sábado, 14 de marzo de 2009

Muy bien 10, felicitado


Desde muy chico quise saber qué se dicen los políticos al saludarse después de un discurso. Me causaba tanta curiosidad que llegué a pensar que se pasaban códigos secretos para un complot que lo compartían entre unos pocos, muy elegidos, y debía cumplirse en un momento dado, que también era de dominio puro y exclusivo de una elite oculta. Cada vez que asistía a un evento observaba el mismo show: uno de ellos terminaba de hacer uso de la palabra y todos los señores de traje oscuro de la primera fila se paraban a saludarlo con un apretón de mano, un abrazo, y le decían algo sonriendo anchamente. Lo hacen hasta hoy, les cuento, por si quieren prestar atención la próxima vez que haya un acto oficial. Seguramente muchos de ustedes ya lo habrán notado, y saben lo que se dicen, pero yo no lo sabía hasta hace muy poco.
Lo descubrí cuando empecé a trabajar en este medio. Desde la primera vez que me tocó cubrir un acto de estos -políticos quise escribir, pero me salió “estos”, que es lo mismo- aproveché la oportunidad que me daba la identificación de prensa y me acercaba lo más que podía hasta el sector en donde sabía que se iban a saludar. Tanto me acercaba, que varios ministros nacionales, provinciales, y el propio intendente Filippa me guiñaron un ojo cuando coincidíamos en la mirada. Yo devolvía y devuelvo el gesto, obviamente, uno no puede andar mal con la autoridad, (mire si me hago el loco y me agarra un guardaespaldas por la espalda) sin embargo, siempre sólo hago mi trabajo: busco la toma que me indican y sirve, y escucho con mucha atención el discurso que siempre dice otra cosa que la que dice. Pero mi momento esperado es “el saludo” después de un discurso.
En oportunidades estuve muy cerca de ellos, pero no lo suficiente para escuchar lo que se decían. Siempre me molestaba algo, un escenario, los micrófonos, los aplausos, los locutores que siempre quieren decir algo más con sus perfectas voces, o mis colegas que también buscaban lo mismo que yo (creo). Otras veces estuve prácticamente sobre ellos mientras esperaban sus turnos para hablar, y escuché lo que se decían antes de ir al micrófono. Antes, cuando escuchan que un correligionario o compañero está hablando, se dicen cosas que diría cualquiera de nuestros preparadísimos y profesionales dirigentes, como “che, este se copó y se fue, eh”, “hacéle seña que nos estamos durmiendo”, o “¿adonde es el asado después?”, o “después presentáme la secretaria del ministro”. Eso sí, este tipo de comentarios no se le hace al gobernador, porque a él hay que tratarlo con respeto (es una autoridad). A él le dedican acotaciones como: “qué bien Losada con esto de la tarjetita social ¿no?, la verdad es una excelente manera de controlar votos desde lejos” o “gobernador, no se olvide que están algunos de la oposición, que criticaron las obras que está haciendo la provincia”, o “le queda muy bien la corbata roja, con la camisa blanca y el traje oscuro”. Me interesó también escuchar esto, aunque no me sorprendió mucho, pero ¡yo quería escuchar lo que se decían después del discurso!
El día llegó. Estaba todo listo. Yo estaba cerca, no había nadie ni nada que me molestaba, y me aseguré que no me molestaran en el momento justo. Estaba hablando mi gobernador, el Señor Doctor Maurice Fabián Closs. Como siempre su discurso fue excelente: una mezcla perfecta de términos técnicos y vocablos autóctonos, que condimentan una disertación para fulminar cualquier argumento sabiondo e impresionar a la menchada. Al finalizar, quedó inaugurado el lugar y muy clara la política de la renovación, y mi corazón latía rapidísimo. Afiné el oído cuando se acercó a los que lo saludarían y escuché que le dijeron: “muy bien, Mauri” y “bien, bien, gracias, excelente”, y le abrazaban y se reían. Y me desplomé de la desilusión: “¿para esto esperé tanto?”-me dije, para eso hubiese escuchado a mis colegas chupándole la media en la conferencia de prensa y listo.