sábado, 25 de septiembre de 2010

Una burbuja


Creo que existe una diferencia entre la ignorancia de los ojitos de los niños que disfrutaban de la inauguración de su espectacular escuela en el barrio 1 de Mayo, y la de los ojos de los adultos que estaban allí también. Y probablemente sea así porque la vida va transformando la mirada a medida que pasan los años, en los que vemos demasiado o muy poco. Pero hay una elección.

En el caso de los niños: ellos sólo disfrutaban del momento, que les proporcionaba la oportunidad de tener una escuela nueva, soñada, impresionante, más linda que la tuya, la más linda de todo el mundo. Ellos no reconocían a todos los señores de traje que hablaban por los micrófonos, sólo a la seño Luly que estaba con el guardapolvo, y estaba contenta y linda, como las otras seños que escuchaban bajo el sol con ellos, y al señor Do Amaral, papá de unos compañeritos.

Tampoco entendieron mucho de lo que se escuchaba por los parlantotes que daban miedo cuando hablaban fuerte o tocaban las bandas de los soldados. Pero ¡qué capo el almohadoncito azul y el agua fresca en botellita!, que se acordaron de proveer, como los excelentes organizadores que son los ángeles rojos, que ese día estaban de blanco, como ellos, con sus nuevos guardapolvos de insignia nueva.

Ellos sólo disfrutaban de las ocasiones para observar algo gracioso, y hablar y reír con los compañeros. Se sentaban cuando les decían que se sienten, y cuando les avisaron de nuevo, se pararon en silencio para prometer cuidar la escuela, como les hicieron practicar antes que venga el gobernador. Ellos sólo estaban contentos con la escuela nueva -que ahora tiene computadoras y todo- la música, los papis, el agua fresca, las empanadas, las gaseosas, y la increíble sensación de estudiar en un lugar grande, limpio, lindo, con flores, juegos, y hasta mástiles de hierro, que reemplazaron a la vieja tacuara.

Y esta ignorancia infantil es comprensible, natural, y hasta hermosa. Sólo porque el niño disfruta, vive, y sueña lo que el mundo de los grandes le permite.

¡Pero cuán diferente es la ignorancia que nos pertenece a los que ya no somos niños!

La mirada cambia en los ojos desconfiados, que se esconden detrás de excusas del sistema que los propios ojos adultos crean, para decir que saben sin saber, escuchar sin entender, y asistir para estar no para celebrar. Estos ojos conocen a algunos hombres de traje, y entienden lo que ellos dicen por los micrófonos, pero ignoran lo que escuchan. Estos ojos adultos eligen estar allí para ser vistos por los ojos del escenario que sin decirlo exigen verlos.

Estos ojos brillan cuando escuchan sus nombres y aplauden cuando los ven. Estos ojos hablan sin decir, porque ignoran lo que dicen. Estos ojos observan quien acompaña a quien, quien sonríe a los flashes junto a quien, quien viste como quien, y quien los mira mientras ellos miran. Estos ojos no gustan otro tipo de inauguraciones en donde no los vean, y no les importa aparecer para mirar aun cuando en otros eventos jamás se los vea. Estos ojos miran buscando que los miren sin observar que los niños los observan. Estos ojos miran con una ignorancia diferente porque eligen no saber. Estos ojos sólo miran hasta las paredes de la burbuja donde viven.