miércoles, 16 de diciembre de 2009

Chau, Iguazú

Chau, Iguazú. Me voy. Y esta vez debo reconocer que voy a extrañarte con cada milímetro de mi ser, más, mucho más que aquella vez, hace años, que me fui por primera vez.
Quedan tus ojos verdosos prendidos a los míos, y tus marcas rojo fuego impregnadas en mi piel. Queda también tu letanía forjada en años de indiferencia, que te hace tan apacible y a la vez tan apática, como un conflicto entre lo que siempre soñé y lo que soy.
Quedan las horas que te regalé, y me regalaste, escondidas en el alma, estudiándote, leyéndote, hablándote, saboreándote, observándote, amándote.
Quedan aquí inertes, pero vivas, las palabras en guaraní que te las ofrecí al oído, buscando vanamente que me sonrieras aprobándome en algún rincón de tus lares nativos. Pero, prometo llevarme solamente las sonrisas trigueñas de orgullosas miradas humildes brotadas de las venas del basural, de un conductor de remisse, del monte Mbya, y de algún gastronómico perdido que me escuchó; y prometo desterrar al desván del olvido sangrante las burdas burlas de los que apenas te conocen y se conocen, y prefieren venerar el tono disonante y la licenciatura en lengua inglesa.
Te dejo mis pies en las eternas veredas desparejas, y en las repentinamente nuevas, en las terradas y en las hoscas, en las exclusivas y en las olvidadas. Te dejo mi andar en los rincones impensados, en los mil veces visitados, y en los que hubiera dado mis días para verte crecer.
Te dejo mis trazos madrugadores buscando la mejor manera de contarte quién sos, qué pasa, que hace falta, qué pasará. Dejo también mis letras, y con ellas mis manos, con las que supe acariciarte sin fin, y las que jamás me atreví tan siquiera a levantarlas para agredirte y solo las tenía para defenderte. Te las dejo en donde quieras. Quizás en algún saludo, de los que era imposible desprenderse mientras te recorría. Quizás en algún mate, que sabroso me enamoraba. Quizás en las flores, que como espejos de tu sonrisa me encendían. Quizás en las ideas, que aun desterradas brotarán del polvo algún día. Quizás en los sueños de los gurises que nunca se olvidan.
Te dejo, además, sin excusas, porque la tristeza no tiene razones sino sangre dormida, muerta, pasada. Te dejo casi sin vida, por dentro ya no existo, solo recuerda que te recuerdo y que sin amor no resisto. Te dejo con tus alegrías, tus conflictos, y tu destrato, y resuelvo olvidarme que castigás la ayuda y la ternura y premiás los maltratos. Te dejo a ellos, los señores del micrófono, y los de los sillones rimbombantes, esos que en su intento de enseñarte a crecer se olvidaron crecer y son adultos infantes. Dejo también tu veneración a la fortuna, que te hacen ver en un mosquito carne vacuna, y cambiar en segundos tu enojo por ternura. Pero dejo también mis pasos, esos que los di convencido a tu lado, por creer que sos un paraíso verde, rojo, azulado, que solo precisa de un amor entregado. Te dejo así, esperando con el alma a que te prefieran crecida, pacífica, madura, nativa, y sencilla, y que aprendan a quererte con la simple vista. Y te dejo a ella, mi todo, que algún día me verá volver con la inundación o algún amor turista.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Sombra y agua fresca

La siesta traía consigo el incomparable calor misionero, arrastrado con letanía por el silencio de sudor constante, de ojos entreabiertos hacia las hojas que mecía el Jasy Jateré, entre recuerdos y sueños de otros días perdidos en las nubes de plomo.
La mano buscaba reposo en el apoyabrazos invisible, y de vez en cuando se estiraba inconciente para encontrar la otra allí cerca, tibia, con pequeños pliegues trigueños, y caricias tan inconfundibles, que llevaban al reposo inmediato a la misma hora, todos los días. Pero, volvía resignada, cansada, sudorosa, triste. Ya no estaba allí.
Los ojos la buscaban igual, insistiendo a que la vida regrese con sus sentidos y su aroma. Miraban largos ratos a la derecha, eternos lapsos a la izquierda. Nada.
Entonces la cabeza se hundía en un dormitar sin sueño ni sueños, como en las tardes que allí corría un pequeña silueta que lo hacía sonreír, sin importar que el planeta fuese una esfera o un plato, hasta que una chicharra hacía que el mundo lo tocara de nuevo con las hojas de sus dedos.
Allá sonaba un martillo persistente entre la brisa de los pensamientos que dibujaban su piel de tierra roja, inmensos verdes, mate y araucarias. Acá, la humedad subía mientras de la frente bajaba una gota amarga surcando el día, silencioso de nuevo. El Jasy ahora no mueve ninguna hoja y la vida cae en un aire denso, pesado, pegajoso.
Ayer no más se le escaparon las historias, que hoy deben andar vagando aguas abajo. Ayer no más las mismas flores que hoy lo miran caliginosas fueron una sonrisa cómplice. Ayer no más los surcos no eran vestigios, eran caminos de la mano. Ayer no más la siesta era otra.
Una hormiguita pasa oronda sobre el dedo gordo del pie, buscando su propia picada hacia el manjar lejano; y un pitogüé perdido festeja su cascarudo. Cada cual andando su trilla, volando su existencia, tocando la vida. Ahora las manos se tornan hacia arriba desganadas y roban a los ojos una pena: no está más, ya no hay roces, no están las otras manos.
La quietud embarga el corazón de entre la saliva que baja casi alcanzando los huesos. El mundo es el mismo pero otro, con la misma siesta de acá, ignorada tantas veces entre los sonidos del monte, pero con otro aire; con el mismo verde, pero de tono distinto, con el mismo misterio, pero con otro Jasy. Ya no hay retozos infinitos, ya no suena el aire de su aliento.Entonces vuela hasta el recuerdo, sueña despacito, cabecea sin sentido, mueve la vista, orea el ambiente, vacila entre la ciudad ideal y la que hoy grita en las calles, muere entre el deseo de verla diferente y las ganas de no volver a verla nunca más, sigue vagabundo entre el misterio del pueblo y la incomprensible gente, muerde la lengua que quiere gritar te amo y la suelta entre lágrimas mudas, remueve los pies entre el polvo omnipresente y los brazos del sol que verdeaban sus ojos, y la ve hermosa, única, sinceramente inolvidable, entre la sencillez de la sombra y el agua fresca.

martes, 24 de noviembre de 2009

Estamo' gestionando eso

Estamos gestionando con la gente que corresponde. Ya está, no te preocupes. Estamos dándole forma a un proyecto sobre el tema. Estamos analizando y articulando con las partes involucradas. Todas frases muy comunes de gente muy común, con la que hablamos y elegimos comúnmente. ¿Gestionar es sinónimo de hacer?, ¿sólo los políticos utilizan esas frases?
Los primeros que aparecen en la mente cuando tocamos este tema son los políticos. Seguramente porque ellos son los que más utilizan esas frases y la palabra gestionar. Pero, ¿sólo a ellos pertenecen las frases y la palabra?, ¿o también es una cuestión cultural inherente a nuestra idiosincrasia?
Hace un tiempo escuché decir a un antropólogo, de esos que tienen ganas de estudiar al ser humano y sus conductas, que el don de la palabra fue y es la más respetada en la práctica de la política. Según él, porque es la manera por excelencia para transmitir el pensamiento, las ideas, las convicciones, y los argumentos. Y tiene razón, no hay mejor manera de expresar conceptos que hablando, ¡y cómo se sufre cuando no hay palabras o cuando no sabemos usarlas!
Sin embargo, las palabras no sólo son utilizadas por los políticos. Es un don, un regalo, una habilidad netamente humana, es decir, las tenemos y utilizamos todos. Y cuando por algún motivo no las tenemos, las reemplazamos con señas, gestos, y miradas, que también expresan excelentemente, pero no logran sustituirlas completamente. Entonces, volvemos a ellas para transformar nuestros pensamientos en sonidos codificados que son interpretados por los que los escuchan. ¡Realmente un milagro!
Pero, como siempre, no todo es perfecto ni milagroso en esta vida, y las palabras pueden ser una maldición también. Por ello, quizás, a través de la historia, algunos aconsejaron usarlas lo menos posible, para evitar problemas. De aquí los refranes “en boca cerrada no entra mosca” y “uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice”, y otros sabios consejos, que por cierto, no es necesario decirlo, casi nadie obedece.
Es por esto que existen algunas expresiones y términos que se repiten con increíble frecuencia en las conversaciones diarias, casi sin pasar por la mente. Y digo casi, sólo porque la producción lingüística, según los entendidos, ocurre en el cerebro. De otra manera, se podría afirmar que hay veces que las sacamos desde la laringe solamente.
Así aparecen las frases del principio –estamos gestionando, estamos trabajando en eso, somos una institución que gestiona beneficios para “nosotros” y para la comunidad, entre otros –que de tan populares parecen ser producidos en masa en todas las laringes sin ningún tipo de paso por el cerebro, principalmente entre nosotros los latinoamericanos, según mi amigo el antropólogo.Sí, él dice que por esas repeticiones de frases inherentes a nuestra idiosincrasia, es que nosotros decimos: “sí, sí, te llamo”, cuando queremos decir que no lo vamos a llamar nunca o no nos gusta la idea que nos presentó y no nos dan las agallas para decírselo; o “mañana voy” o “vení mañana” cuando queremos decir que no queremos volver a verlo ni mañana ni pasado ni en ningún lugar; o “en la semana hablamos” cuando en realidad queremos sacarnos al tipo de encima; o “vamos a organizar algo” cuando queremos decirle al otro que compre la carne, haga el asado, haga la ensalada, ponga la casa, te invite y nosotros llevamos el vinito; o al ser requeridos para presentar alguna solución a algún problema decimos “estamos gestionando un proyecto sobre eso”, cuando la verdad es que no nos animamos a decir que no nos interesa el tema porque no afecta a los cinco gatos locos que representamos, y ese problema no es nuestro, y no nos incumbe, porque además nunca nadie nos dio pelota en todos los 40 años de existencia de la institución, pero ya estamos trabajando en eso, todos están interesados en resolverlo, cualquier cosa me comunico con ustedes mañana y les explico, o llamen cuando quieran y hablamos, pero seguro eh, mirá que acá no prometemos de valde como los políticos.

sábado, 31 de octubre de 2009

Ingeniero en Todología

Es impresionante notar cómo el argentino ha sabido instruirse en prácticamente todos los temas que acaecen a la humanidad, en tan sólo 200 años de historia de independencia de su país.
Su instrucción es tal que puede disertar por horas sobre gastronomía regional, nacional, internacional y mundial, dando pinceladas de historia americana para explicar la diferencia entre el origen del dulce de leche argentino y la cajeta mexicana; el café tomado en Colombia y el Caribe, el servido por las sucursales Starbucks, y el consumido en Francia e Italia; y además puede detallar cómo el brasileño cocina su churrasco, el uruguayo su asado con cuero, y el argentino su parrillada.
Al hacerlo, obviamente, sugiere condimentos y sazones de acuerdo a cualquier tipo de pregunta que tengan sus interlocutores, ya sean estos simples amas de casa o chefs profesionales, y ante la duda sobre algún detalle dado por él, se detiene para disiparla y a la vez argumenta sobre la filosofía que hizo saltar tal cuestionamiento en la mente de los que le escuchan.
Puede hablar sobre las emociones que envuelven a los seres humanos durante la charla o en estos tiempos de modernidad tecnológica y comunicacional, mientras discurre en las sensaciones producidas en el espíritu ciudadano por las desavenencias causadas por la práctica de una política corrupta, y al notar que un par de escuchas hablan entre sí sobre un caño del baño trancado, interrumpe pacientemente la oratoria original para explicar la mejor manera de destrabar la cañería con soda cáustica, algún cable-pasador, alambre, o en casos extremos con ácido muriático. Claro, también sugiere en qué momento del día hacerlo para que resulte mejor para todos, y aconseja no realizar nada sin consultar a la gente que sabe.
Pero, quizás lo más sorprendente de la intelectualidad de un argentino es la tranquilidad y seguridad con que se explaya sobre cualquier temática y en cualquier circunstancia. No hay manera que pueda intranquilizarse, ni siquiera si entre los que le escuchan está Gabriel García Márquez mientras él expone sobre “Cien años de soledad” y las características de la literatura latinoamericana contemporánea. Y no siente ningún tipo de reparo para sugerir alguna corrección en una nueva herramienta informática a Steve Jobs, al que encontró de casualidad en un vuelo a New York. Imagínese entonces la serenidad con la que aconseja a una madre a cómo comportarse durante su tercer parto, o cómo cocinar un asado, lavar ropa blanca, educar a los hijos, limpiar la caca del perro en la alfombra, o darle el remedio para los gases.
Sin embargo, increíblemente, lo que más resalta en la personalidad de un argentino es su afamada humildad, que lo hace inclusive más superior, ya que al tratar con él esta cuestión de saber sobre todos los temas, simplemente dice que lo único que hace es mantenerse informado y mantener la cultura general que obtuvo de sus padres y la escuela de antes, y que por eso Internet para él es lo mejor que pudiera haberse inventado.
¿Cuál es la profesión del argentino? Cualquiera. Esto no impide su preparación. Puede encontrarlo manejando un taxi y explicando las fallas de las leyes de su país, o puede hallarlo hablando de los errores de la formación de la selección de fútbol mientras repara la turbina de un 747; pero la carrera que eligió, como todos sus compatriotas, es ingeniería en todología, aunque sólo cursó los primeros dos años, porque los profesores no supieron proveer la contención apropiada para su capacidad intelectual.
Quizás por sentirse de la misma manera incomprendido, en estos 200 años de su historia, fue muy difícil para el argentino lograr resultados similares a los otros mediocres ciudadanos del mundo, que necesitan pedir ayuda a sus compañeros de equipo para no ahogarse en una cucharita de agua.

lunes, 12 de octubre de 2009

La famosa cola de paja




¡Qué terrible! Yo nunca dije ni diría algo así. Nunca insulté a nadie ni hablé sin saber del caso, y mucho menos en público. Jamás puse en duda la integridad y la buena imagen de algún vecino ni de alguna autoridad.
Es más, puedo asegurarles que mi familia se destaca en este pueblo por no difamar ni acusar a nadie, ¿leyeron bien?, a nadie, porque hemos aprendido que todos somos seres humanos, sí todos, sin excepción: mi familiar, mi amigo, mi enemigo, mi vecino, el intendente y el gobernador, todos, y todos tenemos familias y sentimientos, y tenemos que responder ante ellos las acusaciones de las que nos hacen cargo.
Hay que repudiar este tipo de sinsentido. Yo jamás me senté a hablar del que vive al lado ni dije nada en contra de mi suegra, ni mis colegas. No, no, no, eso es muy, pero malo, y totalmente inaceptable. Y, como dije anteriormente, menos que menos decirlo en público o por una radio. ¡Qué barbaridad!
¿A quién se le ocurriría, por ejemplo, ocupar una radio para defenestrar a una concejal, hasta el punto que tenga que llamar su hija adolescente para taparle la boca al que hablaba diciéndole que lo que dice es mentira y que hablaba sin pruebas, y que estaban haciendo mal a toda la familia?, ¿o inventar información para crear confusión o alentar a la protesta, u ocupar un programa entero para poner en duda la integridad de un funcionario público? No, no, a nadie, ¡cómo puede ser! Acá se respeta la información, y no se dice nada, de nada, sin pruebas, es más nunca escuché por ninguna radio a algún director de alguna cámara, por ejemplo, llamar para desmentir alguna información errónea sobre su gestión y un evento, porque primero se corroboran los datos fehacientemente para después decirlo. ¡Eso es ser un comunicador social!, ¡eso es chequear fuentes para no inventar confundiendo a la comunidad, por complejo de inferioridad, o por no estar invitados!
¡Esos son los ejemplos a seguir por todos y por los chicos que hoy nos escuchan, y a quienes algunos después critican!
¿A quién siquiera se le pasa por la cabeza decir algo para hacer dudar sobre alguien? ¡No, no! El que hace eso no tiene perdón de Dios. ¡Por favor! Yo nunca haría eso. Yo ni siquiera hablo de mi vecina, cuando tomo mate en el patio de casa, porque ella es una persona como yo, con imagen y con familia.
Por eso me encantan todas las radios locales que siguen con mucha profesionalidad su trabajo, y exigen que el que sale al aire a dar su opinión se identifique totalmente y diga donde vive, para que se haga cargo de lo que dice. ¡Eso es profesionalismo!, ¡eso es dar ejemplo de responsabilidad, y con hechos, no con palabras!
Además, me agrada y me complace mucho el ejemplo de nuestras autoridades que nunca acusan ni utilizan epítetos para referirse a sus pares de otros partidos, o para llamar al intendente o al gobernador de bruto, ladrón, corrupto, malviviente, estafador, y mucho menos llamar a una radio para decirlo. ¡No, señores! Eso no ocurre acá en Iguazú.
Yo soy un orgulloso vecino de esta ciudad, en donde reina el ejemplo de la verdad y la sinceridad, en cualquiera de los ámbitos, porque entendemos a cabalidad, por nuestra óptima preparación académica que, al fin y al cabo, somos todos seres humanos cualquiera sea nuestra profesión y donde quiera que estemos.

domingo, 4 de octubre de 2009

Bronca trágica en la Triple Frontera

La columna de humo se veía de lejos. Negra, intensa, espeluznante. Se veía inclusive desde la zona hotelera del kilómetro 5, desde donde vecinos y turistas dirigían la vista sin poder descifrar en dónde exactamente ocurría el incendio, que a esa distancia parecía ya sin precedentes en Iguazú.
Fue la primera vez que el cuerpo entero de Bomberos trabajó sin descanso por más de ocho horas con todos los voluntarios de Emergentología, para apaciguar las feroces lenguas de fuego que abrazaban todo el edificio. No había forma de ingresar al lugar para salvar a las víctimas, que para cuando llegaron los voluntarios, sumaban a cerca de cien en boca de los curiosos que siempre se adelantan a los cuerpos de ayuda.
En el lugar, detrás de la muralla hirviente, se escuchaban gritos desgarradores que desesperaban a los que intentaban hasta el heroísmo llegar hasta las voces para salvar al menos una de ellas. Uno de los bomberos falleció en el intento, cuando manejando una de las mangueras muy cerca del perímetro del fuego, escuchó el pedido de auxilio de una de las empleadas del hotel, y su corazón saltó hacia ella atravesando la columna caliente. Solamente cuando logró verla sofocada, perdida en el grueso humo, notó que el rostro se le incendiaba con un calor insoportable al igual que su espalda, por haber reaccionado con demasiado corazón y sin nada de uniforme de combate. Durante las pericias hechas después, se lo encontró calcinado cubriendo a la empleada, que murió sin aire pero sin ninguna quemadura.
Para ese entonces ya habían llegado las ambulancias y unidades de apoyo de Puerto Libertad, Puerto Esperanza, Wanda, Andresito, y efectivos de todas las fuerzas con asiento en Iguazú, que actuaban por instinto ayudando en donde sea y como sea, y hasta donde las reservas de agua alcanzaran. Así fue como, al descubrir que ni el agua de las perforaciones de hoteles aledaños ni la traída por vecinos lograba reducir al mínimo la fuerza de las llamas, se dedujo que el siniestro había sido provocado, y que el sistema antiincendio del hotel no funcionó por alguna razón.
Entonces, como una idea desesperada, y a la orden del jefe de bomberos de Iguazú, se logró colocar en la zona más cercana del río Iguazú un generador con una bomba que proveyera del agua necesaria para al menos mitigar el fuego hasta que consumiera todo lo consumible.
El apremio era tal que bomberos y voluntarios trabajaban temblando, y más al conocerse que se había declarado estado de emergencia municipal y provincial por la cantidad de víctimas que se encontraban encerradas en el edificio de más de seis pisos. Increíblemente, las críticas que empezaban a recrudecer en contra de todo organismo oficial por no prever este tipo de situaciones, empezaron a menguar y brotó de la nada la solidaridad, inclusive de paraguayos y brasileños, que cruzaban en lanchas y canoas desde sus orillas, sin que Prefectura y Migraciones hicieran caso de la cantidad de extranjeros que ingresaban, mientras que los aduaneros que quisieron revisar a los voluntarios extranjeros recibieron tal reprimenda de los iguazuenses, que por primera vez demostraron vergüenza y abandonaron sus puestos sin decir nada.
Se escuchó decir a los jefes de los cinco cuerpos de bomberos que el perímetro de fuego intenso era de 240 metros aproximadamente y que en un área mayor que esta se podría ingresar para contrarrestar el fuego desde allí con algunos pocos bomberos bien uniformados.
Así fue como un grupo elite se preparó con máscaras y todo el equipo de combate, y entró al pulmón a metros del foco principal. Su principal objetivo era acercar los enormes matafuegos y luchar en los lugares de más intensidad, a la vez que sus compañeros luchaban desde afuera para controlar que el fuego no se propagara a otros lugares. Algunos de ellos contaron después que la primera visión del lugar era abrumadora, sólo se veía la silueta del edificio entre un humo gris oscuro, hediondo, y los gritos de algunos que saltaban al vacío desde los pisos superiores hizo tambalear la concentración con un frío repentino en la zona de la espina dorsal.
Estando en ese momento fue que el oficial Rodríguez, contó después que todo pasó, en la reunión con los agentes de las fuerzas a cargo de la investigación, que vio la figura de un hombre en uno de los balcones del frente del edificio, que no aparentaba ningún tipo de desesperación sino que apoyado con ambos brazos en la baranda, miraba fijamente hacia donde estaban los autobombas y el grupo elite, como si no sintiese nada del calor a su alrededor ni fuese conciente de lo que ocurría.
Rodríguez revolvió varias veces esta visión, que no le dejó dormir por mucho tiempo, y se lo había contado a su amigo y compañero Morel hasta el cansancio, y ninguno de los dos lograba interpretar si fue real o fruto de su imaginación y adrenalina.
El resultado del siniestro fue horripilante. Después de dieciséis horas continuas de arduo trabajo, con mangueras de todo tipo, más de mil voluntarios, preparados y no, que acarreaban de a uno los baldes de agua hasta la zanja que cavaban los demás en la zona descampada, ayudaban a mantener fijas las más de cincuenta mangueras, traían agua para tomar a los que asistían a las víctimas que lograban escapar de las interminables lenguas del furioso dragón, ponían a disposición sus autos, motos, y cuanto móvil había para trasladar a los de gravedad, y el incondicional apoyo de los extranjeros con comestibles y mano de obra voluntaria, el informe oficial dio a conocer ciento setenta y dos víctimas fatales, una de ellas el bombero que saltó para salvar a la empleada, y más de cincuenta heridos de gravedad. Todos, excepto el oficial, eran empleados del hotel. El edificio debía ser derrumbado. Quedó inutilizable.
Dos semanas después, la causa del incendio aún se investigaba. Con el dato de las pericias hasta el momento se deducía que fue provocado y aun planificado, para que el fuego se iniciara desde afuera hacia dentro para que nadie escape. No había ninguna clave cierta hasta esa reunión en donde Rodríguez contó nuevamente su visión, y fue escuchado por uno de los sobrevivientes, que a su vez se animó a decir que cuando corría por uno de los pasillos, también vio al hombre de espaldas por la puerta abierta de la habitación ciento dos, que por el humo no pudo distinguirlo pero sospechaba que fuera Ramos de mantenimiento, y que al gritarle que escapara con él, el hombre ni se inmutó.
El número de habitación llamó la atención a uno de los compañeros de Rodríguez, que recordó haber sacado de ella, además del hombre calcinado, un cofre cilíndrico de acero inoxidable, que por estar herméticamente cerrado lo guardó en el depósito del cuartel para abrirlo otro día.
Unas horas después de la reunión, el cofre reveló la identidad de Eber Ramos, de 32 años de edad, técnico electromecánico, encargado del área de electricidad del sector de mantenimiento, ingresado al hotel cinco años atrás. Además, todos los planos de los circuitos eléctricos del hotel, copias de los planos de construcción, del plan de contingencia, del sistema de aspersión antiincendio, y más de veinticinco notas enviadas y con acuse de recibo al supervisor, al jefe de área, al gerente de recursos humanos, al gerente comercial, y al gerente general –todos ellos víctimas –solicitando la regularización y blanqueo del cien por ciento de su sueldo, y un pormenorizado relato de los trabajos hechos y resueltos por él sin ser responsable directo de los inconvenientes de mantenimiento del hotel.

lunes, 28 de septiembre de 2009

El argentino y sus derechos

Por mucho tiempo la humanidad buscó mediar entre los derechos de uno y de otro. Buscó la manera de que todo sea igual para todos, o similar para todos. Pero en esa búsqueda, casi siempre fracasa, para no decir que fracasa siempre, porque siempre falta cinco para el peso.
Para los que creen en la evolución, aquello que los medio-humanos-medio-monos hacían para conquistar un territorio o a una mujer –tirando piedras, pegando con el garrote, y agarrándose a las piñas –era una costumbre que el hombre (masculino o macho) adquiría al nacer, porque tenía un pilín. Y la mujer también tenía derechos adquiridos, pero sólo que los adquiría un poquito después de nacer: tenía derecho a permanecer callada, derecho a tener un hombre, y derechos los dos ojos después de la derecha que le metía el que le conquistó y le dio automáticamente el derecho a andar derechito antes de hacerle adquirir otra derecha.
Algunos piensan que los derechos nacieron recién en la época moderna. ¡No, señores! ¡No sean ignaros! Hay que saber para hablar. Los derechos nacieron con el mundo. Adán era derecho y Eva andaba derecho cuando veía algún mono medio hombre que le mostraba el garrote bien derechito.
Por ignorar este génesis es que creo que los argentinos fracasamos a la hora de tratar nuestros derechos, hoy más conocidos como derechos humanos –algo que considero el primer error del tratamiento, porque siempre los zurdos terminamos siendo discriminados. Ojo, hablo de los que utilizamos con más destreza la mano izquierda, no de los famosos zurdos políticos argentinos que demostraron que de la inteligencia de los zurdos no tienen nada. Y volviendo al tema, me pregunto: ¿por qué los privilegios y los atributos se llaman derechos humanos?, ¿por qué no se llaman zurdos humanos? ¿O en todo caso ambidiestros humanos? ¡Esto es lo que primeramente deberíamos cambiar! Creo que la mejor opción es la última, para que sea igual para todos, como descubrieron los norteamericanos.
¡Estos sí que se metieron en un lío! Y en un lío bien plofundo y caulaloso, como en el Lío que se tiene que comer Maradona en la selección, o algo así. Lo digo porque los gringos, como no tenían con quién pelearse en otra parte del mundo como hoy, se pelearon entre ellos por culpa de los derechos humanos de los negros, que en aquél momento le estaban haciendo perder guita a los industriales de los estados del norte, por brindar su excelente mano de obra por unos pocos centavitos a los hacendados de los campos del sur, que gastaban a los del norte diciéndoles: “yo con un caballo, un negro, y una guacha, gano el quíntuple de lo que vos ganás con mil inmigrantes de Europa y tus maquinitas”.
Así que se imaginan las venas de los del norte cuando fueron a hablarle a Mister Abraham Lincoln, que sería algo así como la Cris, pero en una edición un poco más sofisticada y modesta a la vez, lo digo por la similitud del lío aquél con el que tiene que lidiar hoy la presi, entre los negros y el campo, digo, y no tanto por ser parecida al estupendo estadista yankee, que con unos cuantos muertos de las dos partes creyó resolver el problema, que un poco (bastante) después un negrito llamado Martin Luther King hizo ver que no estaba nada resuelto.
Claro, los del norte que tanto pelearon a favor de la abolición de la esclavitud y los derechos de los negros se la vieron negra cuando le cayeron desde el sur los más de un millón de negros a golpearles la puerta para pedirle laburo, comida, casa –con patio, obvio –y la mano de una de las gringuitas, que tampoco sabían qué hacer con tanto famoso negro para elegir.
Entonces, los del norte entendieron que el tema este de los derechos humanos no es tan así no más, y que nos es que hay que dejar libres a los negros que hagan lo que quieran y listo, sino que después hay que proveerles de todo y para todos.
Así fue como en los Estados Unidos, en ese momento sí unidos en serio después de haberse cagado a tiros un buen rato, nacieron los baños para blancos y para negros, restaurantes para blancos y para negros, escuelas para blancos y para negros, barrios para blancos y para negros, vagones en los trenes para blancos y otros para negros, filas para comprar pasajes para blancos y para negros. Y claro, qué se creen ustedes, eran vanguardistas los yankees allá por los 1870-80-90, descubrieron la fórmula de darles el mismo derecho a todos los sin color y a los con color.
Pero, acá llegó otro problema: ese tal Luther King empezó a avivar a los negros. Y antes que lo bajen de un tiro, llegó a decir ese discursito cursi de “yo tuve un sueño de un país en donde todos comen en el mismo lugar, y van al baño juntos sin importar el color” y esos delirios de negro, y les avivó tanto, como lo hizo una tal Eva Duarte acá, que todos se dieron cuenta que los baños para blancos tenían acolchonadito el asiento del inodoro, un lindo perfumito, un espejo grande, azulejos de color con pececitos, jacuzzi, teléfono, cable tv con un plasma, y Wi Fi; mientras que el ñoba de la negrada era un 2x2 cerrado con madera de refugo, techo de ruberoy y un agujero en el piso.
Entonces todos los que escucharon a Luther dijeron: “che, este es negro pero no es boludo eeh, y tiene razón, nos dan el mismo derecho de ir de cuerpo sin que nos vean, pero tampoco la pavada”, y ahí empezaron a ir a los restaurantes que se les ocurría, a los cines que se les cantaba la regalada gana, e iban a los teatros que se les antojaba con su fasito, la birra en una botella de plástico cortada a la mitad, y con Akon y Puff Daddy a todo volumen en el caballo.
Y, se armó la hecatombe, imagínense, los carapálida pedían a los gritos a la policía que saque a esa gentuza de esos lugares, porque era imposible entender la letra de Les Miserables con el Mp7 de los negros a todo lo que da y la luz de láser de los llaveritos dirigida a las partes privadas de los actores.
Así que, como ni la policía podía andar pegando a los negros todo el día, que por la avivada mayor de Luther no reaccionaban ante ningún ataque, ni se podían ocultar los privilegios de los carapálida, entre todos decidieron mejorarle un poco la situación de los de colorcito más oscuro: hicieron los baños un poco más grandes para que los usen los que quisieran, y dejaron los azulejos y el espejo, pero en vez de Wi Fi pusieron banda ancha, y sin cable; los barrios se hicieron de ladrillos y cemento, pero los blanquitos prefirieron quedarse en sus casas, así que los negritos se fueron a vivir todos juntos; los restaurantes también cambiaron, dejaron entrar a todos, pero no servían chegusan de milanga y la birra de litro subió de 0,75 centavos a 20 pesitos en una semana, pero lo bueno es que esto provocó la creación de los carritos tan acogedores que después se transformaron en los MacDonald´s y los Buger Kings, que son a la vez la alternativa para los negros que quieren comer un sánguche con aire acondicionado. (Les aseguro que cualquier similitud con la actualidad nacional es pura casualidad)
Así pasaron muchos años de buena paz, hasta que algunos negros antes que otros, tuvieron acceso a Wi Fi y Direct TV, no se perdían un programa de Showmatch y empezaron a entrar a las páginas virtuales del gobierno, que cuando escuchó que le pedían los mismos derechos que los demás, por la experiencia anterior, no se los dieron así no más, sino que les piden algo a cambio, como por ejemplo: te doy fútbol de primera en cuatro canales, una casita de material, y vos, en vez de vender churritos vegetales o ladrillitos blancos, tenés que pegar afiches y repartir folletos cada cinco años, colgar pasacalles cada dos y escuchar a cada rato el mismo discurso de Luther, pero un poquito cambiado.
Y bueno, de a poquito vamos teniendo los mismos derechos. Algo es algo. ¿O quieren algo más? ¡Qué increíble! Siempre les falta cinco para el peso.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Un consejo para mi hija

Estuve pensando, mi corazón, en adelantarme a las circunstancias y decirte hoy todo lo que te diría cuando seas un poco más grande. No importa que a tus tempranos añitos, no comprendas mucho las reflexiones que te digo, porque con el paso del tiempo vas a notar que en realidad no importa que entiendas lo que te dicen, sino que hagas creer que entendés.
En realidad, prácticamente todas las situaciones que te van a tocar vivir son así: tenés que disimular que sabés, que entendés, que conocés, aunque muy dentro tuyo sepas que no es así. Por eso, escuchá lo que te dice papi, que fue a la escuela antes que vos y perdió el tiempo estudiando y sacándose buenas notas, que lo pusieron en el cuadro de honor de nerds y boludos. Entonces, mi reinita, si no querés terminar como papá, y te vaya mucho mejor en esta vida, lo primero que tenés que aprender es a aparentar.
Nunca digas que no sabés o que no conocés, o que todavía no aprendiste, eso te va a ser parecer humilde y vulnerable, y vos siempre tenés que parecer fuerte, sabia, e invulnerable.
Así que no te preocupes por aprender en la escuela, porque te puedo asegurar que vas a lograr pasar de grado igual que los demás si te hacés amiga de las chicas o chicos que estudian. Te sugiero que les compres algo en el recreo –papi se va a asegurar que siempre tengas plata –y así cuando haya algún examen podés hacerles acordar qué buena amiga fuiste con ellos cuando no tenían para desayunar y te van a dar las respuestas correctas. Por la nota no te calientes, lo importante es pasar al próximo grado hasta terminar la secundaria. Y si querés estar en el cuadro de honor, con los estudiantes que tienen mejor promedio, me avisás y yo hablo con la directora. Papi siempre va a estar con vos en lo posible, hasta que hagas tu camino de amistades.
Esto significa que durante la mayor parte de tu vida en este mundo, tenés que dedicarte a hacer amigos. Pero para esto también tenés que seguir algunos consejos, porque es muy importante que te hagas de buenos amigos. Es decir, desde que estás en primaria tenés que observar muy bien con quiénes te vas a juntar.
Para eso tenés te mirar con detenimiento qué zapatitos tienen tus compañeras y compañeros, qué tipo de mochila, y útiles, y siempre, siempre, preguntar en dónde trabajan sus papis. Obviamente no tenés que hacerte amiga de los compañeritos que vienen en auto con sus papás, tenés que mirar muy bien qué tipo de auto es, no te metas con cualquiera. Acordáte que es una vergüenza insuperable que te traigan a casa en cualquier auto, porque papi siempre te va a llevar y traer en un auto lindo.
Tampoco aceptes y vayas a todos los cumpleañitos que te inviten. Eso no se hace. Sólo tenés que ir a aquellos que en la tarjetita de invitación diga que habrá payasos, tortas, bocaditos, y juegos de todo tipo. No te olvides lo que te dije al principio: la imagen es lo más importante. Por eso antes de bajarte del auto para entrar a la escuela, no te olvides revisar tu peinado, tu maquillaje, y tus zapatos, eso te va a servir para cuando hagas los exámenes y para cuando tengas que cumplir con tus obligaciones de trabajo, al crecer. Cualquier otra cosa que te olvides, como tus cuadernos o alguna tarea, papá te la acerca después.
Todo esto que te digo, mi amor, te va a servir para que consigas tu primer trabajo, y sepas comportarte con propiedad en él, porque una vez que termines la secundaria, vas a haber cosechado una gran cantidad de amigos, o novios, que te van a facilitar un puesto en cualquier lugar, en los trabajos de los papis. Yo siempre quiero lo mejor para vos. Así que en la universidad ni pienses, no hace falta, para eso están los amigos. Lo único que tenés que hacer es esperar la oportunidad, que siempre te da nuestro gobierno, para solicitar un trabajo tranquilo en alguna de sus tantas oficinas, con mucho mejor sueldo que te puede dar los títulos universitarios que tiene tu tonto padre.
Ahora, si no te gustó ninguno de los chicos, porque suele pasar que los más convenientes no son muy atractivos que digamos, siempre tenés la alternativa de las buenas amigas, aunque yo te sugiero que sea un novio, uno de esos amiguitos que conociste en la escuela, ¿te acordás? Ellos te van a querer mucho y no van a dejar que te falte nada.
Si tenés un novio así, como te dijo papi, hasta podés llegar a tener un mejor trabajo, un auto, una linda familia, una casa, y hasta puede ser que ni tengas que trabajar, para cuidarte yendo al gimnasio y a algún spa. Pero siempre tenés que tener un plan B, por si ningún amiguito tiene todas las características que te interesan.
Para esto siempre tenés que ver con qué amigas te juntás. Si estás en el trabajo no pierdas tiempo en hablar de los sentimientos con todas tus compañeras, hablá con las supervisoras y los jefes, y nunca, nunca les contradigas en nada. Acordáte que ellos siempre tienen la razón, y siempre organizan fiestas con los amigos buena onda. Así vas a llegar a visitar muchos lugares, viajar, y conocer muchos otros amiguitos de otros países.
Con ellos vas a conocer también gente muy inteligente que administra el país, y firman papeles para ayudar a la gente, y así podés conseguir un trabajo y hasta te pueden dar una casa, porque vos siempre fuiste buena con ellos. Y si no, seguro te van a decir dónde podés comprar una de las que ellos hacen para la gente humilde como nosotros, o te van a indicar en qué lugar podés elegir un terreno para tu nidito de amor.
Y cuando ya estés instalada en tu nidito, por pagar eso que dicen impuestos, rentas, o registros, patentes, y esas cosas difíciles de entender, no te preocupes, porque los mismos amigos del gobierno te van a ayudar a pagar en cuotas y te van a premiar por eso, porque ellos son los que más entienden sobre inversión mínima y ganancias máximas.
Así que, cuando pienses en el progreso para esta vida, ni siquiera consideres estudios de post grado o capacitación académica, eso es para los que tienen ganas de perder el tiempo hablando y diciendo pavadas. Mejor hacéte de miles de amigos, más conocidos como contactos, y disfrutá de la estética de esta vida cortando de las filas, llamando al jefe y no a la secretaria, colándote por el costado, zafando de los controles, en definitiva... viviendo como buena argentina.
Te amo, papi.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Lo que menos se ve, más se limpia


Cada vez entiendo menos al ser humano. Y eso que me considero uno de ellos. Es que cada vez que intento descifrar algo de nuestra naturaleza, me confundo más, porque definitivamente hacemos, o actuamos, en sentido totalmente contrario a lo que dicta el sentido común, el menos común de todos; y por otro lado, aun con ejemplos muy a la mano, no nos damos cuenta que podemos aprender mucho.
Tanto es así que no nos percatamos que por alguna razón muy aleccionadora, en nuestro propio cuerpo, limpiamos y cuidamos aquello que menos se ve. O acaso no nos tomamos el tiempo para sentarnos, poner los pies en agua tibia, dejar que la mugre se ablande, limpiarlos con un jaboncito aromatizado, limarles las pezuñas, dejarlos reposar, y colocarles una cremita, y talquito, y una vez listos, limpios, con las uñitas pintadas, esconderlos con medias y zapatos. Esto en la mayoría de los casos, claro, porque hay que recordar a aquellos que prefieren no darles tanta atención a las patas, y terminan sufriendo porque no pueden sacarse los zapatos en cualquier parte.
Lo mismo sucede con otros sectores del cuerpo, que despiden el mismo aroma que delata un buen cuidado o no. O acaso no les ha sucedido que después de deslumbrarse con el perfecto rostro de una bella dama, y su espectacular cuerpo, no pudieron dirigirle la palabra porque sus axilas no se lo permitieron. Las axilas de ella, aclaremos, porque nosotros los hombres evidentemente tenemos muchos más y peores olores que tampoco dejan que ellas nos dirijan la palabra. ¿Cuáles? No se hagan los desentendidos. Los mismos que salen de lugares del cuerpo que no se ven y no limpiamos. O acaso no arrugaron la nariz justo cuando les tocó abrir la boca. Les puedo asegurar que no fue porque no estaban de acuerdo con lo que ustedes decían justamente.
Así se prueba que lo que menos se ve, más se limpia, o más se tiene que limpiar, porque es lo que más daño puede hacer en el momento justo. Imagínense el efecto pueden tener unos dientes bien cuidaditos, limpios, y fragantes, o unos sin ningún tipo de cuidado, cuando bajo las luces tenues de los faroles en una playa el Cartagena de Indias, el caballero decide besar a su princesa. Por eso quizás tenemos vergüenza de mostrar, o tapamos, ciertas partes de nuestro ser, porque sabemos que de alguna u otra forma pueden darnos a conocer tal cual somos, sin necesidad de agregar alguna descripción. Tal es el caso de nuestra alma, la parte del ser que menos se ve y más deberíamos limpiar. Pero no queremos mostrarla porque generalmente no suele gozar de mucha higiene. O por qué creen ustedes que cuando en el ambiente se percibe algún resabio de falsedad, envidia, codicia, u odio, se dice “algo huele mal”. Justamente porque algún almita no se ha tomado el tiempo de sentarse, ponerse en agua tibia, dejar que la mugre se ablande, limpiarse con un jaboncito aromatizante, limarse las asperezas, pintarla con francesitas, y esconderla detrás de una hermosa sonrisa sincera, mientras se disfruta de la tranquilidad de sacarse los zapatos donde sea.

sábado, 25 de julio de 2009

El pobrecito nos tiene así


Un día, estando en una sala de espera, escuchaba con cierta sonrisa aprobadora a una señora, —a quien vamos a llamar doña Chona Benítez— que hablaba con otro señor –a quien vamos a llamar Zabello Todus— sobre la disciplina en la escuela y en la sociedad en general.
Llamativamente, en contra de todo supuesto, doña Chona siendo mujer apoyaba la disciplina férrea, con castigos que ella decía tienen que ir desde prohibiciones hasta una varita de ligustro por la cola; mientras que Zabello, un poco más joven que Chona, defendía la disciplina basada en el diálogo constante con los estudiantes y los niños, y el formato premio—castigo, de acuerdo a “perfomance” del infante o pupilo.
Deben imaginarse que, como sucede casi siempre, los dos inmediatamente encontraron apoyo y oposición entre los que estábamos allí presentes. Y justamente esta parte es la que hizo de la situación una experiencia interesante.
Unos, los más, apoyaban a Zabello, quien contaba anécdotas en las que los maestros con pura charla lograban hacer callar y trabajar a adolescentes incontrolables, y citaba películas con ejemplos varios, y a Gardner y a Piaget, y a Edison que fue un incomprendido en la anticuada enseñanza académica, y terminó siendo el genio que inventó la luz eléctrica.
Otros, los menos, apoyaban a Chona, pero escuchaban la disertación de Zabello y sus seguidores, como casi admirando su locuacidad y ademanes finos, y sincronizados. Chona, al lado de su quieto marido, sólo negaba con la cabeza, y decía bajo: “ya te va a tocar enseñar y vamos a ver los resultados”. Zabello, al principio, respondía al reto de la señora con otros ejemplos, y hasta involucró a su madre y a su abuela comparándolas con ella, y aseguraba que su progenitora no logró nada con “las palizas” y “las estúpidas prohibiciones”. El esposo de Chona sólo sonreía, al igual que los demás que ya empezábamos a notar que los decibeles de la discusión subían cada vez más.
En eso, casi como una paradoja de la vida, un niño de aproximadamente seis años, que estaba allí esperando también con ambos padres, empezó a pedir vehementemente una gaseosa, e insistía casi gritando “quiero una Coca, quiero una Coca”, hasta que llegó a las lágrimas incontrolables, y golpes de puño a la madre, que empezaron a dejar incómodos a todos los que observábamos.
Era muy notable que el padre del niño, habiendo apoyado a Zabello frente a todos, se sentía superado por la situación y no sabía qué hacer. Zabello acudió a su ayuda. Con toda paciencia se sentó frente al niño y le preguntó si podían hablar. El gurisito le dio la espalda gritando y se zambulló en el regazo de su madre. Zabello no renunció a su cometido. Hablándole le tomó del bracito y le preguntó nuevamente si podían hablar. El nene, sorpresivamente, se dio vuelta llorando y le dio una cachetada al educador, que sonó en toda la sala en silencio.
Zabello ocultó su orgullo, y dijo que no pasaba nada. Algunos presentes rieron a escondidas, y los padres se dieron cuenta que la situación no daba para más. Otros se acercaron a ayudar con golosinas, y juguetes improvisados, pero nada parecía calmar al chico. Zabello dirigía la estrategia educativa: “pobrecito, lo estamos ahogando, él sólo quiere expresarse, vamos a darle alternativas”, mientras Chona, por experiencia quizás se mantenía inmutable, aunque se le escuchaba decir en voz baja: “sí, sí, pobrecito, el pobrecito nos tiene así, pobrecito el ladrón que no le pegue la policía, porque roba para comer, pobrecito el que chocó en la calle y no respeta las leyes de tránsito, porque no hay nadie que le enseñe, pobrecito el que se escapa de la escuela, porque se aburre, pobrecito”.
El niño seguía descontrolado. Gritaba que quería una Coca, y empujaba a los que se acercaban, ante la total pasividad de los padres, que no atinaban a nada más que pedirle que se calle.
Cuando ya todos, aun los que apoyaban a Zabello, empezaban a decir que “una cosa es hablarle y darle alternativas y otra muy diferente cuando el nene no tiene educación ni control”, ante la sorpresa de todos, el marido de Chona se levanta con su figura de grandote abuelo bonachón, le mira al nene, que también lo mira sorprendido, se acerca a su pequeño oído, le dice algo, y el niño se calma inmediatamente, sin ni siquiera un sollozo más, y unos minutos después se duerme en los brazos de la madre.
Ante semejante prueba de que su teoría es más que efectiva, Zabello mira a Chona y le dice: “vio, señora, hasta su propio marido le mostró en frente suyo que la disciplina se debe aplicar con el diálogo”, e inflando el pecho le pide al abuelito: “cuéntenos por favor qué le dijo al chico, para que aprendamos”.
El anciano se sonroja, y aunque seguro, se incomoda un poco ante la atenta mira de todos, y cuenta: “sólo le dije que si no se callaba y se comportaba bien, iba sacar mi cinto para darle una paliza que tenían que haberle dado los padres, que estaban pasando vergüenza”.
Al fin y al cabo Zabello tenía razón: todos aprendimos.

miércoles, 8 de julio de 2009

El árbol rojo


Señora, ¡encontré un árbol rojo! ¡En realidad ví dos! Sí, estaba esperando el colectivo en la avenida Victoria Aguirre de Iguazú, frente al Hospital, y justo del otro lado, en el barrio de los guardaparques, había dos árboles de hojas rojas, ¡todas eran rojas! Les saqué una foto para que vea, ¡son preciosos!
Yo sé que el arbolito que pinté en su clase no estaba bien, porque usted dijo que los árboles no tenían hojas rojas. Y le confieso, hoy con treinta años, que nunca había visto un árbol de hojas rojas hasta ese momento, pero me imaginé uno y lo pinté así. Quiero agradecerle por haberme defendido de las burlas de mis compañeros, y decirme en voz baja que dibujara otro “más lindo y de hojas bien verdes”, como el que estaba en el patio de la escuela, justo del otro lado de la ventana.
Lo hice y mejoré la nota. Pero debo confesarle también que mis lágrimas de gurisito llorón no sólo fueron provocadas por mis compañeros que, como yo, siempre siguieron las instrucciones de la clase de manualidades al pie de la letra, sino también porque yo sinceramente quería que existiera un árbol rojo.
Claro, a los siete años no tenía idea que el árbol Estrella Federal (Ephorbia) quedara en un momento dado con todas sus hojas rojas, o que fuera un árbol, sólo lo había visto como una planta con flores rojas. Entonces seguí, toda mi vida, las reglas que usted tanto nos repetía, a veces con demasiada paciencia: No salgan de los contornos. No pasen las líneas de los renglones. Dejen un margen a la izquierda. No pinten apurados. Usen colores naturales. No rayen al pintar. Las hojas son verdes. El tronco es marrón y el agua es azul, como el cielo. El pasto es verde claro y la calle marrón. Las hormigas negras y los loros verdes.
Por esta paciencia también quiero agradecerle, porque en ese momento no entendía que usted nos estaba preparando para la vida de adultos en este mundo, en el cual, siguiendo las instrucciones que nos dio, me fue muy bien, le cuento, excepto cuando por alguna u otra razón quería pintar algún árbol de color rojo. Afortunadamente, antes de hacerlo me acordaba de lo sucedido en segundo grado y así muchas veces evité que mis compañeros, esta vez mucho más grandes y con mucha más experiencia, se burlaran de mi dibujo.
Sin embargo, por más que recibiera felicitaciones por haber seguido las reglas, en mis papales tuviese buenas notas y fuese considerado un buen empleado, seguía soñando con un árbol rojo, porque en mis días mientras caminaba por la vida veía árboles de hojas amarillas, agua de color marrón y verde, cielos grises, sol violeta, personas negras, amarillas, de marrón claro, y de colores inexplicables, igualmente lindas, bellas, y reales.Hoy encontré un árbol de hojas rojas, señora, todas rojas, y no sólo encontré uno sino dos, y puedo asegurarle que de ahora en más, por más que aconseje con las mismas instrucciones que usted, para que a los chicos les vaya bien en el mundo de los grandes, ya no voy a decirles que pinten las calles de marrón, ni el agua de azul, como el cielo, ni los loros verdes ni las hormigas negras, sino que creen el mundo como lo imaginan y el amor como lo sueñen.

lunes, 22 de junio de 2009

La honestidad de Juan Cruz

Éramos cuatro pasajeros en el colectivo local ese nublado jueves de mayo. En los últimos asientos iba sentado un hombre solo, que viajaba en su mundo, sin más compañía que la vista gris del otro lado de las ventanillas. El resto, otro hombre de unos cuarenta años, Juan Cruz a su lado, y yo, íbamos sentados en los primeros asientos hablando con el chofer, movidos quizás por la parsimonia tan humana de esos días otoñales, más fuertes que la prohibición de diálogo con el que maneja.
Todos veníamos desde la zona hotelera del Kilómetro 5, aunque cuando subí en la parada del barrio Orquídeas ya estaban sentados los otos tres que, como ocurre siempre que hay pocos pasajeros, callan al ver subir a uno más hasta que éste se sienta y se acomoda, y da lugar, o no, a que continúe la charla.
Tal fue nuestro caso, y la charla continuó amena, con temas varios que siempre incluyen el estado del tiempo, con lluvia ahora, pero que ya hacía falta, pero la gente igual se queja, y nada nos conforma, pero qué bueno que las Cataratas tengan agua de acá por lo menos, porque está medio fea la mano, y el colectivo por esta zona anda bien, pero por los barrios de por allá no se puede ni entrar, y salir ni te digo, pero bueno así no más es, pero la gente no ve eso, viste, y sí, todos quieren que les vayan a buscar hasta el frente de su casa, y se quejan de los choferes como si nosotros tenemos que arreglar las calles, pero ustedes también a veces no tienen paciencia, si todos nos ponemos de acuerdo podemos exigir que las calles se arreglen, pero la gente no entiende parece, y siempre elige a los mismos, y mirá nosotros acá peleándonos entre nosotros en vez de hacer algo… y todo terminó siendo la culpa del intendente, como siempre.
Ninguno de nosotros, ni siquiera el solitario del fondo, se percató de la importante presencia de Juan Cruz hasta que llegamos a la altura de la rotonda de ingreso a la ciudad. Tal vez, como una cachetada de algún maestro omnipresente, en el preciso momento en que todos hicimos una pausa en la charla, el pequeño se levantó, se colocó de pie junto al chofer, y le pasó treinta centavos del boleto estudiantil.
-¿Por qué me das esto? –reaccionó el conductor.
- Porque yo subí acá, cuando usted iba para el kilómetro cinco, y ahora estoy volviendo para el centro, tengo que pagarle el pasaje de nuevo –contestó el niño.
La saliva que pasó por nuestras gargantas no permitió agregar nada más.
Fue Juan Cruz Caetano de nueve años, estudiante de primaria de la Ciudad de Iguazú.

jueves, 21 de mayo de 2009

El dengue produce amnesia


Aunque no lo diga a quien corresponda, la mayoría tiene atravesada en la garganta, como un hueso de pollo viejo, las ganas de gritarle a cierto sector de la prensa que tiene tendencia o animosidad para informar sobre “ciertos” temas en “ciertos” momentos, para afectar a “cierto” sector, o simplemente darse “cierto” gustito infantil de decir “le cagamos a fulano o a mengano” (perdón a los puritanos, pero así dicen).
Lo cierto es que nada hay de cierto en ciertos temas tratados inciertamente en ciertos momentos, que ciertamente causan incertidumbre entre el público que acertadamente busca una explicación cierta y honesta. Y la verdad es que muy pocos saben que todo es producto de una nueva epidemia, o efecto secundario, producido por las mismas enfermedades que se informan.
Y si no, díganme fueron víctimas de cierta epidemia de amnesia, producida por la misma picadura del Aedes. No es que se olvidaron del tema, aunque actualmente haya 40 casos sospechosos en nuestra ciudad (publicado por este medio este jueves 21), y de repente de tres a cuatro notas diarias sobre el dengue, pasaron a una cada semana y luego ninguna en un mes; si no es cierto cuando -como autocrítica lo digo, porque lo habíamos advertido- ¡qué pasó con el dengue! Adónde fueron a parar los que insistían en que se ocultaban ciertos datos para beneficiar a cierto sector en cierta temporada. Les cuento que estos, sin notarlo, es que, como les dije, están convalecientes de una amnesia crónica que ataca justamente la memoria de corto plazo.
¡Ay, perdón! Me apresuré en juzgar a mis queridos colegas, pido disculpas. Es que me olvidé que un tiempo después apareció la gripe porcina, o H1N1, y claro, merecía un lugar más importante, un “tratamiento” más importante, por la gravedad de la enfermedad, por supuesto. Hay gente que muere por la gripe del chochan, no es joda eso. Y esto del puerco casualmente cayó en la época de elecciones, armado de partidos, y campañas, pero es casualidad, les aseguro, pura casualidad. Además, ¡qué tiene que ver el chiquero con las elecciones!
La cuestión es que la mezcla de información causó otra epidemia, que tiene efectos inexplicables entre los que en alguna oportunidad tuvieron contacto con las enfermedades, aun solamente comunicando. Algunos aseguran que el Aedes, por ejemplo, fue contaminado “apropósitamente” por cierto sector turístico de cierta zona sur de nuestro país, para que los comunicadores morales de esta zona norte, que descubrieron datos ocultos siniestramente sobre la epidemia, se olvidaran del dengue hasta una semana antes de la próxima temporada alta de cierto destino que tiene agua. ¡El agua!
¡Ay!, pido disculpas nuevamente, caí en el mismo error de prejuicio hacia mis colegas. Acepto mi ignorancia. Me olvidé (me habrá picado un Aedes) que a la falta de agua, tan común en esta época del año en las Cataratas, tuvo que dársele “la prioridad” que se merece por tener mucha más importancia que dos simples epidemias que pueden causar la muerte.
Es verdad, ruego me perdonen, hay que buscar “datos ocultos” sobre el nivel del río Iguazú, que ciertos medios como este intentan tapar para beneficiar a cierto sector; y hay que hacerse eco de información brindada desde lejos sin consultas hasta que cierto medio como este salga a desmentir con datos oficiales para proteger a un minúsculo destino que nada tiene que ver con nuestro sustento.
¡Dejémonos de pavadas, vayamos corriendo hasta la oficina del director o jefe de redacción y digámosle lo que pensamos! Che, con esto del chancho y la falta de agua en Cataratas, no le estamos dando bola al dengue, nos olvidamos de darle un seguimiento (efecto secundario de la amnesia del Aedes), y ya están saliendo opiniones sobre eso, ¿qué hacemos?, ¿seguimos averiguando sobre casos o esperamos hasta la temporada de vacaciones de julio para darle con todo de nuevo? Digámosle lo que pensamos, aunque sepamos que nos sugerirá una “contraopinión” que hable sobre el límite de la información y la responsabilidad del comunicador, con un estilo y altura diferente a este boludito delirante, que lo único que hace es criticar y adelantar actitudes propias de profesionales serios como nosotros.

domingo, 10 de mayo de 2009

Nadie se va a dar cuenta

Como ocurrió en la fiesta en la que sólo había botellas de agua porque todos decidieron llevar eso para tomar total quién se va a dar cuenta, así ocurre casi imperceptiblemente pero con mucho peor efecto en nuestro existir en este planeta.
Desde hoy voy tarde total está lloviendo y todos llegan unos minutos después y nadie se va a dar cuenta, hasta si no lleno las planillas hoy quién lo va a notar si ni siquiera se dan cuenta que existo, todas esas decisiones se transforman en la razón de las situaciones menos deseadas de la cotidianeidad.
Claro, el problema es que uno piensa que no se van a dar cuenta, olvidándose de las probabilidades según la muy conocida ley de Murphy. Esa que dice que cuando uno sale sin paraguas porque “piensa” que no va a llover, lo más “probable” es que vuelva empapado no sólo del agua celestial sino de los que “a propósito” pasan por el charco de al lado y salpican agua podrida hasta el iris izquierdo.
Exactamente lo mismo nos sucede cuando decidimos atrasar “unos minutos” el despertador porque está lloviendo total si llegamos unos minutos tarde al laburo nadie lo va a notar, y cuando estamos “arreglando” el reloj pensamos en la excusa que vamos a poner si “por las dudas” todos llegan temprano. Pero, al parecer, por más que cuando lleguemos “un poquito” tarde y todos los compañeros (y el jefe) desde sus puestos de trabajo nos miren con esos ojos diabólicos e insensibles a todo problema humano, diciéndonos che, qué caradura hace media hora paró de llover, nosotros no aprendemos, porque en el mismo segundo que comienza a “gotear” en otra oportunidad ya preparamos la misma estrategia.
En este punto puedo sentir los engranajes de la mente de cada uno de los que leen, diciendo sí es verdad pero yo nunca hice eso. Sí, sí, claro. De la misma manera reaccionamos cuando un sociólogo culmina su estudio y dice que la responsabilidad de la falta de un buen gobierno es de cada ciudadano, y nuestros engranajes mentales dicen sí, la verdad, si esos ignorantes aprendieran a votar como yo, este país sería otra cosa. Sí, porque yo voté por el otro. Eso comprueba que sucede, imperceptiblemente guaú, pero sucede que cuando vamos al cuarto oscuro decidimos yo voy a votar por este que me bancó cuando contrabandeaba mercadería del Brasil total quién se va a dar cuenta, y después digo que voté por ese que camina los barrios y ayuda a los huérfanos, total quién se va a dar cuenta, y ¡zas! Sale electo el menos deseado, el más impresentable, el más corrupto, y el que durante cuatro años te rompe el (¡”$·&/()!) y te tiene de rodillas como un (¡%&·”!) rogándole que te consiga esto o aquello. Y nadie se da cuenta que lo elegimos. Total después nosotros nos mandamos un discurso sobre la necesidad de educar a los chicos acerca de la democracia y saber elegir, y ponemos ejemplos de antes cuando no pasaban estas cosas, y por Dios qué barbaridad estos chicos de hoy no saben ni donde están parados, y que vergüenza estos políticos actuales que buscan su beneficio propio, porque antes por lo menos hacían sus cositas y nadie se daba cuenta. ¡Mirá! ¡Qué casualidad! ¡Como cuando llegaste tarde al laburo!

domingo, 3 de mayo de 2009

Pobre mi blogcito

Pobre mi blogcito. Hace tiempo que no escribo algo en mi blog. Acabo de expresar algo muy lógico y evidente, casi estúpido, o boludo para los lectores de blogs, y más para los que ingresan a menudo a La Voz y ven al lado de mi carita de cumpleaños feliz el mismo título que dediqué a Tita y a Toto hace ya aproximadamente un mes.
No hay excusa que valga la explicación del por qué no he escrito algo, por eso no voy a decirles que el trabajo de todos los días ni que el momento político, ni que los días hoy corren más rápido, ni que trabajar en un medio gráfico virtual es una ocupación de 24 horas, ni que estamos metidos en una gran cantidad de actividades. Porque, primero, no me van a creer y segundo tampoco voy a encontrar la manera de satisfacerlos, así que sólo empiezo a escribir nuevamente y listo. ¿’tamo?
Ocurrieron muchas situaciones interesantes desde la última vez que aconsejé a Tita y a Toto. Algunos me dijeron que Toto ahora se hace llamar Jack, y que a Tita, aunque sin conocerme, no le desagradó la idea de llamarse Amy, y que ambos rieron sin recato al entender las indirectas que, según ellos, sirvieron más para que los otros candidatos abran los ojos que como guía a seguir.
También me comentaron que algunos, quizás los de siempre, no entendieron la ironía de las recomendaciones y dispararon a mansalva cañonazos oportunistas para desbaratar la imagen de humano perfecto que tengo y llevo con honor. Otros, dicen que, aprovecharon el caso y se les acercaron a decir “esa gente es así, siempre tira mala honda”, sin esperar quizás que Tita y Toto después se reirían de tales con el autor de los digresionados consejos.
La vida es así. Algunos entienden, otros no. Algunos ven una oportunidad para reír, otros para atacar. Algunos abren los ojos calladitos, otros se cierran cada vez más.
También se sucedieron varias situaciones de noticias, algunas harto conocidas y otras no tanto. Visitaron nuestra ciudad, por ejemplo, no como ejemplo, algunos diputados nacionales misioneros para “hablar de la problemática -les encanta esta palabra a los políticos- de la construcción de una nueva represa en el Río Iguazú”. Y hablaron, mucho. Y como en el caso de Tita y Toto, algunos se aprovecharon muy bien de la situación: los brasileños invitados nos hicieron ruborizar denunciando el desastre que somos en la frontera, y sin pelos en la lengua. Obviamente, como argentinos desde y hasta la cepa, no aceptamos que “los brasucas vengan a decirnos lo que hacemos mal”, por más que nosotros mismos en nuestras casas y en vastas charlas con amigos denunciemos y digamos que estamos hartos de los controles de la frontera, “que solo sirven para perjudicar el comercio de la ciudad”. Ahora resulta que, después que los brasucas con mucho huevo nos pintaran la cara en nuestra propia casa, los mismos que llevan adelante proyectos y reclamos para que se flexibilicen los controles, dicen que “todo está en orden y que en realidad ya se está trabajando para mejorar”. Esperemos que estos “mismos” no anden llorando por los medios cuando vean que “los mismos” no le dan bola, como no lo hacen hace 200 años de país. Gataflorismo argentino al mango.
De las noticias que no se conocieron tanto, ni por los medios ni por mi blogcito guaú, son las de las formaciones de listas y candidaturas para las próximas elecciones. Pero, como siempre, algunos se aprovechan al máximo para sacar “sus conclusiones”. Por acá se apoya, se felicita, se abraza, se da lugar para opinar, que por fin un cambio con un sublema diferente, que risas y gastadas. Y por allá, después de unos días, no yo no lo apoyo porque se vendió, porque me dijo una cosa y era otra, porque nosotros siempre mantuvimos la misma línea (excepto cuando lo apoyamos antes), y nunca decimos algo que motive a votar por A o por B.La vida es así. Algunos entienden, otros no. Algunos ven una oportunidad para reír, otros para atacar. Algunos abren los ojos calladitos, otros se cierran cada vez más. Y yo, como un boludo, observo lo que pasa y no escribo para mi pobre blogcito. Típico gataflorismo personal.

lunes, 6 de abril de 2009

Un consejo para Tita y Toto


Como soy un experto en la materia, y con tantos años de experiencia en análisis políticos, me siento con total autoridad para aconsejar a cualquiera que tenga intenciones de seguir los pasos de la excepcional carrera política. Definitivamente, una carrera, porque el ascenso es inmediato, si las estrategias son aplicadas como corresponde. Sin embargo, si no se toman los recaudos necesarios, el descenso y la desaparición pueden ser tan vertiginosos como el ascenso. Por ello, correctamente, a la participación en el ambiente político se le denomina “carrera”.
En esta oportunidad, después de haber regalado tantos exitosos consejos y sugerencias a candidatos de fórmulas ganadoras, me atrevo, con toda la humildad que me caracteriza como hombre superior, a hacer lo propio con los candidatos a concejales del Frente Renovador oficialista: Iracema “Tita” Da Silva y Luís Teodoro “Toto” Sánchez, y no Roberto Sánchez, como lo llaman algunos por confundirlo con su compañero de trabajo, o simplemente por no recordar que hay que hablar CON él primero para después hablar DE él.
Además, quiero aclarar que mi objetivo es puramente filántropo y no lucrativo, porque ocurre que siempre elijo a candidatos que poco tienen de financiero, para justamente llevarlos al éxito económico que después redundará en beneficios para todos, como los que hoy gozan de su buena posición por haber escuchado mis consejos.
Así que, Tita y Toto, quiero dejarles estas “dicas” -palabra portuguesa que aprendí durante mis extensos viajes por las ciudades brasileñas de Foz do Iguaçu y Dionisio Cerqueira, y que significa algo así como “ayudita” en nuestro idioma- para que les sirvan como guía en este camino tan escabroso y maravilloso a la vez como la política iguazuense.
Primero, quiero que se cambien esos apodos tan vulgares que tienen. Les sorprenderá lo que digo, pero es verdad. Tienen que elegir llamarse y hacerse conocer por otros nombres, que den más status marketinero a sus personas. Sugiero algo como Amy y Jack, o Yoko y Mick, o adueñarse de algún apellido extranjero, para que la gente de potenciales votos les asocie con personas de bien y de mucho poder adquisitivo que sólo quieren estar en puestos como el que pretenden para lograr cambios estructurales en la sociedad, y no para enriquecerse a sí mismos. “Tita” Da Silva y “Toto” Sánchez denotan una afinidad con lo popular, lo barrial, lo arrabalesco, y contacto con segmentos de poca cultura, y eso causa que se los asocie con ese tipo de gente justamente. Como verán, en la carrera política es muy importante “la imagen” y “la asociación” que se hace con esa apariencia.
Bajo es misma premisa, les ruego que cambien los automóviles que tienen y busquen “moverse” con mejores móviles y en lugares de más finura. Ese Falcon verde del año del ñaupa, descolorido y desalineado, moviéndose en el polvo y el barro de las calles de tierra de los suburbios, no dará ningún buen resultado en la búsqueda de una imagen políticamente correcta, señor Toto, ¿o ya debería llamarlo Jack para ayudar al cambio? Y ese móvil del municipio, señora “Tita”, ¿o Amy?, tan anticuado y mugriento con barro de las “afueras”, solamente servirá para dejarla con la gente con que siempre contactó durante su función en un departamento como ¿¿Acción Social??, ¡por favor!, pida urgentemente que le trasladen a otro sector del gobierno, o que le creen alguno que le provea de contactos más jerárquicos, como “Planificación Estratégica para el Desarrollo Turístico y Cultural de Iguazú”, y salga inmediatamente de ese departamento social que para lo único que sirve es para atender a los pobres, que ni siquiera saben hablar.
Y justamente, sobre el tema de hablar, señores Amy y Jack, es imperiosa la necesidad que tienen de mejorar el léxico y la dicción en todo sentido, para que la expresión de la que hacen uso sea una propia de políticos de jerarquía, y no meros candidatos populares. Para esto, les sugiero que participen en los impresionantes programas de análisis político que se dan en nuestra ciudad. En ellos, se foguearán con inteligentísimos conceptos como, “quién va a jugar con quién”, o profundas interpretaciones como “anoche hubo un asado en lo de y no estuvo el candidato tal”. Eso sí, asistan preparados a tales programas porque las preguntas allí pueden llegar a rozar lo sublime, y quedaría pésimo que no sepan responder a cuestionamientos como “Che, Totito, me parece que uste’ está arreglando con el otro la’o y no lo quiere decir, ¡usté es muy hábil!”, o “Tita, me parece que uste’ está pichada porque el otro le descubrió, eh!”. Además, cuídense de no decir nada que ya se sepa a gritos en todos lados, porque puede ser tomado como exclusivo o primicia, y después qué se hace cuando ya se dijo. Cuídense del ridículo.
De esa manera, y con móviles como una 4x4, o algún deportivo, y con contactos de puro nivel estratégico, que más tienen que ver con la inteligencia y la gestión que con lo parentesco y el compinchismo, se sentirán seguros para asistir a reuniones en finos bares y cafés nocturnos de nuestra ciudad, en donde obviamente se desarrollan las ideas y las estrategias de fórmulas ganadoras. Sáquense de la cabeza andar por los suburbios y las afueras ayudando al populacho, eso no lleva a ningún lado. Comiencen a asistir a programas de radio y televisión, y muévanse entre gente de alta alcurnia, que tiene ideales y siempre demostró capacidad de mando. Empezando por seguir estas humildes sugerencias, mis queridos ex Tita y ex Toto, y actuales Amy y Jack, los dos podrán disfrutar con anticipación de la victoria, como los que siguieron mis consejos y llegaron al gobierno. Porque, sinceramente, no deseo que les suceda como les sucedió al verdulero ignorante y al comerciante vulgar, que prefirieron seguir con sus chatarras y por los barrios en sus campañas, y nunca llegaron a ser concejales.

sábado, 14 de marzo de 2009

Muy bien 10, felicitado


Desde muy chico quise saber qué se dicen los políticos al saludarse después de un discurso. Me causaba tanta curiosidad que llegué a pensar que se pasaban códigos secretos para un complot que lo compartían entre unos pocos, muy elegidos, y debía cumplirse en un momento dado, que también era de dominio puro y exclusivo de una elite oculta. Cada vez que asistía a un evento observaba el mismo show: uno de ellos terminaba de hacer uso de la palabra y todos los señores de traje oscuro de la primera fila se paraban a saludarlo con un apretón de mano, un abrazo, y le decían algo sonriendo anchamente. Lo hacen hasta hoy, les cuento, por si quieren prestar atención la próxima vez que haya un acto oficial. Seguramente muchos de ustedes ya lo habrán notado, y saben lo que se dicen, pero yo no lo sabía hasta hace muy poco.
Lo descubrí cuando empecé a trabajar en este medio. Desde la primera vez que me tocó cubrir un acto de estos -políticos quise escribir, pero me salió “estos”, que es lo mismo- aproveché la oportunidad que me daba la identificación de prensa y me acercaba lo más que podía hasta el sector en donde sabía que se iban a saludar. Tanto me acercaba, que varios ministros nacionales, provinciales, y el propio intendente Filippa me guiñaron un ojo cuando coincidíamos en la mirada. Yo devolvía y devuelvo el gesto, obviamente, uno no puede andar mal con la autoridad, (mire si me hago el loco y me agarra un guardaespaldas por la espalda) sin embargo, siempre sólo hago mi trabajo: busco la toma que me indican y sirve, y escucho con mucha atención el discurso que siempre dice otra cosa que la que dice. Pero mi momento esperado es “el saludo” después de un discurso.
En oportunidades estuve muy cerca de ellos, pero no lo suficiente para escuchar lo que se decían. Siempre me molestaba algo, un escenario, los micrófonos, los aplausos, los locutores que siempre quieren decir algo más con sus perfectas voces, o mis colegas que también buscaban lo mismo que yo (creo). Otras veces estuve prácticamente sobre ellos mientras esperaban sus turnos para hablar, y escuché lo que se decían antes de ir al micrófono. Antes, cuando escuchan que un correligionario o compañero está hablando, se dicen cosas que diría cualquiera de nuestros preparadísimos y profesionales dirigentes, como “che, este se copó y se fue, eh”, “hacéle seña que nos estamos durmiendo”, o “¿adonde es el asado después?”, o “después presentáme la secretaria del ministro”. Eso sí, este tipo de comentarios no se le hace al gobernador, porque a él hay que tratarlo con respeto (es una autoridad). A él le dedican acotaciones como: “qué bien Losada con esto de la tarjetita social ¿no?, la verdad es una excelente manera de controlar votos desde lejos” o “gobernador, no se olvide que están algunos de la oposición, que criticaron las obras que está haciendo la provincia”, o “le queda muy bien la corbata roja, con la camisa blanca y el traje oscuro”. Me interesó también escuchar esto, aunque no me sorprendió mucho, pero ¡yo quería escuchar lo que se decían después del discurso!
El día llegó. Estaba todo listo. Yo estaba cerca, no había nadie ni nada que me molestaba, y me aseguré que no me molestaran en el momento justo. Estaba hablando mi gobernador, el Señor Doctor Maurice Fabián Closs. Como siempre su discurso fue excelente: una mezcla perfecta de términos técnicos y vocablos autóctonos, que condimentan una disertación para fulminar cualquier argumento sabiondo e impresionar a la menchada. Al finalizar, quedó inaugurado el lugar y muy clara la política de la renovación, y mi corazón latía rapidísimo. Afiné el oído cuando se acercó a los que lo saludarían y escuché que le dijeron: “muy bien, Mauri” y “bien, bien, gracias, excelente”, y le abrazaban y se reían. Y me desplomé de la desilusión: “¿para esto esperé tanto?”-me dije, para eso hubiese escuchado a mis colegas chupándole la media en la conferencia de prensa y listo.

viernes, 27 de febrero de 2009

El argentino es mujer


Sí, es mujer. Si usted no piensa lo mismo, entonces explíqueme cómo, por ejemplo, el argentino puede apoyar vehementemente la preparación académica, porque cree que a partir de ésta se forman sociedades civilizadamente democráticas y a la misma vez reclame protestando a favor de ella cortando calles, quemando gomas, tirando piedras, y atrasando el inicio de clases, que dice defender a costa de lo que sea. O dígame cómo es capaz de aconsejar a su hijo que el estudio es la puerta hacia el éxito, y que cuando más preparado esté mejor le va a ir, y mientras le aconseja le cuenta sobre un simple albañil local que resolvió un problema en una construcción que ingenieros civiles de la capital no supieron hacerlo; y que un chofer de turismo llegó a ser gerente de ventas en una agencia y ni siquiera terminó la secundaria; y que un guía baquiano sabe mucho más que uno recibido en la “universidá”, porque lo importante es tener vocación con la gente y no un tremendo currículum lleno de títulos y cursos; y que el país siempre salió adelante con gente práctica y no con doctores teóricos, como por ejemplo un presidente que era un coronel del ejército y sacó a la Argentina de la pobreza y uno que era doctor en leyes años después la dejó en ruinas.
O quizás usted pueda aclararme -si piensa que el argentino no es mujer- por qué se siente orgulloso hablando con un extranjero sobre la capacidad que tenían los próceres que fundaron este país, y a la misma vez confronta con datos impresionantemente exactos la versión que le enseñó a su hijo “esa maestra trucha de la escuela”, en donde el nene aprende de la santidad de nuestros padres de la patria. Y por si fuera poco felicita a los vecinos que mandaron a su hijo a estudiar “afuera”.
O tal vez usted sepa cómo hace un argentino para quejarse copiosamente de su país en una conversación en el bar de la esquina, en donde segundos después se agarra a las piñas con un paraguayo que se atrevió a difamar a la Argentina, diciendo que es un país lleno de chantas y corruptos.
O por ventura usted sabrá hacerme entender -si considera que el argentino no tiene nada de hembra- cómo razona éste cuando condena a los estadounidenses, llamándolos capitalistas explotadores, y a la misma vez llena los periódicos y las charlas radiales elogiando al pueblo que tuvo la capacidad intelectual y cultural de elegir como presidente por primera vez en su historia a un negro (de nombre árabe encima), después de años de conocido racismo y ataques terroristas por parte de los de Medio Oriente; y por si no queda claro, echa a las patadas a un empleado que se atreva tan siquiera a mencionar que elegirá a un delegado gremial porque su patrón argentino no le paga lo que corresponde, y para colmo mitad en blanco y mitad en negro.
O por ahí usted pueda esclarecerme -si aún piensa que el argentino no es fémina- cómo hace para tirarle una alfombra roja cuando atiende en una excursión al mismo yanqui que condenó ayer por imperialista demoníaco, y a la misma vez no quiere atender a un grupo de hermanos argentinos, por ratas miserables que no dejan ni un mango.
O afortunadamente usted pueda hacer que mis pobres neuronas ignaras comprendan -si es que todavía dice que el argentino no es femenino- cómo hace para no idolatrar a René Favoloro, a quien apenas conoce, porque prefiere inmortalizar y si es posible canonizar a un personaje ficticio, ladrón, pendenciero, prófugo, y asesino como Martín Fierro o su símil gaucho Gil.
Y quizás cambie de opinión, si usted logra hacerme entender cómo hacemos mis queridos compatriotas y yo, después que aceptamos las reglas de la democracia, que elige por mayoría a los gobiernos, y una vez elegido, vivimos pensando en cómo desestabilizarlo y derrocarlo; además es un misterio cómo podemos vivir en un país en donde “así no se puede vivir”.
Discúlpeme, pero hasta que no encuentre una explicación coherente, voy a seguir pensando que el argentino es mujer. Y al opinar así no es que sea machista y quiera atacar a las féminas, porque al fin y al cabo éstas son sinceras y aceptan que “ni ellas se entienden”, como me confesaron algunas, y además tienen el orgullo de lograr sus objetivos. Pero el argentino, definitivamente es mujer, porque no sabe lo que quiere.

sábado, 21 de febrero de 2009

Que no se escuche lo que usted hace en el baño


Si está en su casa, que se escuche todo, y mientras más ruidos haga mejor. El cuidado, para que no se escuche lo que hace en el baño, debe empezar cuando se dan diferentes circunstancias que pueden dañar su imagen para siempre. Una de ellas son las visitas. Aunque no es necesario explicar que mientras más cercanos sean los huéspedes, menos preocupado debe estar, igualmente hay que tener en cuenta que entre éstos puede haber algún detective amateur especialista en sonidos de ultra-toilette. Por ello, ante la presencia de tales o en el caso de estar en una residencia ajena, lo mejor es evitar ir al baño o utilizar -en el caso afortunado que haya- un excusado más privado, en donde se puede exteriorizar sin ningún tipo de restricciones. Sin embargo, se sabe que existen momentos en los cuales la situación es extremadamente incontenible, que en general, como una especie de castigo por no controlar la gula, aparecen repentinamente, con un aviso más parecido a un alerta de peligro inminente que a una simple observación, y casi siempre sin posibilidad de lograr la privacidad. Ante estos casos, lo mejor es mantener la calma, y la posición original en el momento del alerta. Si está sentado, bajo ninguna razón se levante apresurado, menos si se encuentra en un sofá que requiera algún tipo de esfuerzo para incorporarse. Recuerde que siempre es bueno seguir las estrategias de las féminas, que con su capacidad preventiva para toda ocasión, optan por sentarse en la puntita del sofá al lado del apoya brazos, o simulan no poder levantarse para recibir la ayuda de un caballero dispuesto a tomarla de la mano y realizar el esfuerzo por ellas. Obviamente, si usted resulta ser ese caballero y está en la misma situación, simule no notar el pedido de ayuda y evite un doble accidente.
Lo más recomendable es no dar señales de la necesidad, tomando distancia del lugar más concurrido. Este alejamiento debe suceder antes que aparezcan los movimientos reflejos, como sacudones de piernas, ojos aguados, rostro sonrojado, manos sudorosas y sonrisita forzada con seño fruncido en forma de lástima. Llegado el momento insoportable, haga la pregunta “¿puedo usar el excusado, por favor?”, utilizando ademanes modestos y tranquilos, como si solamente necesitase el retrete rutinariamente. Una sonrisa franca siempre es aconsejable, o un bostezo con sonido de cansancio no está demás, para dar la sensación que sólo necesita refrescarse el rostro para despertarse.
Ya con el permiso para pasar, intente a toda costa no ser acompañado hasta la entrada y mucho menos hasta adentro, ni siquiera para que le muestren “como se tira el agua”. Diga que va a estar bien, y que cualquier cosa avisa. Una vez adentro, ¡no se olvide!, el primer golpe de vista debe ser hacia el lugar en donde se ubica el preciado papel higiénico. Si no lo ve, pídalo inmediatamente. En el caso de ser tímido o el tiempo apremie, busque alternativas mientras se alivia de la carga. Puede ser una revista, de las que se suelen dejar al lado del inodoro para promover la lectura, el boleto del colectivo (de los de larga distancia) o de avión que tiene en el bolsillo, o la primera página de presentación del libro de autoayuda que se olvidaron allí. Impídase usar su pañuelo, alguna toalla, la cortina de la ducha, o cualquier elemento textil que requiera un enjuague posterior. En fin, cuando ya está ubicado en el lugar soñado, exprésese tranquilamente, pero no se dé a conocer todo de una vez, vaya soltando lo acumulado de a poco, acompañando la salida con el hojeo de lo que lee o una tos repentina, que puede aumentar su frecuencia en el caso que la despedida sea vehemente. Haga lo que haga, que no se escuche afuera lo que usted hace en el baño. Una vez aliviado, revise y haga desaparecer cuidadosamente cualquier detalle que pueda delatar su última comida. No se olvide de utilizar todos los sentidos, especialmente el olfato. Si descubre que su paso por el toilette no pasará desapercibido ni por una congestión nasal, no salga sin esparcir algo de algún desodorante -de ambiente o antitranspirante- y al lavarse las manos hágalo con abundante espuma del jabón tocador. Al reincorporarse al ambiente de la sala, y si el contexto lo permite, sonría hablando en tono seguro y audible sobre el artículo de la revista de belleza que acaba de leer, y comente graciosamente sobre las algas marinas que tienen en su dieta las deportistas chinas. Luego siéntese, y haga contacto visual con cada uno de los presentes, como si nada hubiese ocurrido. Porque recuerde: usted sigue siendo quien era bajo el pacto de silencio que hay en este país, en donde lo más importante es cuidar la imagen, por más que se sepa que usted utiliza el sanitario para pegarse un baño, echarse un buen cago, un meo, o autosatisfacerse como cualquier criatura humana de este mundo.

jueves, 19 de febrero de 2009

Iguazú reflexiona




Estimados iguazuenses:
Es hora que reflexionemos sobre qué hemos llegado a ser y somos. Por bastante tiempo hemos sido atacados por fuertes vientos de una tempestad, que sembró en nuestros corazoncitos semillas de agresión traídas de un mundo desconocido para nosotros. Y esas semillitas germinaron para transformarse en fuertes árboles que parecen omnipotentes, difíciles de talar. Desde sus ramas nos hemos lanzado epítetos y frutas putrefactas que dañaron nuestra vestimenta de ciudadanos educados y comprometidos por el progreso de nuestro pueblo y país. Sus hojas escondieron por un lapso nuestra miseria. Su sombra no nos dejaba ver que estamos sucios y harapientos. Sin embargo, por más que parezca que en 200 años de historia nacional, y 106 de historia municipal, todo está perdido, no es así. Aún tenemos por qué luchar. Debemos salir de las sombras de ese árbol malo. No nos escondamos más detrás de las hojas que ocultan nuestro dolor. Deslicémonos de sus ramas. ¡Y talemos el árbol!, ¡talemos todos los árboles!
Desde el llano, todos a la misma altura y nivel, busquemos la manera de ser tolerantes y diplomáticos con el prójimo, quien quiera que sea. Sigamos el ejemplo que nos dieron nuestros padres de familia, que con su empeño, compromiso y voluntad de disciplinar, lograron que los chicos de hoy sean tan eficientes, moderados, respetuosos y educados. Y sigamos el camino de nuestros padres de la patria, que nunca agredieron ni desearon la muerte de nadie y en su edad madura buscaron el cobijo en el matrimonio con tiernas niñas de 14 años. No utilicemos más los epítetos que dañan nuestra intachable moral. Mantengámonos alejados de los malos modelos, como medios de prensa que utilizan malas palabras en sus títulos, cual la costumbre de ese tal Crítica de la Argentina, que tristemente tiene una tirada diaria de miles de ejemplares, y como si fuese que ellos son perfectos y nadie se puede equivocar, denuncian cosas erróneas del gobierno nacional, y hacen despedir de sus dignos trabajos a funcionarios públicos al servicio del pueblo. Sírvase a observar la fotografía de su portal digital http://www.criticadigital.com/ del día 17 de febrero que publicamos para que vea qué mal ejemplo son. Es fácil corroborar la veracidad de la imagen, ingresando al portal y escribiendo en el buscador el título que aparece. Pero, sólo haga eso para corroborar, luego no visite nunca más el sitio, porque podrá ser contaminado con su agresividad y chabacanería.
¡No, señores! ¡Seamos diferentes! Optemos por utilizar eufemismos de alto nivel para desarrollar ciertos temas que acaecen en la vida diaria, y así evitemos crear pánico entre la ciudadanía, que necesita volver a sus raíces de puro trabajo y cero contrabando, como lo fueron desde un principio nuestra hermosa patria y esta frontera, digna representante de nuestro territorio. Volvamos a los fundamentos de compromiso y anticorrupción, como lo fueron los primeros gobiernos de este bendito suelo, que jamás si quiera pensaron en malversar los fondos de todos los sueldos donados por Manuel Belgrano para la construcción de 95 escuelas, las cuales hoy se yerguen cual estandartes de nuestras sólidas raíces esparcidas en toda nuestra soberanía. Regresemos a las palabras sanas, que siempre utilizaron nuestros padres, abuelos, y maestros, quienes jamás tuvieron temas tabú con nosotros, y al dialogar sobre temas candentes, decían lo mismo pero sin herir, y así lograron que disminuyeran casi a cero y que hoy casi ni existan los abusos, acosos, robos, maltrato, y violencia doméstica. Mantengamos en secreto palabras y temas que pueden herir el sentimiento de nuestros jóvenes, quienes pueden aprender solos con programas de televisión y en Internet. Seamos suaves y optimistas. En cuanto a nuestro ambiente, por ejemplo, hagámosle notar las partes buenas de las veredas, no las rotas; empeñémonos en hacerles observar los empedrados ya hechos y las calles asfaltadas, no las que todavía no se hicieron porque aún no pudimos juntar para pagar los impuestos. Mostrémosles las obras que se están haciendo y después con mucho tacto expliquémosles que todavía no están autorizadas por cuestiones de trámites, y que a pesar que ninguna se ajusta a ningún plan de ordenamiento urbano, son lindas igual, y que Iguazú las necesita, como necesita que nosotros busquemos bregar por un cambio positivo y no que elijamos justificar nuestras agresiones porque otros son agresivos o indoctos. ¡Es necesario que actuemos ya, querido vecino o vecina!, y trabajemos juntos optimistamente por más que en algún momento hayamos vestido la camiseta contraria, total cuando nos unamos para festejar con algarabía, ya no importará si se sabe que en algún momento hemos colaborado con nuestro gobierno con algún espacio solidario o no. ¡Hagámoslo por Iguazú, todos juntos, abrazados como hermanos, silbando de júbilo por las calles de nuestra amada ciudad! Volvamos a nuestras raíces más profundas y sinceras: mente positiva, ciudad positiva.

viernes, 13 de febrero de 2009

Iguazú de mierda


Confieso que me tomó un tiempo considerable decidirme a tocar este tema. Y fue más porque siempre que lo veo aflorar me fastidia tanto que se me cruzan las ideas, y tengo más ganas de insultar que de argumentar. Sin embargo, acá estoy, y a quien le caiga el aguacero que abra el paraguas, como dijo uno de los comentaristas de La Voz.
Hace muy poco, a un desafortunado profesional de la medicina local se le escapó “indio de mierda”, al encontrarse con un Mbya Guaraní que lo denunció ante la dirección del hospital por haberlo maltratado. Sí, escribí adrede “se le escapó”. Lo aclaro porque un maltrato no se justifica, y yo no estoy justificando al doctor. Dije “se le escapó” porque al ser denunciado justamente no supo controlarse y no supo bancarse su propia actitud arrogante, y le salió lo que tenía atragantado en lo más profundo y bajo de su ser. Y esto, además de ser denunciado formalmente ante las autoridades, fue publicado, es decir, cayó bajo la mirada de la gente. Lo interesante del tema es que una vez en manos del pueblo, el doctor involucrado pasó de victimario a víctima, de depredador a presa, de boxeador a cura, de jugador a pelota, y de príncipe a sapo. En los comentarios bajo la nota publicada por este medio apareció una gran cantidad de comentaristas que normalmente no escriben o están cansados cuando se ponen al tanto de lo que pasa. Sin embargo esta vez la mayoría vio un árbol caído y se lanzó a hacerlo leña. Pobre doctor, pensaba yo, y no lo decía porque no quería ser devorado por las santas fieras del pueblo. Porque si nos ponemos a pensar, esto ocurrió porque el médico fue expuesto a la opinión de una ciudad, llamada Iguazú, habitada por gente tan pulcra y sacra, que no sería capaz de pensar tan siquiera en maltratar a una persona, y menos si se trata de un aborigen-hermano-paisano Guaraní. ¡Por favor! ¿A quién se le ocurriría semejante cosa? Jamás escuché a un hermano iguazuense decir “paraguayo de mierda”, por ejemplo, porque todos acá en Iguazú saben que los pioneros que sacaron adelante este pueblo de mierda que solo tenía monte y malaria, fueron ellos. Y asistidos por los hermanos brasileños, a quienes nunca jamás un iguazuense llamó “brasilero de mierda” o “brasuca maraca”, por ejemplo, al finalizar un partido de fútbol en el que su selección nos re cagó a baile. Y seguramente también porque el iguazuense sabe que los paraguayos estuvieron antes inclusive que llegara la Administración de Parques Nacionales con su personal de Buenos Aires, a quienes nunca jamás un iguazuense se le ocurriría llamar “porteño de mierda”, por ejemplo, porque nosotros somos víctimas de su maltrato, pero nunca vamos a “ser como ellos”. Además el iguazuense, por vivir en una ciudad turística, y tener un celular último modelo, es una persona muy abierta por tener contacto con gente de todas partes del mundo, a quienes jamás in the fucking life, (jamás en la puta vida, para los argentinísimos) se les ocurriría engañar con el cambio o cobrarle demás un viaje o una excursión, y mucho menos cagarse de risa de ellos, con los compinches sobre una cerveza comprada con la “comisión”. Es que el iguazuense, ese mismo que defenestró al demoníaco doctor por maltratar a un aborigen, vive en un país en donde nunca jamás se le llamó “gallego boludo” al español, ni “perucho ignorante” al peruano, ni “bolita muerto de hambre” al boliviano, ni “polaco olor a queso” al inmigrante, ni “yanqui de mierda” al estadounidense, ni “chilote pelotudo” al chileno, ni “judío cagador” al israelita, y ni “negro villero” al que tiene la piel un poco más oscura y vive en los suburbios. Por eso quizás en Iguazú el aborigen vive recibiendo abrazos, sonrisas, trabajo, ayuda, y son el porcentaje más alto de empleados en la gastronomía y hotelería. Es que, le explico doctor, el iguazuense vive administrado por hombres a quienes jamás se les adjudicaría el título de “políticos ladrones” en ningún ámbito y menos en un medio radial, y vive en una ciudad tan linda a la que jamás ningún iguazuense llamaría “Iguazú de mierda”.