agresiones porque otros son agresivos o indoctos. ¡Es necesario que actuemos ya, querido vecino o vecina!, y trabajemos juntos optimistamente por más que en algún momento hayamos vestido la camiseta contraria, total cuando nos unamos para festejar con algarabía, ya no importará si se sabe que en algún momento hemos colaborado con nuestro gobierno con algún espacio solidario o no. ¡Hagámoslo por Iguazú, todos juntos, abrazados como hermanos, silbando de júbilo por las calles de nuestra amada ciudad! Volvamos a nuestras raíces más profundas y sinceras: mente positiva, ciudad positiva.

viernes, 13 de febrero de 2009

Iguazú de mierda


Confieso que me tomó un tiempo considerable decidirme a tocar este tema. Y fue más porque siempre que lo veo aflorar me fastidia tanto que se me cruzan las ideas, y tengo más ganas de insultar que de argumentar. Sin embargo, acá estoy, y a quien le caiga el aguacero que abra el paraguas, como dijo uno de los comentaristas de La Voz.
Hace muy poco, a un desafortunado profesional de la medicina local se le escapó “indio de mierda”, al encontrarse con un Mbya Guaraní que lo denunció ante la dirección del hospital por haberlo maltratado. Sí, escribí adrede “se le escapó”. Lo aclaro porque un maltrato no se justifica, y yo no estoy justificando al doctor. Dije “se le escapó” porque al ser denunciado justamente no supo controlarse y no supo bancarse su propia actitud arrogante, y le salió lo que tenía atragantado en lo más profundo y bajo de su ser. Y esto, además de ser denunciado formalmente ante las autoridades, fue publicado, es decir, cayó bajo la mirada de la gente. Lo interesante del tema es que una vez en manos del pueblo, el doctor involucrado pasó de victimario a víctima, de depredador a presa, de boxeador a cura, de jugador a pelota, y de príncipe a sapo. En los comentarios bajo la nota publicada por este medio apareció una gran cantidad de comentaristas que normalmente no escriben o están cansados cuando se ponen al tanto de lo que pasa. Sin embargo esta vez la mayoría vio un árbol caído y se lanzó a hacerlo leña. Pobre doctor, pensaba yo, y no lo decía porque no quería ser devorado por las santas fieras del pueblo. Porque si nos ponemos a pensar, esto ocurrió porque el médico fue expuesto a la opinión de una ciudad, llamada Iguazú, habitada por gente tan pulcra y sacra, que no sería capaz de pensar tan siquiera en maltratar a una persona, y menos si se trata de un aborigen-hermano-paisano Guaraní. ¡Por favor! ¿A quién se le ocurriría semejante cosa? Jamás escuché a un hermano iguazuense decir “paraguayo de mierda”, por ejemplo, porque todos acá en Iguazú saben que los pioneros que sacaron adelante este pueblo de mierda que solo tenía monte y malaria, fueron ellos. Y asistidos por los hermanos brasileños, a quienes nunca jamás un iguazuense llamó “brasilero de mierda” o “brasuca maraca”, por ejemplo, al finalizar un partido de fútbol en el que su selección nos re cagó a baile. Y seguramente también porque el iguazuense sabe que los paraguayos estuvieron antes inclusive que llegara la Administración de Parques Nacionales con su personal de Buenos Aires, a quienes nunca jamás un iguazuense se le ocurriría llamar “porteño de mierda”, por ejemplo, porque nosotros somos víctimas de su maltrato, pero nunca vamos a “ser como ellos”. Además el iguazuense, por vivir en una ciudad turística, y tener un celular último modelo, es una persona muy abierta por tener contacto con gente de todas partes del mundo, a quienes jamás in the fucking life, (jamás en la puta vida, para los argentinísimos) se les ocurriría engañar con el cambio o cobrarle demás un viaje o una excursión, y mucho menos cagarse de risa de ellos, con los compinches sobre una cerveza comprada con la “comisión”. Es que el iguazuense, ese mismo que defenestró al demoníaco doctor por maltratar a un aborigen, vive en un país en donde nunca jamás se le llamó “gallego boludo” al español, ni “perucho ignorante” al peruano, ni “bolita muerto de hambre” al boliviano, ni “polaco olor a queso” al inmigrante, ni “yanqui de mierda” al estadounidense, ni “chilote pelotudo” al chileno, ni “judío cagador” al israelita, y ni “negro villero” al que tiene la piel un poco más oscura y vive en los suburbios. Por eso quizás en Iguazú el aborigen vive recibiendo abrazos, sonrisas, trabajo, ayuda, y son el porcentaje más alto de empleados en la gastronomía y hotelería. Es que, le explico doctor, el iguazuense vive administrado por hombres a quienes jamás se les adjudicaría el título de “políticos ladrones” en ningún ámbito y menos en un medio radial, y vive en una ciudad tan linda a la que jamás ningún iguazuense llamaría “Iguazú de mierda”.

viernes, 6 de febrero de 2009

¡No hay hombres!


Como quiero adelantarme a todo lo cursi que en unos días más saldrá publicado sobre el amor y las mujeres, me pareció bueno utilizar el tema que hace días me viene taladrando una amiga, que en nombre de todas las féminas constantemente hace un reclamo que me parece justo y acertado: “No hay hombres”, me dice. Y claro, al principio no me parecía tan justo ni acertado, pero después de todas las pruebas y argumentos presentados, no tuve más que aceptar y dar por sentado que es así. Sí, señores, queridos machos, es verdad: no hay hombres. Y lo peor de todo es que en vez de ver una solución, que calme las ansias locas de las mujeres por encontrar un macho, ¡se ven cada vez más problemas que los hacen desaparecer o transformarse en algo parecido a ellas! Así me definió el problema esta hembra. “¡Hoy están cada vez más parecidos a nosotras!”, me dice desesperada. Pero sinceramente, después de semejante innegable verdad actual, me puse a pensar qué creemos los hombres que es “ser hombre” o cual es “el hombre” que las minas buscan. Para nosotros, ser un machazo es principalmente ser un tipo libre, a quien no le dicen qué ni cómo, ni cuándo hacer, porque nos la bancamos solos y punto. Y a la misma vez creemos que las mujeres buscan algo así, un tipo seguro que se las sabe todas y que está para cuando ellas quieran (sí, sexo), es decir un winner. Además estamos seguros que ellas nunca saben lo que quieren, entonces hacemos la nuestra y listo. Pero, según me restregó mi amiga por la cara, ellas justamente odian lo que nosotros creemos que es un hombre.
-“¿Y qué es lo que quieren?” -le pregunté con una sonrisa irónica (de hombre, según yo). -“Queremos y buscamos las cosas simples de todos los días” -me dijo. Obviamente, mi cerebro de macho no cazó un fútbol de lo que me respondió, pero me hice el que entendió (como un hombre, según yo) y le seguí la corriente.
-“Aah, ¿entonces no es un buen lomo, con una billetera gruesa, y una 4x4?”, le provoqué. Y me complicó las neuronas masculinas aún más (típico de minas, según yo).
-“Si viene con el paquete, bienvenido sea, pero no, no es eso” -me respondió. Entonces, tuve que ser sincero y aceptar que no entendí nada, pero no se lo dije y me puse a pensar en qué es una mujer para saber qué tiene que ser un hombre. Una mujer, antes que nada, siempre hizo y hace todo. Inclusive lo que le corresponde al hombre. Si no, díganme cómo hacen el desayuno de los chicos con cada unos de sus caprichos, fijarse que tengan todo para la escuela, arreglarles para que salgan prolijos, sacar la basura antes que salga el basurero, hacer el mate y el desayuno del re-macho -que se levanta tarde y le caga a pedos si no lo hace-, hacer y tomar su propio desayuno, y encima salir linda y arreglada como una reina. Aah, me olvidaba, todo eso es en quince minutos. Además, por si algún re-macho quiere argumentar en contra, va a trabajar sin olvidarse un segundo que al mediodía tiene que ir a buscar a los chicos, mandar el almuerzo al re-macho, hacer el almuerzo para los hijos, dejarlos en cada una de sus actividades de la tarde, volver al trabajo (a tiempo y todavía arreglada como una reina), hacer su trabajo distinguiéndose entre todos (inclusive entre re-machos), volver a buscar a los chicos o preocuparse para que el transporte los busque, y que tengan la merienda lista al llegar, y al volver del trabajo limpiar y aromar la casa, atender las tareas de los nenes, preparar el mate y estar linda de nuevo como una reina para cuando llegue el re-macho, que tuvo un día re-largo (de ocho horas) y está re-cansado y no quiere ruidos ni quejas, porque tiene una graaaan responsabilidad que su mujer nunca va a entender. Aah, y mientras prepara la ensalada, hace la guarnición, los jugos, pone la mesa, da de comer algo a los chicos para que no esperen tanto, atiende el teléfono y a la visita que llega, y sirve bebidas frescas en la sala que adornó antes que llegaran todos, todavía tiene tiempo de pasarle algo para soplar el carbón al re-macho que está haciendo el asado. Obviamente, ya tiene todos los lugares en la mesa con todo listo para que nadie se levante a buscar nada, y espera con todo respeto a que el re-macho se siente para dar las gracias y comer. Claro, siempre atenta a que si falta algo, adelantarse al pedido de los comensales, como reponer la canasta del pancito, o el hielo en la bebida del re-macho. Servir el postre, que hizo ella quien sabe en qué momento, es cosa de ella por su puesto. Levantar la mesa, la cocina, la sala, y lavar los platos, también. Llamar el taxi para la visita, no olvidarse que los nenes se cepillen los dientes, acostarlos bien arropados, también le toca a ella, claro. El re-macho está tomando el vinito con los otros re-machos, cómo se va a molestar en nimiedades. Ordenar la sala, dejar listo todo para el amanecer, apagar la luz, y acostarse linda, liviana, perfumada y lista para el amor, también es tarea de ella. Ahh, me olvidaba, todo eso en 24 horas, calladita y sin histeriquear, porque el re-macho se puede enojar. Ahora entiendo qué quiso decir mi amiga con “cosas simples de todos los días”. ¿Algún re-macho tiene alguna objeción?