lunes, 18 de agosto de 2008

Opinión, gusto, o verdad


Sí, en algún momento todos opinamos. Y también contamos qué nos gusta, y lo que no nos gusta, sea cual fuere la oportunidad o el tema. El problema es que por más que estemos de acuerdo o no con el que opina o dice lo que le gusta, y seamos de los que hoy apoyan la tan mentada y defendida libertad de expresión, los conflictos de comunicación siguen existiendo. “Yo escuché que vos dijiste que no te gusta el intendente, por eso no te creo cuando le felicitás por haber puesto esta loma de burro”, sentencian algunos, con los ojos saltones y la sonrisita de omnisciente juez improvisado. A este tipo de magistrados es muy difícil hacerles entender que el gusto no tiene nada que ver con la opinión, y ésta no tiene nada que ver con la verdad. ¡¡¿Qué?!! – preguntarían los soberanos, exhalando un aire entre los dientes, y retirándose del diálogo para no perder el tiempo con ignorantes, que no saben de lo que hablan. Pero también resulta que el que quiere explicar tampoco entiende mucho qué tiene que ver un tema con otro, y entonces sí se arma el lío, porque parece ser que en nuestra manera de hablar se encuentra inherente la ambigüedad del gusto, la opinión y la verdad. Si alguna vez decimos que nos gusta o no algo o alguien, ¿qué exactamente estamos diciendo?, y ¿qué diferencia hay cuando opinamos sobre algo o alguien? Bueno, tomando literalmente las palabras “gusto” y “opinión” podríamos ocupar todo el espacio virtual que existe para explayarnos sobre significados, acepciones, e interpretaciones, que nos dejarían en el mismo lugar que empezamos, y esto también está en nuestra naturaleza y en nuestro lenguaje. Sin embargo, si solamente eligiéramos decir e interpretar el gusto como algo o alguien que nos agrada o no por su apariencia, su forma de ser, o su sabor; y de la misma manera tomásemos la opinión como un dictamen o juicio que hacemos de aquello que nos gusta o no, podríamos empezar a entendernos mejor. Es decir, a mí me gustan las curvas, la sonrisa y la esbeltez de Julia Roberts, y también me gusta mucho cómo actúa, pero opino que es una mujer triste y solitaria. Y acá puedo aclarar que por más que opine eso de la actriz, nunca me dejó de gustar, y además seguramente mi gusto y mi opinión no tienen nada que ver con la verdad absoluta. Lo mismo sucede cuando hablo de los helados, del asado, del intendente, del deporte, del vecino, de La Voz de Cataratas, de los perros, del peinado de mi mamá y de cuántos temas existan. El problema radica, al parecer, cuando mezclamos el gusto con la opinión, y queremos que así sea la verdad. Si no nos gusta algo o alguien, siempre opinamos mal sobre ello y si nos gusta, siempre opinamos bien, por más que la verdad sea evidentemente otra. Y así queremos justificar la verdad de lo malo que es el alcohol para el cuerpo, simplemente porque nos gusta la cerveza, y de la misma forma justificamos la muerte de un ladrón porque lo mató un amigo que nos gusta cómo es. Para cuando eso sucede, estamos afirmando el relativismo que dice que porque a mí me gustan las armas y me siento bien usándolas, puedo tirar a qué y a quién quiera, y lo mismo con temas como el abuso, masoquismo, homosexualidad, corrupción, y cuánto tema se le ocurra, por más que la verdad diga algo totalmente distinto y usted se pregunte hasta el final de sus días quién tiene la verdad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

es verdad, mezclamos todo... gusto, opinion, verdad, comentarios, y termina siendo una conversacion entre sordos... muy bueno hugo, espero que iguazu sepa aprovechar tu cabeza, y no que termines como tantos que tuvieron que irse porque esto le quedaba chico... segui asi, de cátedra. Victor

Anónimo dijo...

filosofás demasiado lopez,demasiado.