sábado, 25 de julio de 2009

El pobrecito nos tiene así


Un día, estando en una sala de espera, escuchaba con cierta sonrisa aprobadora a una señora, —a quien vamos a llamar doña Chona Benítez— que hablaba con otro señor –a quien vamos a llamar Zabello Todus— sobre la disciplina en la escuela y en la sociedad en general.
Llamativamente, en contra de todo supuesto, doña Chona siendo mujer apoyaba la disciplina férrea, con castigos que ella decía tienen que ir desde prohibiciones hasta una varita de ligustro por la cola; mientras que Zabello, un poco más joven que Chona, defendía la disciplina basada en el diálogo constante con los estudiantes y los niños, y el formato premio—castigo, de acuerdo a “perfomance” del infante o pupilo.
Deben imaginarse que, como sucede casi siempre, los dos inmediatamente encontraron apoyo y oposición entre los que estábamos allí presentes. Y justamente esta parte es la que hizo de la situación una experiencia interesante.
Unos, los más, apoyaban a Zabello, quien contaba anécdotas en las que los maestros con pura charla lograban hacer callar y trabajar a adolescentes incontrolables, y citaba películas con ejemplos varios, y a Gardner y a Piaget, y a Edison que fue un incomprendido en la anticuada enseñanza académica, y terminó siendo el genio que inventó la luz eléctrica.
Otros, los menos, apoyaban a Chona, pero escuchaban la disertación de Zabello y sus seguidores, como casi admirando su locuacidad y ademanes finos, y sincronizados. Chona, al lado de su quieto marido, sólo negaba con la cabeza, y decía bajo: “ya te va a tocar enseñar y vamos a ver los resultados”. Zabello, al principio, respondía al reto de la señora con otros ejemplos, y hasta involucró a su madre y a su abuela comparándolas con ella, y aseguraba que su progenitora no logró nada con “las palizas” y “las estúpidas prohibiciones”. El esposo de Chona sólo sonreía, al igual que los demás que ya empezábamos a notar que los decibeles de la discusión subían cada vez más.
En eso, casi como una paradoja de la vida, un niño de aproximadamente seis años, que estaba allí esperando también con ambos padres, empezó a pedir vehementemente una gaseosa, e insistía casi gritando “quiero una Coca, quiero una Coca”, hasta que llegó a las lágrimas incontrolables, y golpes de puño a la madre, que empezaron a dejar incómodos a todos los que observábamos.
Era muy notable que el padre del niño, habiendo apoyado a Zabello frente a todos, se sentía superado por la situación y no sabía qué hacer. Zabello acudió a su ayuda. Con toda paciencia se sentó frente al niño y le preguntó si podían hablar. El gurisito le dio la espalda gritando y se zambulló en el regazo de su madre. Zabello no renunció a su cometido. Hablándole le tomó del bracito y le preguntó nuevamente si podían hablar. El nene, sorpresivamente, se dio vuelta llorando y le dio una cachetada al educador, que sonó en toda la sala en silencio.
Zabello ocultó su orgullo, y dijo que no pasaba nada. Algunos presentes rieron a escondidas, y los padres se dieron cuenta que la situación no daba para más. Otros se acercaron a ayudar con golosinas, y juguetes improvisados, pero nada parecía calmar al chico. Zabello dirigía la estrategia educativa: “pobrecito, lo estamos ahogando, él sólo quiere expresarse, vamos a darle alternativas”, mientras Chona, por experiencia quizás se mantenía inmutable, aunque se le escuchaba decir en voz baja: “sí, sí, pobrecito, el pobrecito nos tiene así, pobrecito el ladrón que no le pegue la policía, porque roba para comer, pobrecito el que chocó en la calle y no respeta las leyes de tránsito, porque no hay nadie que le enseñe, pobrecito el que se escapa de la escuela, porque se aburre, pobrecito”.
El niño seguía descontrolado. Gritaba que quería una Coca, y empujaba a los que se acercaban, ante la total pasividad de los padres, que no atinaban a nada más que pedirle que se calle.
Cuando ya todos, aun los que apoyaban a Zabello, empezaban a decir que “una cosa es hablarle y darle alternativas y otra muy diferente cuando el nene no tiene educación ni control”, ante la sorpresa de todos, el marido de Chona se levanta con su figura de grandote abuelo bonachón, le mira al nene, que también lo mira sorprendido, se acerca a su pequeño oído, le dice algo, y el niño se calma inmediatamente, sin ni siquiera un sollozo más, y unos minutos después se duerme en los brazos de la madre.
Ante semejante prueba de que su teoría es más que efectiva, Zabello mira a Chona y le dice: “vio, señora, hasta su propio marido le mostró en frente suyo que la disciplina se debe aplicar con el diálogo”, e inflando el pecho le pide al abuelito: “cuéntenos por favor qué le dijo al chico, para que aprendamos”.
El anciano se sonroja, y aunque seguro, se incomoda un poco ante la atenta mira de todos, y cuenta: “sólo le dije que si no se callaba y se comportaba bien, iba sacar mi cinto para darle una paliza que tenían que haberle dado los padres, que estaban pasando vergüenza”.
Al fin y al cabo Zabello tenía razón: todos aprendimos.

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