jueves, 24 de noviembre de 2011

Asesinos de buena fe

El infortunado estaba dando vueltas de fiaca en la cama cuando una viga del techo cayó y le partió la cabeza en dos. Los bomberos que llegaron primero encontraron sangre a más de tres metros de la cabecera, y en las gotas que salpicaron había astillas del cráneo y algunos pelos. El inesperado golpe fue muy rápido, seco de tal manera que el pedazo que madera que le abrió la testa dio de canto y no se movió de donde apoyó.

Los forenses de la policía comprobaron esto, por no encontrar ningún rastro de deslizamiento al lado de las dos partes de la cabeza, desde donde era imposible sacar alguna conclusión sobre los segundos antes del golpazo. Era de esperarse que una parte del tirante aplastara la cabeza, pero lejos de esto, el canto filoso de la tabla cortó en dos, pasando de arriba abajo separando un ojo y parte de la boca hacia un lado, y la nariz y el otro ojo hacia el otro.

No permitieron ver el cuerpo a los tres hijos del hombre y su mujer, que estaban en la escuela, los menores, y en el trabajo la madre, cuando ocurrió la desgracia. Solamente el hermano de la víctima pudo ver la masa de huesos, sangre, cerebro y almohada que hacían de cabeza al cuerpo que yacía con las manos al costado, en la empapada cama roja.

Este hermano fue el que sugirió a la policía que no dejara entrar a la familia del muerto, aunque la mujer principalmente desgarraba a gritos espeluznantes su garganta y el alma de todos los vecinos, reunidos en multitud alrededor de la casa, ahora con el techo y parte de una pared caídos. Para nadie era creíble haber saludado al hombre al llegar a su casa cerca del mediodía, después de una larga noche de trabajo como guardia de seguridad.

Solo cuando algunos escucharon a uno de los policías preguntar sobre quién había construido la casa, todos comenzaron a recordar al desprolijo albañil que había hecho toda la casa, junto a un desgreñado ayudante. Era muy evidente que el desorden y el descuido del constructor habían provocado la muerte del vecino. Todos habían visto cómo hacía la mezcla sin cuidado, y su desmedido recreo para descansar tomando tereré.

Durante otro interrogatorio de investigación la mujer había contado que un compañero de trabajo del difunto le había recomendado al albañil, y que en todo momento pareció ser un tipo respetuoso y trabajador; y que había esperado paciente cada una de las inspecciones del municipio. Todo estaba controlado.

Lo mismo declaró el compañero de trabajo que sugirió contratar al constructor, explicando que otro amigo y él lo habían tenido como albañil sin problemas, e inclusive el otro amigo tuvo la aprobación de un conocido que era uno de los que trabajaban en la municipalidad y conocía a los inspectores de construcción.

Allá fueron los investigadores a preguntar al otro amigo, quien les mostró lo hecho por el albañil en su casa, y les habló del conocido del municipio. Éste trabajador del estado contó que en el barrio el carnicero, que era hermano de uno de los cajeros de la municipalidad, también había contratado al albañil y además también podría conseguir que las inspecciones del municipio costaran un poco menos cuando se pagara en la caja del hermano. Así lo había hecho él, y dos vecinos más de ese barrio. Cuando interrogaron al cajero, no pudo negar lo sucedido porque en el registro de las facturas no aparecía ninguna de las direcciones de las casas inspeccionadas, que coincidiera con el recibo entregado a los dueños de las residencias.

Al señalar a los inspectores de obras, cada uno dijo haber recibido los papeles de pago de inspección desde administración y realizó los registros, dejando constancia de ello en las planillas correspondientes, que también tenía la firma de los constructores y de los dueños de las casas. En la revisión de las planillas, encontraron las firmas que luego la viuda reconoció que en la de ellos había firmado una vecina amiga que en los días de construcción cuidaba de los ahora huérfanos chiquitos.

En la reunión de los investigados ante el fiscal, el carnicero y el compañero de trabajo del difunto aseguraron que todo fue hecho y recomendado de buena fe, que los inspectores eran muy buenas personas y que nunca había pasado nada.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Iguazú en el país de las maravillas

La inminente declaración de las Cataratas como una de las Nuevas Siete Maravillas Naturales del Mundo; el fin de un periodo de gobierno; la llegada de uno “nuevo”, y las interminables ganas de cambio, hacen Iguazú vaya corriendo detrás del conejo que dice que está atrasado.

Más adelante, le espera un agujero justo al pie de un conocido árbol que promete el cobijo de sombras reconfortantes. El conejo va hacia ahí e Iguazú lo sigue curioso por conocer si de verdad habrá un oasis con saltos maravillosos que atraen cual imán a millones que transformarán la vida de todo un pueblo, hasta hoy esperando la bonanza.

Dicen que en ese país de las maravillas todo es para todos, y que una reina de corazones se encarga de que nadie quede sin nada. Hay comida para todos, carne para todos, shows para todos, combustible para todos, fútbol para todos, salud para todos, educación para todos, créditos para todos, deuda para todos, y espera para todos.

Allí, entre sus inmensos jardines de flores mil, y verde incomparable, la reina se ve acompañada por reyes de corazones que reparten todo para todos, y un ejército de naipes recorre las calles para asegurarse que nadie sufra la espera de la suerte. Cuelgan enredaderas floridas, y no carteles; plantan árboles y no promesas; y cada cual muestra la carta que luego tira.

En ese país de las maravillas adonde Iguazú va, no hay dolores ni olores; las sillas alcanzan para quien quiera sentarse, habla quien quiere decir lo piensa, piensa quien quiere hablar, vive bien el que necesita más, y no necesita más quien vive bien, no refunfuña quien tanto desea, ni desea tanto quien vive refunfuñando.

Habrá que ver si Iguazú, en su caída hacia el país de las maravillas, encuentra a su rey de corazones con el ejército renovador o en el lado opuesto de donde vino; habrá que ver si el ejército de naipes sigue su fila encolumnado fielmente detrás de un orden que no necesitará a un sombrerero loco ni a una tortuga que cuente fábulas extrañas.

Nos falta poco. Estamos llegando al país de las maravillas por el que todos votamos. Vendrán de todos lados, atraídos por los preciosos jardines de flores amigables que sonríen al pasar; caminaremos campos floridos de la mano de los reyes de corazones, con quienes jugaremos croquet y comeremos chipa.

Habrá paseos para todos, té para todos, basureros para todos, descuentos para todos, luz para todos, y agua para todos. No es un sueño. No estamos durmiendo recostados en el regazo de alguien debajo de un mango. ¡Seremos maravilla en el país de las maravillas! Y allá estarán Alicia, Cristina, Maurito el quijote gordito y su escudero Sancho, que harán que Iguazú ya no esté tan atrasado como el conejo.