domingo, 4 de octubre de 2009

Bronca trágica en la Triple Frontera

La columna de humo se veía de lejos. Negra, intensa, espeluznante. Se veía inclusive desde la zona hotelera del kilómetro 5, desde donde vecinos y turistas dirigían la vista sin poder descifrar en dónde exactamente ocurría el incendio, que a esa distancia parecía ya sin precedentes en Iguazú.
Fue la primera vez que el cuerpo entero de Bomberos trabajó sin descanso por más de ocho horas con todos los voluntarios de Emergentología, para apaciguar las feroces lenguas de fuego que abrazaban todo el edificio. No había forma de ingresar al lugar para salvar a las víctimas, que para cuando llegaron los voluntarios, sumaban a cerca de cien en boca de los curiosos que siempre se adelantan a los cuerpos de ayuda.
En el lugar, detrás de la muralla hirviente, se escuchaban gritos desgarradores que desesperaban a los que intentaban hasta el heroísmo llegar hasta las voces para salvar al menos una de ellas. Uno de los bomberos falleció en el intento, cuando manejando una de las mangueras muy cerca del perímetro del fuego, escuchó el pedido de auxilio de una de las empleadas del hotel, y su corazón saltó hacia ella atravesando la columna caliente. Solamente cuando logró verla sofocada, perdida en el grueso humo, notó que el rostro se le incendiaba con un calor insoportable al igual que su espalda, por haber reaccionado con demasiado corazón y sin nada de uniforme de combate. Durante las pericias hechas después, se lo encontró calcinado cubriendo a la empleada, que murió sin aire pero sin ninguna quemadura.
Para ese entonces ya habían llegado las ambulancias y unidades de apoyo de Puerto Libertad, Puerto Esperanza, Wanda, Andresito, y efectivos de todas las fuerzas con asiento en Iguazú, que actuaban por instinto ayudando en donde sea y como sea, y hasta donde las reservas de agua alcanzaran. Así fue como, al descubrir que ni el agua de las perforaciones de hoteles aledaños ni la traída por vecinos lograba reducir al mínimo la fuerza de las llamas, se dedujo que el siniestro había sido provocado, y que el sistema antiincendio del hotel no funcionó por alguna razón.
Entonces, como una idea desesperada, y a la orden del jefe de bomberos de Iguazú, se logró colocar en la zona más cercana del río Iguazú un generador con una bomba que proveyera del agua necesaria para al menos mitigar el fuego hasta que consumiera todo lo consumible.
El apremio era tal que bomberos y voluntarios trabajaban temblando, y más al conocerse que se había declarado estado de emergencia municipal y provincial por la cantidad de víctimas que se encontraban encerradas en el edificio de más de seis pisos. Increíblemente, las críticas que empezaban a recrudecer en contra de todo organismo oficial por no prever este tipo de situaciones, empezaron a menguar y brotó de la nada la solidaridad, inclusive de paraguayos y brasileños, que cruzaban en lanchas y canoas desde sus orillas, sin que Prefectura y Migraciones hicieran caso de la cantidad de extranjeros que ingresaban, mientras que los aduaneros que quisieron revisar a los voluntarios extranjeros recibieron tal reprimenda de los iguazuenses, que por primera vez demostraron vergüenza y abandonaron sus puestos sin decir nada.
Se escuchó decir a los jefes de los cinco cuerpos de bomberos que el perímetro de fuego intenso era de 240 metros aproximadamente y que en un área mayor que esta se podría ingresar para contrarrestar el fuego desde allí con algunos pocos bomberos bien uniformados.
Así fue como un grupo elite se preparó con máscaras y todo el equipo de combate, y entró al pulmón a metros del foco principal. Su principal objetivo era acercar los enormes matafuegos y luchar en los lugares de más intensidad, a la vez que sus compañeros luchaban desde afuera para controlar que el fuego no se propagara a otros lugares. Algunos de ellos contaron después que la primera visión del lugar era abrumadora, sólo se veía la silueta del edificio entre un humo gris oscuro, hediondo, y los gritos de algunos que saltaban al vacío desde los pisos superiores hizo tambalear la concentración con un frío repentino en la zona de la espina dorsal.
Estando en ese momento fue que el oficial Rodríguez, contó después que todo pasó, en la reunión con los agentes de las fuerzas a cargo de la investigación, que vio la figura de un hombre en uno de los balcones del frente del edificio, que no aparentaba ningún tipo de desesperación sino que apoyado con ambos brazos en la baranda, miraba fijamente hacia donde estaban los autobombas y el grupo elite, como si no sintiese nada del calor a su alrededor ni fuese conciente de lo que ocurría.
Rodríguez revolvió varias veces esta visión, que no le dejó dormir por mucho tiempo, y se lo había contado a su amigo y compañero Morel hasta el cansancio, y ninguno de los dos lograba interpretar si fue real o fruto de su imaginación y adrenalina.
El resultado del siniestro fue horripilante. Después de dieciséis horas continuas de arduo trabajo, con mangueras de todo tipo, más de mil voluntarios, preparados y no, que acarreaban de a uno los baldes de agua hasta la zanja que cavaban los demás en la zona descampada, ayudaban a mantener fijas las más de cincuenta mangueras, traían agua para tomar a los que asistían a las víctimas que lograban escapar de las interminables lenguas del furioso dragón, ponían a disposición sus autos, motos, y cuanto móvil había para trasladar a los de gravedad, y el incondicional apoyo de los extranjeros con comestibles y mano de obra voluntaria, el informe oficial dio a conocer ciento setenta y dos víctimas fatales, una de ellas el bombero que saltó para salvar a la empleada, y más de cincuenta heridos de gravedad. Todos, excepto el oficial, eran empleados del hotel. El edificio debía ser derrumbado. Quedó inutilizable.
Dos semanas después, la causa del incendio aún se investigaba. Con el dato de las pericias hasta el momento se deducía que fue provocado y aun planificado, para que el fuego se iniciara desde afuera hacia dentro para que nadie escape. No había ninguna clave cierta hasta esa reunión en donde Rodríguez contó nuevamente su visión, y fue escuchado por uno de los sobrevivientes, que a su vez se animó a decir que cuando corría por uno de los pasillos, también vio al hombre de espaldas por la puerta abierta de la habitación ciento dos, que por el humo no pudo distinguirlo pero sospechaba que fuera Ramos de mantenimiento, y que al gritarle que escapara con él, el hombre ni se inmutó.
El número de habitación llamó la atención a uno de los compañeros de Rodríguez, que recordó haber sacado de ella, además del hombre calcinado, un cofre cilíndrico de acero inoxidable, que por estar herméticamente cerrado lo guardó en el depósito del cuartel para abrirlo otro día.
Unas horas después de la reunión, el cofre reveló la identidad de Eber Ramos, de 32 años de edad, técnico electromecánico, encargado del área de electricidad del sector de mantenimiento, ingresado al hotel cinco años atrás. Además, todos los planos de los circuitos eléctricos del hotel, copias de los planos de construcción, del plan de contingencia, del sistema de aspersión antiincendio, y más de veinticinco notas enviadas y con acuse de recibo al supervisor, al jefe de área, al gerente de recursos humanos, al gerente comercial, y al gerente general –todos ellos víctimas –solicitando la regularización y blanqueo del cien por ciento de su sueldo, y un pormenorizado relato de los trabajos hechos y resueltos por él sin ser responsable directo de los inconvenientes de mantenimiento del hotel.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El relato me resulto raro, como un poco extraño, es mi percepción pero entiendo tu corazón y lo que quisiste enseñarnos, transmitirnos. Es una situación actual, real, y muy difícil para dar una opinión. Y vos sin darla has sabido expresarla. Ojala nunca pase pero que también haya mas justicia en esto…