viernes, 24 de diciembre de 2010

Imaginación

Puedo comparar Iguazú y Colonia prácticamente en todo lo que sucede a nivel social, laboral y cultural. Iguazú fue parte de un litigio entre Argentina, Brasil y Paraguay, cuando Misiones era en realidad una tierra olvidada por los tres, pero codiciada por los tres. Brasil, desde sus inicios, siempre quiso expandir su imperio, y no le costaba ningún disimulo tan siquiera invadir cualquiera de las tierras que le rodearan. Por eso, idearon muchas maniobras –entre ellas la guerra de la Triple Alianza –para quedarse con miles de hectáreas de sus vecinitos, como gran parte del Pantanal y el norte paraguayo, y en otras movidas con pedazos de Bolivia, de Perú, de Ecuador, Colombia, Venezuela, las Guayanas, y claro, de Argentina y Uruguay también.
En esos años, Iguazú y parte de las Cataratas fueron salvadas para Argentina por un arbitraje de un presidente yanqui, llamado Hayes, a quien los paraguayos honraron poniéndole su nombre a calles, avenidas, y otras loas porque apreciaron que el gringo les favoreciera con varios pedazos, como Ciudad del Este, y prácticamente todo el Alto Paraná; mientras los brasileños ni lo nombran, y los argentinos, entre ellos los iguazuenses, ni siquiera lo saben, porque si hubiese dependido de los argentinos (porteños en realidad), hubiese dado lo mismo que Misiones fuera de Paraguay, Brasil o Taiwan. Claro que hoy que las Cataratas están como finalistas en la elección de las Nuevas Siete Maravillas Naturales del Mundo, cualquier argentino está muy orgushoso de que sean una maravisha argentina. Demás está explicarte que esa indiferencia sigue igual hoy, un poco disimulada porque ya no nos pueden esconder de Google Earth y porque representamos cerca de 1 millón de votos.
Acá en Colonia ocurrió y sucede casi idénticamente. Siempre fue un trofeo de guerra entre portugueses y españoles. Es que Colonia está estratégicamente ubicada, hoy entre Argentina y Uruguay, y antes entre el Virreinato del Río de la Plata y el Imperio de Brasil. Fue fundada por un portugués, Manuel de Lobos, allá por 1680 –cuando en Misiones los jesuitas ya hacían de las suyas –y luego pasaba de manos lusitanas a españolas dependiendo quién ganara la batalla. Así fue como llegó a los tiempos de don José Gervasio Artigas, sí el papá de nuestro Andresito, quienes aprovechando un poquito de patriotismo de los que se dedicaban a identificarse con escarapelitas y recitaban versitos de Rousseau y Voltaire en Buenos Aires, pudieron hacer que parte de las tierras charrúas se quedaran para el Uruguay, que también en Montevideo tenía a los chupamedias que esperaban que Buenos Aires les diga cuando tenían que orinar y cuando cagar. Y al igual que en Iguazú, un gran porcentaje de los colonienses no tiene idea de estos detalles de su historia, tanto que en las charlas con los turistas me llaman para que les cuente yo qué ocurrió antes.
Entonces, como Iguazú, Colonia siempre fue habitada por extranjeros golondrinas que venían con el séquito alcahuete del gobernante de turno, o por piratas, o por mercenarios que aprovechaban la estratégica ubicación para contrabandear o lucrar vendiendo lo que sea traído de las aguas de Río de Janeiro, las estancias gaúchas, o los petates de la gran aldea, Buenos Aires. (Te aseguro que cualquier semejanza en la descripción con la realidad actual entre Colonia e Iguazú, es pura casualidad).
Por fortuna, la península fundada como Colonia del Sacramento fue conservada de alguna forma, y hoy es Patrimonio Cultural Histórico de la Humanidad. Se la conoce como el barrio histórico, porque actualmente queda como una parte de la ciudad que creció vertiginosamente. Es precioso. Las callecitas adoquinadas, las casas portuguesas y españolas fácilmente identificables, las ruinas de un convento, y de la casa del gobernador, y la catedral, son simplemente atrapantes y son el principal atractivo turístico de Colonia.
Sólo que por mucho tiempo el turismo no representaba el ingreso principal de la ciudad, sino una empresa textil muy grande que funcionó hasta los primeros años 2000, y esto causó que los colonienses no consideraran la atención al turista como esencial. Entonces aún en estos días es preciso explicar que un turista no es alguien que viene una sola vez en la vida y no importa cómo se le trate sino que al contrario la buena atención pasa de boca en boca y termina siendo la mejor publicidad del destino. Además, los servicios públicos y en general siguen siendo pobres, con horarios inexplicables, y con necesidades básicas. Por ello es común no poder cobrar el sueldo porque los cajeros no fueron cargados durante el fin de semana; las oficinas del correo, migraciones, aduana, registros, bancos, y comercios en general no tienen postnets para los pagos con tarjeta, no tienen cambio de caja chica, no se esmeran por mejorar su servicio "porque los turistas vienen igual", y así. Quiero aclararte que estaba describiendo a Colonia, no a Iguazú. Bueno, en realidad a los dos.
Pero hay otro detalle en el que son iguales: son excepcionalmente bellos. Iguazú con su indescriptible selva y sus magníficas Cataratas, sus ríos, sus saltos, su tierra; y Colonia con su preciosa ciudad vieja, sus calles arboladas, su playa, su inmenso río, su historia, y sus impresionantes atardeceres, detrás de sus islas. También toman mate a rabiar, pero lo prohíben en los trabajos, como te conté la otra vez. La gente es amable, generosa, pero muy susceptible a lo que haga y diga el otro.
A veces pienso que a Iguazú le agregaría la tranquilidad de Colonia en donde, aunque no creas, se puede dormir con las puertas abiertas, dejar una zapatilla cara secarse al sol o a la luna sin que nadie la toque, dejar la moto estacionada donde sea con las llaves puestas y encontrarla ahí después de horas de ausencia; y a Colonia le daría la experiencia de la buena gente criolla de Iguazú en el turismo y la magnificencia de su naturaleza conservada.
Por otra parte, puedo describir de una sola vez a los dos para demostrar que cómo se trata el turismo desde el sector oficial es idéntico en las dos ciudades, en donde es mucho más importante respetar los tiempos políticos que las necesidades urgentes… Perdón, me entusiasmé contando hablando, como siempre. Es que la idea de la noche buena, el ambiente a fiesta, y las sensaciones me hicieron creer que me escuchabas atenta con esos ojos hermosos recorriéndome con una sonrisa sugerente, pero el mate caído, el espacio que sobra en la cama, y el silencio a nada, me hicieron notar que hablaba solo, que todo fue producto de mi imaginación.

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