viernes, 22 de octubre de 2010

Un burro en Río



Mientras quemaba el tiempo en una de las mejores playas del mundo, se me ocurrió hacer un rostro con la arena. Con todo mi esfuerzo traté de imitar la cara que tenía en mente, pero me salió una similar a las de los Incas o Aztecas, o quien sabe quien, con el perdón de esos grandes artistas históricos, que nada tienen que ver con mi burrada.

Y hablando de burro, confieso que mientras le daba los últimos toques a mi arte, me sentía satisfecho y orgulloso, pero me dí cuenta tarde que había caído en la misma asnada del burro flautista. Sí, ese de la fábula, el que mientras pastaba tranquilamente un día, resopló y sin querer hizo brotar un sonido a la flauta que se encontraba debajo del pasto que comía. Entonces, de tan orgulloso por su hazaña, alardeaba entre sus compañeros de la granja que era un virtuoso flautista. Claro, después no pudo demostrarlo cuando todos le pidieron que tocara una melodía, porque al intentarlo sólo le salió un rebuzno que resonó en toda la chacra.

Al darme cuenta que yo había caído en lo mismo me dio mucha vergüenza, porque aunque no le conté a nadie de mi orgullo de artista, lo había pensado, y eso es peor. Así fue que recordé las muchas casualidades que hicieron que en su momento le pegara con alguna predicción, un análisis, una chilena en el partido del barrio, o un caño al mejor defensa que conocía; y después andaba creído que era un gran analista, que jugaba al fútbol como Ronaldinho. Pero claro cuando tenía que sostener lo que decía me salía un rebuzno que sonaba en toda la aldea.

Sin embargo, después de mi reflexión, no me sentí tan mal, porque creo haber aprendido a no decir o aparentar lo que no soy o no puedo sustentar después con mi trabajo y acciones; y además porque en esta gran granja humana no soy el único burro flautista. Me ha tocado, como le habrá tocado ver a usted mi querido lector, a una gran cantidad de asnos alardeando tocar la flauta como el de Hamelín, diciendo que en su repertorio existe una lista de melodías sin fin, pero cuando llega la hora de la verdad, les sale un rebuzno que les deja pagando como Tribilín.

jueves, 7 de octubre de 2010

Mirar atrás


Es interesante notar cómo en algunas culturas, como la nuestra –la argentina –el estilo de vida se basa en el concepto que todo tiempo pasado fue mejor. Antes había mejores médicos, mejores vecinos, mejor educación, mejores programas, mejores actividades, mejores festejos, y mejores personas. En consecuencia, lo de hoy es toda una basura, y lo que nos espera en el futuro es aún peor.

Así elegimos vivir en un triste hoy porque ya pasó el tiempo bueno de ayer, y lo que viene mañana lamentablemente va a dejarnos más tristes. Por eso, tal vez, cada nuevo día es un pesar, un lamento, un lapso que no tiene nada bueno, y sufrimos a medida que pasan las horas porque está todo mal y tenemos que pasarla así, sin más remedio.

Recuerdo que de pequeño, allá por la década de los ‘80, escuchaba a mi madre hablar con mis tías diciendo “¡Qué bárbaro cómo la juventud está perdida, usan la ropa toda rota, desteñida, y tienen esos jopos todos despeinados, y pelo largo los varones!”, y la tía interlocutora agregaba “No sé cómo no les da vergüenza, antes no era así, antes por lo menos se peinaban prolijitos con gomina, y se ponían la camisa adentro del pantalón, ahora sí que escuchan esa música rápida y andan con flecos por todos lados, adónde vamos a ir a parar”.

Y mientras, yo que escuchaba la charla frente al espejo tratando de que mi pelo chuzo tome la misma forma que el peinado de Gustavo Ceratti o el lacio de Axel Rose, me imaginaba un futuro lleno de asesinos, drogadictos, enfermos, alcoholizados, ladrones, asaltantes, y sin tranquilidad para ir a comprar un kilo de pan a los almacenes porque en el camino te iban a matar por el vuelto.

Con ese pensamiento, yo decidía salir a las calles de Piray con cara de malo (para no decir cara de culo), no saludaba a nadie, desconfiaba de todos –aunque los conociera a todos en el pueblo y ellos me conocieran a mi desde que usaba pañales –y entraba taciturno y de ceño fruncido a las despensas, compraba una galletita sin decir una palabra, la escondía entre mi campera de jean desteñido nevado y mi remera, y salía caminando rápido por si don Cena o don Ayala querían robarme y matarme por el vuelto. Yo ya me preparaba para el horrible futuro que me esperaba unos años más tarde.

Hoy, 20 años después de aquella conversación de mi madre y mis tías, ellas siguen tomando mate plácidamente en Piray, don Cena ya descansa en paz, don Ayala se mudó, el pueblo continúa con las mismas tranquilas calles, pero ahora algunas de asfalto, hay cómodas plazas nuevas, escuelas recientemente inauguradas, se abre un nuevo acceso impresionante desde la Ruta 12, los barrios son mucho más populosos, hay dos enormes fábricas, nadie fue asesinado, el gran porcentaje del pueblo es gente sana y trabajadora, pero en las charlas de mi madre, mis tías, mis vecinos, y compaisanos, el pasado era mucho mejor, el presente es un sufrimiento, y que Dios nos libre del futuro que nos espera.

Observando, también pude notar que mi progenitora, mis parientes, mis vecinos y mis compueblanos, tienen sus gemelos en toda la Argentina, y también, claro, acá en Iguazú. Y todos coinciden en esa contradicción de que todo tiempo pasado fue mejor, pero antes se sufría más y los jóvenes de hoy no saben nada. De la misma manera son similares en la confusión cuando señalan que no hay que detenerse a mirar el pasado y “meterle para adelante”, pero hay que escuchar a los mayores porque ellos tienen más experiencia.

Quizás por estas contradicciones, los argentinos tenemos esta forma de ser: celebramos el pasado porque era mejor, pero porque sufríamos más; lamentamos el presente porque todo está perdido, pero disfrutamos de sus comodidades; y vivimos con cara de malos (para no decir…) porque esperamos ansiosos las mejoras del horrible futuro que nos espera.

Habrá que mirar atrás, entonces, pero razonando que debemos agradecer a los mayores el esfuerzo que realizaron para darnos este presente, que es mejor que el pasado que ellos sufrieron sin las comodidades de hoy, y con el ejemplo de ellos, malo o bueno, con errores o no, celebremos con una sonrisa este mejor presente que nos traerá un mejor futuro, porque es verdad eso que nadie sabe adonde va si no sabe de donde viene.