viernes, 22 de abril de 2011

No puedo pintar mi cielo

Fiorella, mi hija de tres años, se levantó chinchuda de la siesta. Y justo me tocó quedarme con ella y su hermanita, Aymará, una tarde en la que por el clima obligatoriamente tenía la única opción de aguantarla, como pagando seguramente las chinchudeces que hice soportar a mis padres.

Todo le molestaba y para todo tenía una explicación. “No hagas ruido, papi, con esos lápices, me molestás”. “No hables fuerte con Aymará, me molesta”. Y para no chocar, la complacía en todo, hasta que se me ocurrió la buena idea de hacerle bromas e imitarla, hablando con ese tono plañidero, con fuerte acento nasal, que usaba ella para quejarse de por qué existía el aire.

“Bueno, pero no muestres tu bombacha”, la provoqué.

“No muestro mi bombacha, solo me muevo y la pollera también”, me fulminó.

Y así me dejó actuar un rato, observándome en silencio; luego le lanzó una mirada asesina a su hermana que reía ante mis payasadas, y sentenció: “No me quiero reír, no sos gracioso”.

Entonces decidí pedirle un beso cada vez que se quejaba por algo. “No quiero darte besos ahora, estoy pintando, ¿no ves?” Bueno, un abrazo. “No puedo darte abrazos, te dije que estoy ocupada pintando”.

No había caso. Tomé un hondo suspiro, preguntándome si yo había causado el mismo sentimiento en mis padres cuando me levantaba así de mis siestas, y decidí ignorarla por un rato, mientras aprovechaba la infinita simpatía de su hermana.

El problema fue que eso también le molestaba. “Papi, portáte bien, no juegues bruto con Aymará, ella es chiquita”, me retaba, por más que su hermanita reía a carcajadas. “No hagas ruidos fuertes, no me gusta”. Y aquí fue cuando le pregunté qué le pasaba, y por qué estaba así chinchuda. “No estoy chinchuda, sólo no puedo pintar mi cielo”, me respondió.

Ahí recién mi cabezota notó que ella batallaba desde hacía rato con un lápiz azul que no pintaba el cielo de ella en un libro de dibujos. Me acerqué, miré lo que ya había pintado, y le pregunté por qué no podía pintar su cielo. Me dijo que el color estaba bien, y que había que poner algo duro abajo –ella pintaba sobre la cama. Pusimos un libro de tapa dura debajo del dibujo. Tampoco solucionó el problema. Seguía chinchuda.

Rogando a Dios paciencia, observé el dibujo un buen tiempo, y luego le dije: “Me gusta tu cielo”. Ella me miró seria “¡No, es feo!”. Esperé otro rato, para ver si la paciencia que Dios me mandaba, venía en carreta desde Mozambique, y le dije: “Al ratón que está abajo también le gusta tu cielo, porque se está riendo contento, y el vio cómo vos pintabas”.

Pensó –Fiorella siempre se toma tiempo para pensar –y finalmente se sonrió dócil, para acomodarse apoyada en mí. Suspiré aliviado: no era que no podía terminar de pintar su cielo, era que no veía lo hermoso que ya lo había pintado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hugo, la verdad me encanta tu sencillez para escribir y los temas que elegis me matan porque me pegan directo! muy bueno esto somos asi tal cual. Claudia

Anónimo dijo...

Ese tiempo, ese momento que dedicaste a ellas es una inversión, de seguro vuelve a vos pero con los años y con paciencia, pero a los padres no nos importa esperar porque cada momento es único y lo disfrutamos.
El Hombre mas grande de todos los tiempos dijo: "Cada uno segará según lo que sembró".