viernes, 29 de julio de 2011

Ta bueno el turismo

“Está bueno el turismo” –escuché con mi oído siempre chusma, una conversación entre dos adolescentes que no pasaban de 15 años en el colectivo urbano. Inmediatamente me acomodé para escuchar con más atención, disimulando para que ellos no se dieran cuenta, claro.

Y como lo primero que escuché sonaba interesante, más saliendo de gurises de esa edad, confieso que me ilusioné hasta la emoción cuando descubrí que hay adolescentes que también hablan del tema, que parece interesar sólo a unos pocos adultos, que entienden “masomeno” el asunto.

“Viene mucha gente de muchos lados, la otra vez vi unos japoneses o koreanos no sé” –siguió la conversación –“hablaban todo así re raro, ting kun chin, chin chu lin”, se rieron hasta que uno le señaló al otro que también hablan en inglés y en castellano “para preguntar por los restaurantes y esas cosas”.

Me entusiasmaba cada vez más, pensando en el esfuerzo que se hace para que la comunidad comprenda el concepto de este rubro que nos da trabajo a todos, y principalmente para inyectar en las mentes juveniles que debemos proteger el desarrollo de esta industria sin humo.

“¡Sí, ma’ vale! Ellos estudian todo’ lo’ idioma’ boludo, y aprenden rápido”, seguían desgranando sus opiniones y pareceres, mientras yo sonreía complacido, agazapado en la butaca de enfrente, como cómplice de la estrategia que les hace caer en la trampa del aprendizaje.

Pasaron por su visita al área Cataratas, por cómo se “mueve” la ciudad en las vacaciones, y por como hay “cosas nuevas re copadas como el shopping que están haciendo y los hoteles y eso”, y entonces me animé a dar vuelta simulando mirar a otro lado, sólo para ver quiénes eran estos gurises que me hicieron caer también en ese embeleco que tiene a la ilusión como ángel-demonio seductor.

Ya pensaba en cómo contar a los conocidos sobre esta linda experiencia de escuchar a los adolescentes hablando sobre el desarrollo turístico, que tanto nos beneficia a todos, directa o indirectamente en este rinconcito del país; y que al parecer es un tema ajeno a los de menor edad.

Así estaba en mis planes de relato cuando los chicos empezaron a hablar de sus proyectos, y de cómo encarar lo que se les viene en la vida. Y esto inclinó más mi cabeza chusma.

“Yo quiero trabajar en turismo, la otra vez mi tío me contó cómo ganan ahí en la paradita de ellos con los pasajeros que van a Paraguay y a Brasil, ¡impresionante boludo! En un viaje a Paraguay la otra vez ganó tres mil pesos”, disparó uno y siguió “dice que si hablaba inglés iba a ganar más todavía”.

Es verdad, reaccioné pensando. Por eso hay que estudiar, casi me animé a meterme en el diálogo, pero me contuve. El otro estaba hablando y quería escuchar más.

“¡Sí, boludo! ‘ta bueno el turismo, traanquiiiiilo ahí le atendés a los turistas, no tené jefe, está con lo’ vago’ ahí, no tené que estudiar ni ir a una entrevista y eso”, respondió el otro, sin saber que acababa de matarme la ilusión de pensar que los mayores estamos educándolos bien.

lunes, 11 de julio de 2011

¿Cuánto valés?

Algunos son del pensar que todo se puede comprar, más cuando descubren que los más remotos datos de la historia afirman que se han comercializado desde frutas hasta voluntades, pescados y destino de pueblos enteros. Dicen que no existe nada que no se pueda adquirir por algún precio, y que hasta los campeonatos deportivos más atrapantes están todos decididos por dinero.

Tal es este convencimiento para algunos, que prefieren creer en solamente aquello que pueden adquirir comprando; no hay absolutamente nada, ni el amor, que los convenza de lo contrario. En ciertos casos crónicos, la creencia de que nada hay puro, los lleva a la depresión y a un agnosticismo hermético que los enfría hasta el congelamiento más duro.

Todo y todos tenemos un precio, dicen. Y escupen datos concretos de lo sucedido con fulano, con mengano, con el último campeonato de fútbol, con las elecciones, y apoyados en esto aseveran no confiar en nada ni en nadie, excepto en lo que ellos ven o compran.

Interesantemente, la mayoría de estos incrédulos aseguran haber sido creyentes en algún momento, y cuentan que la misma vida les hizo cambiar de opinión. Yo confié en fulano, dicen, y me salió mal. Yo puse todas mis fichas para apostar por esta causa, dicen, y todo era una farsa. Desde entonces, comentan, nunca más confié, nunca más creí, nunca más seguí a ciegas, no creo en nada ni en nadie.

“El que se quemó con la empanada, sopla hasta la sandía”, escuché decir una vez, y cuanta verdad hay en la reflexión. Sin embargo, por más que más de 2 mil años de historia hayan demostrado que millones se hayan quemado con la empanada, existe algo que hace que el ser humano siga creyendo, siga confiando, siga siguiendo a ciegas.

Algunos filósofos explican que esto es porque nuestra raza precisa de algo superior al entendimiento humano para creer y vivir, y que hasta el más agnóstico y el más anarquista se ajusta a normas sociales como vestirse o cubrirse para hacer caca o pichi, porque hay algo dentro suyo que les obliga a hacerlo, más allá que existan penas por andar mostrando el pito por ahí o meando en la calle.

Es por eso, dicen los sabios, que cualquiera de estos rebeldes contra nadie buscan un lugar privado para hacer sus necesidades y se visten por más que nadie los esté mirando. Y puede ser cierto. Algunos llaman Dios a esto que trasciende la comprensión humana, otros la llaman Conciencia, otros Remordimiento, otros Vergüenza, otros Cola de Paja, otros Alá, otros Ancestros, y con esto ajustan sus vidas para creer en algo que no se compra.

Así, esto que “no se compra”, también ha recibido nombres: espiritualidad, moralidad, humanidad, ética, sentimiento, voluntad, actitud, y amor; pero lamentablemente la historia ha demostrado que también estas cosas que no se ven han sido compradas, a veces por mucho valor a veces por poco. Si fueron comprados, no eran reales, dicen algunos. ¿Pero cómo saber si eran reales sin creer en ellos?

Entonces, en el fin de tanta vuelta, si todo se compra, la pregunta es ¿cuánto valgo yo en este gran mercado? Algo debo tener que cotice entre los productos más deseados. Y si es así, debo ponerle un precio, porque algunas cosas valen más que otras, y con el tiempo algunas pierden o ganan valor. En algún momento alguien me querrá comprar.