domingo, 21 de octubre de 2012

Disculpe mi catinga, señor turista

Disculpe mi catinga, señor turista. El de la mesa de al lado no tiene nada que ver con el mal olor que siente, soy yo. Sé que servirle así es nauseabundo, por más que mi aroma natural esté disminuido con algún perfume transfronterizo, y quiero asegurarle que usted no tiene ninguna culpa, señor turista.

Es que, le cuento, hace mucho que el agua potable no llega a mi barrio y tampoco llega la electricidad que hace funcionar nuestra bomba del pozo de agua. Así que, imagínese, es un poco difícil mantener una buena fragancia debajo de los pliegues del cuerpo, y en la ropa que no quiere limpiarse sin agua.

Hay días en los que el Señor nos manda una lluvia, para que podamos llenar algún tambor salvador, y así podemos zafar por un tiempo (zafar significa “solución provisoria”, señor turista, algo que aquí aprendemos desde pequeños y es muy popular entre nuestros administradores).

Esta emanación que siente salir de mi cuerpo tiene una edad de tres días, y todo tiene una explicación lógica, señor turista. Si usted así lo desea, puede utilizar esa inmaculada servilleta blanca de algodón y licra, para taparse la nariz y escuchar mis más sinceras disculpas y relato de lo sucedido.

Tres jornadas atrás acepté la invitación para jugar un partido de fútbol, confiado en que a la vuelta de mi merecida recreación, podría bañarme con el agua que caía goteando en una cisterna que almacena la poca presión del servicio de agua. Pero por enésima vez en mi vida de iguazuense mi confianza fue una vez más burlada: al llegar a casa, no tenía energía para que mi bombita subiera el agua de la cisterna.

Así fue que dormí conmigo y mi catinga hasta el otro día en el que tuve que venir al hotel. Pero mientras saboreaba en mi mente esa lluvia de la ducha cayendo con fuerza sobre mí, masajeando mi picante cuero cabelludo a una temperatura ideal, recibo la orden de vestirme inmediatamente para realizar un servicio que no podía esperar que me bañe.

El evento estaba lleno de personas muy importantes, que dependiendo de la dirección del viento que daba al jardín donde disfrutaban sus manjares, pudieron sentir al mozo catingudo que les servía canapés, camarones salteados, y champagne. Yo, claro, cumplí con todo lo indicado y la sonrisa de yurú né nunca se me borró.

Al terminar la jornada, mientras me sacaba el uniforme y estaba a punto de sentir el agua perfecta, una llamada me avisa que mi casa sufrió un atentado a la propiedad privada –entiéndame, intento ser diplomático en mi relato –y salí urgente hacia allá, lavándome solo la cara.

Una vez en mi casa, descubrí que la única cosa que faltaba era la bomba del pozo, así que tuve que recurrir a mi vecino para por lo menos sacarme el aroma debajo del brazo, que ahora juntaba una mezcla de fútbol, desodorante, sol de un evento, caminata, ropa sucia, y perfume.

Así llegó la segunda noche de sueño con catinga, que fue interrumpido por otra llamada que me hizo venir urgente temprano en la mañana para servirle el desayuno a usted, señor turista. Afortunadamente tengo trabajo y voy a poder comprarme otra bomba, y eso debo agradecerle infinitamente a nuestros administradores públicos que tanto se preocupan por capacitarnos a atenderlo bien.

Además quiero comentarle que este reví né y py né es pasajero, es algo aislado, algo simplemente circunstancial, que quizás en los próximos otros diez años que este gobierno provincial siga administrando resolverá con un programa llamado Reví Né Cero, proveyendo Desodorantes Para Todos.