domingo, 12 de diciembre de 2010

Días sin vos – Jefe del sol

Hubo una oportunidad cuando tenía nada más que 24 años en la que me tiraron a la arena con siete leones que eran mozos. Cuando digo mozos no me refiero a jóvenes precisamente, sino más bien a trabajadores gastronómicos de años. Fue en la concesionaria del Parque Nacional Iguazú, en el restaurante La Selva. Vos lo sabés. Me viste trabajando ahí cuando fuiste a almorzar alguna vez, y por alguna razón que nunca supiste explicarme, te esforzaste por evitarme.
En ese lugar estuve a cargo del salón por unos meses, y creo que aprendí muchísimo más de lo que pude enseñar. Fue un lapso en el que con poca edad, poca experiencia, poca aptitud, tuve que dirigir a personas mayores que yo y con muchas más lunas que yo. De esa experiencia puedo asegurar que aprendí mucho de todos, inclusive de los más jóvenes, principalmente el trato con las personas. Pero además de las infinitas anécdotas de cada uno. No es novedad que se aprende mucho escuchando a la gente, aun a quienes no aparenten preparación ni tengan instrucción académica.
Recuerdo que este tema siempre fue uno de los que más hablamos, y coincidíamos en la mayoría de los puntos. Más en la razón que dice que alguien preparado no necesariamente es educado.
En esto pienso cada día que trabajo en este puesto, a cargo del desempeño de un sector que tiene nueve personas. Y me acuerdo de aquellos años en el parque, en donde además de trabajar prácticamente con la misma situación, tuve que aprender a callarme y escuchar. Cada uno enseña algo para hacer o para no hacer.
Hoy no sé mucho, pero tengo que enfrentar un puesto de mando que al igual que el anterior que me tocó vivir, tiene como principal base el buen trato, la constancia, y el respeto hacia los subalternos, jerárquicos, y huéspedes, por más idiotas que estos sean. El sector no tiene más secreto que una buena atención al huésped y la constante comunicación con todos los miembros del equipo. Cada huésped, como vos lo sabés muy bien por haber trabajado años en hotelería, tiene su exigencia aparte, y una vez bien atendido puede disfrutar de su estadía. Que falten detalles del servicio no debe ser excusa para no ofrecer una buena atención. El reto es hacer que el equipo atienda bien a pesar de todo.
En los días de buen sol, atendemos a más de doscientas personas, dándole servicio gastronómico y atención general en la zona de la piscina. Los días nublados son mucho más tranquilos, pero igualmente difíciles para mí porque tengo que tener al grupo ocupado. Afortunadamente Dios permite que todo vaya bien.
Cada vez que nos tocan días lindos, la mayoría de los huéspedes disfruta, aunque siempre existe una minoría que encuentra la vida dura, por mirar la única pequeña nube que aparece en el inmenso cielo. Por suerte cuando les hacemos mirar el resto del firmamento, todos pueden ver que es profundo y grandemente bello.
Acá también pienso mucho en vos. No sólo porque extraño contarte todo esto en esas charlas envueltas en cálidas caricias, sino porque hasta cargué música nuestra en el mp3 que suena todo el día en el área de piscina. Así que bajo un límpido cielo, nubes plomizas, o una suave lluvia, sigo recordándote en cada segundo, intento interpretarte, trato de conocerte aún, y sigo amándote, aunque haya huéspedes que también me reclamen que el día no está despejado, como si fuese jefe del sol.

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