lunes, 13 de diciembre de 2010

Días sin vos – Lluvias y mates

Cuando llueve, el sector de piscina no ofrece servicio. Hoy amaneció lloviendo suave, y el aire me trajo tus manos mientras apagaba el despertador y remoloneaba en los infaltables minutitos antes de levantarme. Las sábanas no son las mismas ni tampoco la ventana que nos regalaba la caricia del sol cuando los abrazos se alargaban hasta el amor, y el mate tampoco se convierte en beso después del primer sorbo espumoso.
El camino hasta la pequeña cocina improvisada ya no tiene repentinos interrupciones de pasión, ni toqueteos risueños, es mas bien un recorrido automático antes que nada para que controle el sueño dentro del baño y ocupe el silencio solitario de la primera cebada sin nadie. Hoy la lluvia cantaba tu nombre con cada gotita, y dibujaba en una tierra extraña, negra, la sugerencia de reviro y siesta entreverada en roneos infinitos.
Edegar tiene turno noche, y llega del hotel cuando yo me levanto, entonces se transforma en mi compañía matera muy desigual a tu figura que llamaba al abrazo a mis espaldas mientras escribía. Él llega cansado y yo sólo existo, así que solo la brisa hace ruido con algún que otro pájaro que siempre alegra la vida. Pero hoy, no estaba él, y la lluvia apagó la brisa y traía de lejos algún hornero feliz por el barro que le provee Dios justo a tiempo. Me vestí sin el mate, y decidí llevarlo al trabajo, por más que en el hotel esté prohibido como en la época de la conquista cuando inclusive la iglesia lo había condenado y excomulgaba a los criollos que lo tomaban. Sólo que esto de hoy es peor que entonces, porque es comprensible que los siempre básicos españoles no entiendan lo del mate, pero que un criollo prohíba a otro criollo tomar el mate que él mismo no puede soportar su ausencia es prohibir justamente aquello que lo hace único y de lo cual se siente orgulloso promocionándolo donde quiera que va.
Me acuerdo que te conté la vez que tuve una no pequeña discusión en el Colegio Americano porque no nos dejaban tomar mate a los docentes, pero nos ofrecían una cafetera eléctrica y todos los elementos para que tomáramos café cuando quisiéramos. Dije en aquella oportunidad, mientras explicaba las razones para llevar mate a pesar de la prohibición, que paradójicamente como la vida misma del argentino, podemos aceptar y hasta incentivar la costumbre del café brasileño o colombiano o cubano o el que sea, y considerar bueno y hasta elegante que se pare a tomar el té inglés o hindú o chino o el que sea, y prohibir algo tan nuestro como el mate, poniendo como excusa razones imbéciles como "el mate reúne a la gente y lleva tiempo tomarlo, por eso genera que no se trabaje", como si el café o el té no hicieran exactamente lo mismo.
Lo más llamativo de nuestra actitud es que las mismas personas que lo prohíben en sus instituciones o simplemente los que condenan el hecho de tomar mate en el trabajo, son los primeros en promocionar la cultura del mate cuando andan por el extranjero y se sienten orgullosos de ser parte del mate.
Así que llevé el equipo de mate al hotel, y mientras realizaba las tareas pendientes en el depósito y hacía guardia para atender a los que tentados por el intermitente sol, venían a aguantar el viento de lluvia en alguna reposera de la piscina. A los demás compañeros les dije que no vinieran, y me quedé pendiente yo. Pude adelantar algo del proyecto de reciclaje que propuse en el primer periodo mío acá, y ordené el mobiliario de servicio mientras pensaba que algún día se sabrá la verdad del por qué tampoco consideraste dejar ganar a la lluvia y el mate para que bañaran la relación de paz. Pero eso no me toca explicarlo a mí. Seguramente, alguien diferente podrá recibir la bendición de ser considerado y disfrutar la paz a tu lado con lluvias y mates.

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