lunes, 22 de junio de 2009

La honestidad de Juan Cruz

Éramos cuatro pasajeros en el colectivo local ese nublado jueves de mayo. En los últimos asientos iba sentado un hombre solo, que viajaba en su mundo, sin más compañía que la vista gris del otro lado de las ventanillas. El resto, otro hombre de unos cuarenta años, Juan Cruz a su lado, y yo, íbamos sentados en los primeros asientos hablando con el chofer, movidos quizás por la parsimonia tan humana de esos días otoñales, más fuertes que la prohibición de diálogo con el que maneja.
Todos veníamos desde la zona hotelera del Kilómetro 5, aunque cuando subí en la parada del barrio Orquídeas ya estaban sentados los otos tres que, como ocurre siempre que hay pocos pasajeros, callan al ver subir a uno más hasta que éste se sienta y se acomoda, y da lugar, o no, a que continúe la charla.
Tal fue nuestro caso, y la charla continuó amena, con temas varios que siempre incluyen el estado del tiempo, con lluvia ahora, pero que ya hacía falta, pero la gente igual se queja, y nada nos conforma, pero qué bueno que las Cataratas tengan agua de acá por lo menos, porque está medio fea la mano, y el colectivo por esta zona anda bien, pero por los barrios de por allá no se puede ni entrar, y salir ni te digo, pero bueno así no más es, pero la gente no ve eso, viste, y sí, todos quieren que les vayan a buscar hasta el frente de su casa, y se quejan de los choferes como si nosotros tenemos que arreglar las calles, pero ustedes también a veces no tienen paciencia, si todos nos ponemos de acuerdo podemos exigir que las calles se arreglen, pero la gente no entiende parece, y siempre elige a los mismos, y mirá nosotros acá peleándonos entre nosotros en vez de hacer algo… y todo terminó siendo la culpa del intendente, como siempre.
Ninguno de nosotros, ni siquiera el solitario del fondo, se percató de la importante presencia de Juan Cruz hasta que llegamos a la altura de la rotonda de ingreso a la ciudad. Tal vez, como una cachetada de algún maestro omnipresente, en el preciso momento en que todos hicimos una pausa en la charla, el pequeño se levantó, se colocó de pie junto al chofer, y le pasó treinta centavos del boleto estudiantil.
-¿Por qué me das esto? –reaccionó el conductor.
- Porque yo subí acá, cuando usted iba para el kilómetro cinco, y ahora estoy volviendo para el centro, tengo que pagarle el pasaje de nuevo –contestó el niño.
La saliva que pasó por nuestras gargantas no permitió agregar nada más.
Fue Juan Cruz Caetano de nueve años, estudiante de primaria de la Ciudad de Iguazú.