sábado, 30 de enero de 2010

Artistas de baños públicos


Hace un buen tiempo, sin mucha inspiración que avalara mi argumento, me lancé a la búsqueda de la definición de aquellos que eligen expresarse anónimamente en donde quiera que se les brinde la oportunidad. Y después de haberlos observado, atónitamente por momentos, y hasta imitado en ciertas ocasiones, decidí señalarlos, por la cantidad de obras encontradas en estos ineludibles rincones, como artistas de baños públicos. Aunque debo reconocer, que con el avance tecnológico, hoy también se expresan en espacios virtuales.
Son, y lo digo odiando las generalizaciones, esa clase de artistas que deambula cargando bolígrafos, lápices, correctores, o algún elemento cortante que le permita exponer su obra en cualquier tipo de superficie. Estas herramientas, obedeciendo al estricto anonimato, no son fácilmente visibles, excepto que alguna de ellas pueda pasar desapercibida como una más utilizada por todos. En especial, y aunque sus habilidades varían desde la escritura hasta el dibujo y la escultura, se distinguen por hacer público pensamientos escuetos que involucran a terceros de cualquier edad, sexo, raza, religión, cultura, y especie. Esto, así como otras características, denota la amplia preparación de estos peritos de toilettes en todos los temas: ciencias, y pensamientos existentes en este universo, en los demás conocidos, y los que restan conocer.
Tal es su erudición que me he topado, mientras sentado despedía algún amigo entrañable, con frases tan envidiablemente inspiradas y a la misma vez denunciantes, como “Hugo puto” o “Filippa chorro”, que delatan sin más preámbulo que una vuelta de puerta, que estos creadores sanitarios gastan eternas horas de lectura y estudio sociológico para definir con una palabras a cualquier persona.
Como es costumbre, he buscado vanamente en las primeras oportunidades, la firma del creador en algún rincón de la obra, hasta que aprendí que tan impresionantes declaraciones no deben llevar ninguna identificación porque, según me confesó uno de ellos, la creación debe brillar sola.
Lo mismo sucede, me comentaron otros de estos artistas, con los que tan gentilmente ofrecen servicios por otros u otras, anunciando “Soy Hugo, me gusta el sexo con hombres, llamáme” y tan generosamente publican el número telefónico del interesado o “Soy Brenda, y quiero sexo con varios a la vez”, y también el número, el msn, y el mail. Lo único interesante de este último caso es explicar cómo Brenda pudo llegar hasta ese lugar del baño de hombres para ofrecer su servicio. Claro, en mi caso, por ser mucho menos erudito que estos artífices, entendí por la explicación de ellos, que algún artista anónimo de alma gentil lo hizo por ella, inclusive con algún retrato promocional de Brenda. Los demás, quizás menos caballeros, se dedican a añadir frases publicitarias de la oferente, como “linda putita” o “no te vas a arrepentir, no sabés cómo se mueve”. Todos sin firma del autor, claro.
Así también ocurre con aquellos que deciden rubricar su obra, me explicaba un experto. Y es porque se expone con un pseudónimo, que a la vez casualmente es el nombre de otro artista. Empíricamente aparecería como “Daniel qué rica estaba anoche tu mujer”, Claudio. Entonces, me alumbraban, Daniel es el real y Claudio también, pero el artista inspirado sigue siendo anónimo, como los otros que adhieren comentarios célebres a lo denunciado, como “la tuya también Claudio” o “por qué no se agarran entre todos”, y líneas por el estilo.De esta manera pasa también con los artistas que prefieren explayarse con temas menos escabrosos y de sentido sexual, y se diferencian publicando sus obras y brillantes pensamientos en sitios virtuales. Estos, aunque se inclinan más por la política, la economía, la sociedad y hasta las ciencias, igualmente respetan el anonimato “para que su obra brille sola” o firman con pseudónimos populares como “vecino”, “NN”, “Observador”, “Casca”, “El ojo detrás de la montaña”, “Platero y yo”, “Yo”, “Platero”, “Escapellato”, simplemente para que sus inspiraciones, obras, relatos, cuentos, y hasta amenazas le provoquen cierta sonrisita aprobadora cuando se reúna con sus colegas virtuosos a hablar del tema, igual que cuando nos reíamos a hurtadillas en el recreo de la escuela porque habíamos escrito en la puerta del baño “el director se la come”. ¡Qué satisfacción tan distinguida, que solo los artistas de baños públicos podemos sentir!

miércoles, 27 de enero de 2010

Tengo que confesar


Tengo que confesar, entre tantas cosas, que el dolor de cintura no es por el cansancio de una larga jornada de trabajo, es porque cuando era mucho más joven me golpeé jugando al fútbol y nunca quise tratarme médicamente. Así también, o algo parecido, sucede con el dolor de cabeza. No es porque esté preocupado por algo en especial, es porque en realidad soy melancólico y depresivo por naturaleza, y entre todos los cables, sanos y no, de mi cerebro no dejan de dar vueltas millones y millones de protones, neutrones, botones, y calzones de mil razones que quieren entender el por qué de las banderas, fronteras, colores, canciones y municiones.
Tengo que confesar también que cuando era niño mentí a mi madre que una tía le mandaba a pedir dinero prestado, porque con un primo queríamos fumar y no teníamos con qué comprar los cigarrillos. Consecuentemente, confieso que fumé, aunque hoy no lo haga ni lo recomiende. Confieso además que desde muy pequeño, quizás desde la misma edad en que probé fumar, me gustaron las letras, de las que me enamoré sin saber por qué y aún intento conocerlas, para amarlas aún más y saborearlas hasta que en el límite de sus sabrosos contornos vislumbre más espacio para recorrerlas sin fin.
Confieso, que por tal enamoramiento, en la escuela las clases de lengua, literatura, historia, estudios sociales, y geografía, para mí no eran lecciones de estudio sino un reposo de embelesamiento entre poemas y prosas que me convertían de Cid Campeador a un marino de Marco Polo, de un indio Mbya a soldado de Güemes, y del estadista Lilcoln al dulce Bécquer, mientras recorría con Neruda el hermoso infierno verde del contundente Horacio Quiroga, de Yaguaratés, loros, pirañas, yararás, y me volvía luego en el vulnerable, perdido, soñador, y enamorado gurí pavo, que saboreaba la chipa del recreo con un libro de García Márquez bajo el brazo.
Confieso que no me arrepiento en absoluto por las cosas que hice, y que me arrepiento hasta el cansancio desesperado por las cosas que no hice. Hasta tal punto esto, que intento vivir al día todo lo que puedo, y mato mi pegajosa melancolía con una sonrisa que arranco de simples vuelos de pájaros, mecer de hojas, ancianos de la mano, gurisitos jugando, y el humor irreverente de esta vida que debo vivirla.
Confieso que aun hoy, con treinta años de edad, prefiero las horas llenas de güira cambota, escondidas, tuli, tejo, mancha, pistoleros de guaú, armado de casitas de barro o en los árboles, caminatas sin remera hasta el río o bajo la lluvia, eternos tererés de cocú o verbena, y la arena bajo los pies descalzos, mientras pateo el agua del río o el mar; y prefiero, por haber probado los dos, mil veces un mate con el roce de su mano bajo millones de estrellas que mil horas de lujo y confort en fríos hoteles con sólo cinco de ellas; y confieso también que me parecen patéticas, aburridas, y tediosas hasta las náuseas las razones adultas en reuniones de cháchara egoísta y pretenciosos alardes vacíos.
Y confieso, para que lo sepa el mundo, aunque me falten infinitas confesiones más, que vi, viví y acaricié el amor. Confieso que me enamoró como nunca antes, que es como un rasguño suave dentro del estómago, un latido rápido que tiene las letras de su nombre, que su boca está en el aire, y sus ojos en las hojas de los árboles, sus manos en la brisa penetrante, y su piel en el barro distante. Confieso que la amo con la retinas, con las venas y las entrañas, que su suspiro es el beso que me falta, y que jamás saldrá de mi vida, aunque viva debiendo la vida que me desgarra el alma.

miércoles, 20 de enero de 2010

Gurisito


De piel forjada entre río, cielo y sol, zambulle y salta olvidándose la vida. Solo, inmerso en el silente mundo de las luces del ocaso deshoja las horas sin desdicha. Trigueño desde el pelo hasta la última rendija, saborea el agua, ríe los momentos, olvida los días.
La arena a un tiro de piedra, junto a las cañitas, el balde y las mojarras, espera paciente, llena de huellas, caricias del aire, veraniega, dorada. Ya vendrá cuando el fresco lo arrastre para disfrutar la ausencia de todos, sentado como un ovillo, bajando el ritmo, pestañeando el sueño.
Pero no hay hora ni dueño, el tiempo es suyo, acá no hay gritos ni reclamos, ni tareas de gurí, cuidador, hijo o hermano. Acá los árboles son las paredes, la orilla la cama, y las primeras estrellas la cobija del alma. Acá no hay burlones de sueños, y es una sonrisa soñar con ojos abiertos, que la luna bajará a besarse con el río mientras el horizonte esconde al sol celoso y sombrío, y el aire dibuja estelas como violines de un grillo. Acá la piel no necesita retazos que le den un brillo, para mendigar una mirada o un atisbo, acá tiene sus ojos en el cielo y en la brisa sus manos con infinitos mimos. Acá sólo es gurí de morena silueta que el atardecer lo transformó en un dorado de solitarias piruetas, que el agua lo moldea, lo seduce, lo amarra, mientras el mundo corre vano a un lado, y el sueña ser mitad gurí mitad mojarra.

sábado, 9 de enero de 2010

La orilla donde me ahogo


No sé decirlo. Una palabra no dice nada. Cuánto debo, cuánto no hice, cuánto hice. Detrás de aquella isla el sol lo sabe y la arena de acá que no tiene tus pies también. Quizás algún día deba devolverte todo, quizás no. Te miro y la luz me da tu imagen a contraluz, como aquella tarde sobre una piedra del Paraná, y todavía siento que debo seguir mirándote, que sos el río, que sos el cielo, que sos un arte, que sos la mojarrita que besa el aire.
La lluvia también lo sabe y lo dice despacio mientras la trae el viento, acaricia las hojas, y limpia el dolor. Yo pienso entre el tiempo, el agua, los demás andando su propia vida, yo andando lo mío, soñando volar con vos y ser el mismo río. Pero, todas las mañanas no alcanzan, todas las tardes no sirven, todas las noches no hablan, y a la vez te traen llevándote de una nube a otra, de un pájaro a otro, de una mirada al cielo, donde siempre estuviste, donde siempre vas a estar, cuando mire desesperado.
Tal vez de vueltas sin dar un solo giro, lleve mis días al mismo destino, tropiece mil veces en amores desabridos, rebote entre la queja vacía y reclamos mordidos, desbarate líneas sin sentido, muerda mil mares en asombro, y caiga rendido en tus brazos, la orilla donde me ahogo. Es verdad, Varela, una palabra no dice nada y al mismo tiempo esconde todo.
"Una palabra" - Carlos Varela

miércoles, 6 de enero de 2010

Los ojos de acá


La gente de acá tiene la mirada enojada, amarga, triste. Atraviesa el día con los ojos airados en una eterna queja por el agua, la luz, las calles, los semáforos, el gobierno, los precios, los políticos, el vecino, el amor, la vida. Cada pestañeo es un golpe de puño, que sale en duras letras disonantes, gestadas y grabadas en las líneas de un ceño cada vez más agrio.
Las cejas no encuentran descanso entre acomodarse con las luces, el ruido, las otras cejas, y el humor ausente por estar ocupado buscando lástima hipócrita. El aire se frunce hasta el dolor, y el suspiro es una espera que nunca llega.
En las veredas llenas de perfumes ociosos los ojos no se miran, las manos no saludan ni se tocan, los pies no paran, los labios se aprietan y el amor no existe. Y en los trenes, colectivos y taxis, la radio hace las veces de amigo invisible mientras roba alguna que otra sonrisa escondida. El piso atrapa los ojos en un silencio atroz.
El verde, el amarillo, el violeta, el marrón y el rojo tan míos, todos pasan desapercibidos colgados de pacientes árboles añosos. Y por más que el precioso azul batalla regando paz, el gris parece haberse adueñado del aire, de los edificios, del cielo, del río, de los jardines, las letras, y la vida
Aun los vistazos duelen. Observar es sufrir la pena de los demás ojos, que vagan ávidos de aventuras pasadas y las que viven en el nuncajamás. Todos miran lo invisible y aguardan la fantasía del universo ajeno, y yo no veo más que verlos.
¿Qué tiene esta gente de mí? ¿Qué tengo yo de esta gente? ¿Qué tiene de mí aquel que saborea su diminuto café detrás de su diario mientras se esfuerza por demostrar indiferencia por los demás? ¿Qué tiene de mí aquella que habla con nadie y ríe meneando el pelo intentando ser feliz? ¿Qué tiene de mí aquel que carga su pan en cartones sobre el carro? ¿Qué tiene de mí el que desgarra de su guitarra soñadora?Al fin y al cabo, la gente de acá tiene los ojos enojados, amargos, y tristes, como los míos.