domingo, 24 de agosto de 2008

No digas nada


-No digas nada -me dijo- no digas nada más, y me dio un beso que no me dejó decir nada más. Pero como siempre hay algo para decir, no fue fácil volverla a mirar sin que se escapara una palabra. Así que intenté que saliera lo mejor que podría decir, y no me salió. Sus ojos seguían rogándome que me callara, que no dijera nada, y los míos lograron detener las palabras pero no la mirada. Pasaron unos segundos, casi minutos, en un completo e infinito silencio. No dijimos nada. Alrededor sonaban las gotas de alguna pérdida de agua, una música lejana, y afuera el indeseable pero acostumbrado sonido de los motores. Se podían escuchar nuestras caricias, nuestro aire, nuestro pestañeo de ojos grandes. Parecía imposible. Uno de los dos tenía que decir algo. Nos soltamos para lograr cierta distancia tal vez, y una sonrisa mutua nos volvió a juntar, pero sin una sola palabra. Por dentro volaban imperceptibles y veloces millones de pensamientos, recuerdos, halagos, admiración, cariños, pero de nada servían. No hacían falta. La piel ocupó el enorme espacio vacío, que nada podía llenar hasta el momento, y con su sabor, me fui sin entender.
Pasaba la gente, los árboles, los niños, sonaban de nuevo los motores, y como un complot en mi contra, todos hablaban de sobra, reían, decían libres lo que querían y expresaban como nunca lo que le viniese a la mente. Y no fue hasta que después de intentar comprender por varias horas en silencio, que pude deducir un pedacito de su pedido: después de todo, el amor es vivir y no explicar. Entonces decidí callarme, y llevarle en completo silencio esas flores tan preciosas que vi en el camino, sin importar que el silencio suene frío. Mis ojos dijeron todo cuando ella tomó el ramillete: “Todavía no es primavera” -me dijo. “No hace falta -pensé sonriendo y sin decir nada- al fin y al cabo el amor es vivir y no explicar”.

lunes, 18 de agosto de 2008

Opinión, gusto, o verdad


Sí, en algún momento todos opinamos. Y también contamos qué nos gusta, y lo que no nos gusta, sea cual fuere la oportunidad o el tema. El problema es que por más que estemos de acuerdo o no con el que opina o dice lo que le gusta, y seamos de los que hoy apoyan la tan mentada y defendida libertad de expresión, los conflictos de comunicación siguen existiendo. “Yo escuché que vos dijiste que no te gusta el intendente, por eso no te creo cuando le felicitás por haber puesto esta loma de burro”, sentencian algunos, con los ojos saltones y la sonrisita de omnisciente juez improvisado. A este tipo de magistrados es muy difícil hacerles entender que el gusto no tiene nada que ver con la opinión, y ésta no tiene nada que ver con la verdad. ¡¡¿Qué?!! – preguntarían los soberanos, exhalando un aire entre los dientes, y retirándose del diálogo para no perder el tiempo con ignorantes, que no saben de lo que hablan. Pero también resulta que el que quiere explicar tampoco entiende mucho qué tiene que ver un tema con otro, y entonces sí se arma el lío, porque parece ser que en nuestra manera de hablar se encuentra inherente la ambigüedad del gusto, la opinión y la verdad. Si alguna vez decimos que nos gusta o no algo o alguien, ¿qué exactamente estamos diciendo?, y ¿qué diferencia hay cuando opinamos sobre algo o alguien? Bueno, tomando literalmente las palabras “gusto” y “opinión” podríamos ocupar todo el espacio virtual que existe para explayarnos sobre significados, acepciones, e interpretaciones, que nos dejarían en el mismo lugar que empezamos, y esto también está en nuestra naturaleza y en nuestro lenguaje. Sin embargo, si solamente eligiéramos decir e interpretar el gusto como algo o alguien que nos agrada o no por su apariencia, su forma de ser, o su sabor; y de la misma manera tomásemos la opinión como un dictamen o juicio que hacemos de aquello que nos gusta o no, podríamos empezar a entendernos mejor. Es decir, a mí me gustan las curvas, la sonrisa y la esbeltez de Julia Roberts, y también me gusta mucho cómo actúa, pero opino que es una mujer triste y solitaria. Y acá puedo aclarar que por más que opine eso de la actriz, nunca me dejó de gustar, y además seguramente mi gusto y mi opinión no tienen nada que ver con la verdad absoluta. Lo mismo sucede cuando hablo de los helados, del asado, del intendente, del deporte, del vecino, de La Voz de Cataratas, de los perros, del peinado de mi mamá y de cuántos temas existan. El problema radica, al parecer, cuando mezclamos el gusto con la opinión, y queremos que así sea la verdad. Si no nos gusta algo o alguien, siempre opinamos mal sobre ello y si nos gusta, siempre opinamos bien, por más que la verdad sea evidentemente otra. Y así queremos justificar la verdad de lo malo que es el alcohol para el cuerpo, simplemente porque nos gusta la cerveza, y de la misma forma justificamos la muerte de un ladrón porque lo mató un amigo que nos gusta cómo es. Para cuando eso sucede, estamos afirmando el relativismo que dice que porque a mí me gustan las armas y me siento bien usándolas, puedo tirar a qué y a quién quiera, y lo mismo con temas como el abuso, masoquismo, homosexualidad, corrupción, y cuánto tema se le ocurra, por más que la verdad diga algo totalmente distinto y usted se pregunte hasta el final de sus días quién tiene la verdad.

sábado, 9 de agosto de 2008

El tiempo presente


El presente ya pasó, y volvió a pasar mientras decíamos que pasó. Es un tiempo que no existe, se atrevieron a decir algunos, y otros dicen que es el mejor tiempo que existe. Es quizás como un río, o como un segmento de un río. Fluye continuamente. No se detiene. No espera. Vivir en el presente es vivir prácticamente en el futuro. Es adelantarse más de lo que pensamos que podemos adelantarnos. Mientras ocurre el ahora nos perdemos pensando en los minutos, horas, días, semanas, meses y años que vienen. El ahora no existe. Ya pasó. Al menos que nosotros vayamos con él, sintamos con él, vibremos con él.
Es así que el agua que pusimos a calentar para el mate hace escasos minutos, es simplemente un recuerdo que no nos dejará tranquilos para no dejar que el agua hierva, mientras nos dedicamos a vivir en el futuro: ¿le gustará el yuyo que le pienso poner?, ¿y si no le gusta?, ¿y si me sale mal?, ¿y si no viene más?, ¿y si dice por ahí que no sé hacer ni siquiera un mate?, y el agua se calienta, se pasa, hierve, tenemos que agregarle agua fría, no es lo mismo, y la preocupación pasa a ser algo del presente, que ya pasó, y ahora nos toca pensar en las consecuencias del futuro, cuando ni siquiera tuvimos la oportunidad de sentir el sabor del primer mate. Eso no es vivir. Eso es sufrir sin vivir.
El paraguas lo llevamos en realidad porque está nublado, no porque está lloviendo. La lluvia nunca es consecuencia del paraguas. Porque si fuese así, entonces cada vez que quisiéramos que llueva, nos pondríamos de acuerdo entre unos cuantos para salir con paraguas y mover los sempiternos cielos que para que manden una lluvia. Es por eso que rabiamos cuando la lluvia nos encuentra sin paraguas, y nos olvidamos de disfrutarla mientras cae.
Entonces, quizás sea mejor que fijemos los ojos en los ojos de ella, para disfrutar del vértigo que causa en nuestras venas mientras nos sonríe, y no pensar en un posible beso futuro que aún no está, y que cuando llegue seguramente nos hará disfrutar del amor en su momento.
La brisa tiene tantas caricias que no disfrutamos por estar preocupados en que debemos volvernos a peinar.

sábado, 2 de agosto de 2008

Blanco o negro


No. Este texto no tiene nada que ver con el racismo. Bueno, en algún sentido tiene que ver, pero esta vez vamos a discriminar al propio racismo, y vamos a hablar sobre los extremos y los extremistas. Sí, ya sé, eso también incluye al racismo, ¡pero no quiero hablar del racismo! He dicho.
Confieso que presenté el tema de esa manera, porque justamente es la forma que tratamos todos los asuntos de nuestra vida: decimos que no somos extremistas, pero con los hechos demostramos lo contrario. Y al usar “nosotros” podríamos incluir a todos los seres humanos del planeta, quienes han comprobado sobradamente adorar los extremos, pero para quedar como maduros autocríticos, digamos que hablamos solo de nosotros, los argentinos.
Nosotros sí amamos los extremos. Basta con que alguna persona charle en la fila del banco con alguien conocido como “izquierdista”, para que la tilden de “guevarista”, o para ser más actuales, “golpista”. ¿O acaso no les pasó que al opinar sobre el conflicto del gobierno y el campo en cualquier lugar, se les escapó alguna frase como “todo bien con el campo, pero la guita se la llevan cuatro monos”, y para cuando dijo todo bien con el campo los ojos de “la mayoría” brillaron contentos y para cuando dijo “se la llevan cuatro monos”, los mismos ojos no sólo dejaron de brillar sino que también lo querían comer vivo? Si no les pasó, les cuento que a mí sí, pero no sólo porque me haya pasado a mí es algo absoluto, sin embargo, es tan común que suceda que a conocidos y colegas que se mantuvieron imparciales en el tema, pasaron de tildarles de oficialistas a golpistas de un segundo para otro. Además, para que se pase de un extremo a otro en milésimas de segundos no es necesario tomar ese tema de nivel nacional, sólo pensemos qué sucede en cuando decimos que no nos gustan las cosas dulces: nunca más en toda la vida te inviten una torta o un alfajor. Y lo mismo con las cosas saladas: por las dudas no lo digas, porque jamás te invitarán a un asado. No, ni siquiera al cumpleaños de tu amigo, porque cuando llegues habrá una ensaladita sin sal en la punta de la mesa “porque consideraron tus gustos”. Y no te gastes en explicar que no quisiste decir que en realidad hay algunas cosas saladas que comés, porque pasarías a ser un tipo fluctuante que no sabe lo que quiere, y nunca más te escucharán con seriedad cualquier opinión que tengas. Sí, aunque opines sobre el Papa o el último partido de Boquita.
Lo más triste de esto es que traté de no ser extremista al tratar el tema, y me costó. Pero descubro que no, que realmente soy y somos así. Sólo es necesario que alguien opine lo contrario de lo que acabo de decir, y ya no será más amigo mío, y si no era mi amigo, nunca lo será. He dicho.
(Gracias Benetton por la foto)