miércoles, 12 de agosto de 2009

Lo que menos se ve, más se limpia


Cada vez entiendo menos al ser humano. Y eso que me considero uno de ellos. Es que cada vez que intento descifrar algo de nuestra naturaleza, me confundo más, porque definitivamente hacemos, o actuamos, en sentido totalmente contrario a lo que dicta el sentido común, el menos común de todos; y por otro lado, aun con ejemplos muy a la mano, no nos damos cuenta que podemos aprender mucho.
Tanto es así que no nos percatamos que por alguna razón muy aleccionadora, en nuestro propio cuerpo, limpiamos y cuidamos aquello que menos se ve. O acaso no nos tomamos el tiempo para sentarnos, poner los pies en agua tibia, dejar que la mugre se ablande, limpiarlos con un jaboncito aromatizado, limarles las pezuñas, dejarlos reposar, y colocarles una cremita, y talquito, y una vez listos, limpios, con las uñitas pintadas, esconderlos con medias y zapatos. Esto en la mayoría de los casos, claro, porque hay que recordar a aquellos que prefieren no darles tanta atención a las patas, y terminan sufriendo porque no pueden sacarse los zapatos en cualquier parte.
Lo mismo sucede con otros sectores del cuerpo, que despiden el mismo aroma que delata un buen cuidado o no. O acaso no les ha sucedido que después de deslumbrarse con el perfecto rostro de una bella dama, y su espectacular cuerpo, no pudieron dirigirle la palabra porque sus axilas no se lo permitieron. Las axilas de ella, aclaremos, porque nosotros los hombres evidentemente tenemos muchos más y peores olores que tampoco dejan que ellas nos dirijan la palabra. ¿Cuáles? No se hagan los desentendidos. Los mismos que salen de lugares del cuerpo que no se ven y no limpiamos. O acaso no arrugaron la nariz justo cuando les tocó abrir la boca. Les puedo asegurar que no fue porque no estaban de acuerdo con lo que ustedes decían justamente.
Así se prueba que lo que menos se ve, más se limpia, o más se tiene que limpiar, porque es lo que más daño puede hacer en el momento justo. Imagínense el efecto pueden tener unos dientes bien cuidaditos, limpios, y fragantes, o unos sin ningún tipo de cuidado, cuando bajo las luces tenues de los faroles en una playa el Cartagena de Indias, el caballero decide besar a su princesa. Por eso quizás tenemos vergüenza de mostrar, o tapamos, ciertas partes de nuestro ser, porque sabemos que de alguna u otra forma pueden darnos a conocer tal cual somos, sin necesidad de agregar alguna descripción. Tal es el caso de nuestra alma, la parte del ser que menos se ve y más deberíamos limpiar. Pero no queremos mostrarla porque generalmente no suele gozar de mucha higiene. O por qué creen ustedes que cuando en el ambiente se percibe algún resabio de falsedad, envidia, codicia, u odio, se dice “algo huele mal”. Justamente porque algún almita no se ha tomado el tiempo de sentarse, ponerse en agua tibia, dejar que la mugre se ablande, limpiarse con un jaboncito aromatizante, limarse las asperezas, pintarla con francesitas, y esconderla detrás de una hermosa sonrisa sincera, mientras se disfruta de la tranquilidad de sacarse los zapatos donde sea.